Expectante y asustada. Así se siente Jacqueline Goldberg antes de partir, en septiembre, a Estados Unidos para participar en la residencia de otoño del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa. Una oportunidad que define como un sueño.

A los lectores, en el país, les deja El cuarto de los temblores, publicado por Oscar Todtmann Editores, un profuso trabajo sobre el temblor, condición que padece desde muy pequeña y que ha explorado desde ese refugio que es la literatura, para entregar un texto desgarrador e íntimo.

¿Cuándo empezó el proceso de escritura del libro?

—No tengo una fecha exacta, pero creo que fue en 2012. Este libro es un colagge de mis investigaciones y anotaciones sobre el temblor. Ahora bien, hace cuatro años me senté a darle forma, sin saber muy bien hacia dónde iba dirigido.

¿Por qué la demora en publicarlo?

—Fue decisión propia. Lo retuve por dos años antes de entregarlo a la editorial. Siempre me sentaba a corregirlo. Hasta el último momento, ya en la imprenta, agregué unas tildes que faltaban. Tengo que recalcar la labor editorial de Carsten Totdmann. Desde el primer momento se apropió del proyecto. Su intención era que el libro temblara, por eso el diseño: alineado a la izquierda, sin justificar, con bastante aire, sin sangría. Detrás de cada página hay mucha dedicación y cariño. Otro editor sin duda me hubiese dicho: “Ya, basta de correcciones”. Pero él siempre estuvo atento a mis observaciones. 

—Estamos ante un testimonio, una confesión de vida, que ahora comparte con sus lectores. ¿Cómo se siente una vez que ha publicado el volumen? ¿Se quitó un peso de encima?

—Alguien me dijo que cuando escribiera sobre el temblor iba a dejar de temblar. Era un juego, por supuesto, no esperaba que eso sucediera. Me asustaba el hecho de que mi mamá lo leyera, pero ya lo hizo. Anteayer me llamó y compartió sus apreciaciones: “Es una joya. De tus libros, es el que más me gusta”. ¡Eso sí fue quitarme un peso de encima!

—En el libro presenta una amplia investigación sobre el tema del temblor, que va desde la medicina hasta la literatura. ¿Ese estremecimiento ha sido unleitmotiv? ¿Hay una búsqueda consciente de estos legajos o se tropieza con ellos en su cotidianidad?

—Esos legajos los empecé a buscar especialmente para el libro, no han estado presentes durante toda mi vida. En mis poemas hablo muy poco sobre el temblor, pero debo confesar que después se convirtió en una obsesión.

–¿Cuál es la relación entre la fe y el temblor?

–La religión está presente en el libro meramente por un dato antropológico. Cómo obviar el hecho de que exista un santo de los temblores. Es la belleza que hay en esos elementos. Mi relación con la fe es un tema largo, pero te puedo decir que no la he buscado para que me dé alguna respuesta sobre mi temblor. En mi niñez me llevaron a una bruja, una tradición bastante maracucha, para buscar alguna explicación. La ciencia sigue sin decir nada.

–¿Cambiaría algo si supiera la causa de tu temblor?

–Ciertamente nada va a cambiar porque mi condición no empeorará. Pero quiero dejar constancia de mis temblores para mi hijo, mis sobrinos y mis futuros nietos. Quizás más adelante salgan a la luz nuevas investigaciones sobre el tema.

—Es difícil encajar el libro dentro de un género. Hay poesía, ensayo, autobiografía. Se podría decir entonces que es transgenérico o como dice “des-generado”. ¿Podría ahondar en esta idea?

—Los géneros son maneras de dar forma a la voz. Me siento muy cómoda utilizando varios géneros porque así puedo expresar todo lo que siento. Evito encasillarme. Ni las editoriales ni las librerías son muy fanáticas de esta idea porque después no saben en qué estante poner el libro, pero ese no es mi problema. La aproximación al conocimiento es fragmentaria.

—El temblor y la escritura… ¿Son dolorosos?

—La escritura duele porque expones tus penas y el temblor lo empeora porque hace que me duela la mano.

—¿Es una discapacidad ese movimiento?

—Prefiero llamarlo una condición, pero puede ser perfectamente entendido como una discapacidad.

—¿Qué es peor: temblar o vivir la situación del país?

—La situación del país es un gran temblor que derrama todos los días copas y vasos. Que hace que uno se clave el tenedor y el cuchillo.

—¿El país ha incrementado la fuerza de su condición?

—Sé que he temblado de rabia. Mis manos son como un sismógrafo. No puedo disimular: si me pasa algo, tiemblo. La intensidad depende del contexto.

–En todas sus lecturas sobre el tema, ¿ha encontrado alguna diferencia entre la mujer que tiembla y el hombre que tiembla?

–No creo. Sin embargo, en Facebook compartí un estado en el que preguntaba por los temblores y solo las mujeres respondieron. Eso me parece muy curioso.

—Todo lo que tiembla está vivo, ¿esa agitación le recuerda que está viva?

—¡Claro! Más bien los momentos en los que he dejado de temblar me causan asombro.

—¿Qué se siente haber recibido la residencia de otoño del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa? ¿Buscaba una oportunidad así?

—Es un sueño. Esta es una de las residencias más completas y prestigiosas del mundo para los escritores. Hace algunos años hubo una posibilidad de postularme, pero decidí no hacerlo porque mi hijo estaba muy pequeño y tenía un empleo fijo. Ahora trabajo por mi cuenta, mi niño creció y decidí intentarlo. Estoy contenta y asustada a la vez.

—¿Asustada por qué?

—Porque son casi tres meses fuera de mi casa y jamás he estado tanto tiempo completamente dedicada a reflexionar sobre la literatura. Siempre he tenido que compartir mi tiempo entre la escritura y la cotidianidad: el trabajo, los estudios, la maternidad. La literatura siempre ha sido tiempo robado al tiempo.

–La beca la va a alejar del país por un rato. ¿Lo ve como una oportunidad de oxigenarse para regresar?

–Dudo que me desconecte del país. Mi familia queda aquí. Simplemente lo voy a ver desde una ventana distinta. Yo misma estoy muy curiosa de esa experiencia. Qué sentiré al volver.

—¿Cuál siente que debe ser el papel del escritor en tiempos tan oscuros como los que transita el país?

—Seguir dando cuenta de lo que vivimos y lo que sentimos. En algún momento eso servirá para otros. Los historiadores y los periodistas hablan sobre lo que acontece; los escritores plasman las reacciones más humanas.

Apellidos polacos

Jacqueline Goldberg tiene ascendencia polaca, nació y se crió en Maracaibo y desde hace 27 años vive en Caracas. Estudió Letras en la Universidad del Zulia, pero antes pasó por las aulas de Economía. Ahora comenta que debió haber cursado Comunicación Social porque su vida profesional se ha desarrollado en gran parte en periódicos y revistas. Es doctora en Ciencias Sociales y nunca ha dado clases. La academia responde a un interés intelectual. También es editora y apasionada por la gastronomía. Su poemario Limones en almíbar recibió la mención especial del jurado del Premio Tenedor de Oro 2015 a la Publicación Gastronómica. En 2012 ganó la duodécima edición del Premio Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana con su libro Las horas claras, y este mes viajará a Estados Unidos para participar en la residencia de otoño del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa. En esta oportunidad pasó algo inédito: irán dos venezolanos: Goldberg y Roberto Echeto.


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