Después de cuatro meses, Laurence Debray regresó a Venezuela. Estuvo del 17 al 23 de junio para participar en la Semana de Francia, en la que presentó la edición venezolana de su libro Hija de revolucionarios (editorial Curiara, 2019), una narración histórica en la que deconstruye la relación personal y la vida de sus padres, el filósofo francés Régis Debray y la antropóloga venezolana Elizabeth Burgo, íconos del compromiso intelectual-revolucionario de la década de los años sesenta del siglo pasado.

En febrero, y luego de 10 años, también estuvo en el país, en esa oportunidad para entrevistar al presidente encargado, Juan Guaidó.

Y encontró, en la segunda visita, una ciudad muy distinta de la que vio a comienzos de 2019. “Se nota que está cayéndose a pedazos. Es un poco triste ver eso en una ciudad que podía ser y que ha sido importante, nueva y eficaz”, dice la historiadora, periodista y documentalista francovenezolana ya desde París, donde sigue trabajando en un documental sobre Venezuela para el canal franco-alemán ARTE que debe entregar en octubre.

Sin embargo, quedó marcada por la resistencia cultural e intelectual que se ha forjado en el país en tiempos tan oscuros. Entre lo que vio destaca la exposición Vivir a pedazos de la escultora Diana Carvallo y el encuentro Noche de ideas que se realizó en la sede del Impact Hub, en Los Palos Grandes, moderado por Willy Mckey y José Rafael Briceño: “Me di cuenta de que el régimen no se esperaba esa chispa venezolana ni esa resistencia cultural, artística, intelectual. A pesar de todo hay mucho dinamismo. La gente aguanta, son luchadores. Creo que los venezolanos están aprendiendo mucho gracias a la crisis. No todo es malo. Hay que ver el lado bueno. Creo que están adquiriendo una cierta madurez social y política, lo cual es importante para el futuro”.

El 20 de junio presentó Hija de revolucionarios en la Alianza Francesa, donde estuvo acompañada por la historiadora Inés Quintero y el periodista Alonso Moleiro. Ese día, dice, se emocionó. No esperaba tanta asistencia de público tomando en cuenta los problemas de transporte de Caracas y la amenazante lluvia de aquella tarde: “Me emocionó ver a mi familia reunida en el acto, a Argenis Martínez, que fue mi jefe en El Nacional. En fin, mucha gente reunida y compartiendo ese momento conmigo”.

Su corta estadía no solo le sirvió para participar en la Semana de Francia. También pudo ver a sus primas, al embajador de Francia en Venezuela, Romain Nadal, y al maestro Jacobo Borges, a quien entrevistó para su documental; también subió al Ávila y caminó en el Parque del Este: “El Ávila para mí es una potencia casi sagrada. Son momentos apartados de lo cotidiano que te dan mucha fuerza, te llenan física y espiritualmente”.

La idea de escribir Hija de revolucionarios surge luego de que en España, cuando Debray presentaba su primer libro, Juan Carlos de España: la biografía más actual del rey, un periodista le preguntó si ella era la hija del hombre que había delatado al Che Guevara. Entonces surgieron preguntas que la autora  escribió en el libro: “¿Cómo es posible que mis padres aprobaran un proyecto político como aquel, fundado sobre la represión, la exclusión y el poder absoluto? ¿Cómo pudieron pensar que una economía establecida por funcionarios podía ser viable? ¿Pueden justificarse, en nombre de la emancipación y la igualdad, todas las decisiones erráticas?”.

El resultado –explica– fue un diálogo entre la generación actual, que no ha vivido el compromiso político como en aquella época, y la de sus padres, que entregaron sus vidas a aquel proyecto. Ambos, señala Debray, están disgustados por la publicación. Su padre no esperaba el éxito de la publicación, así que no se opuso a la impresión. Pero el año pasado, Hija de revolucionarios recibió en Francia el Premio del Libro Político, el Premio de los Estudiantes y el Premio de los Diputados.

—Luego de más de un año de la aparición y el éxito de Hija de revolucionarios, ¿qué piensa ahora del libro? ¿Le cambiaría algo?

—No, no le cambiaría nada. Hay una nueva publicación en francés editada por Debolsillo y revisé cosas que los lectores me mandaron. Me permitieron completar y hacer correcciones. Si no, no hubiera cambiado nada. La única cosa es que luego de viajar por América Latina te das cuenta de que lo leen de manera diferente. Cada público lo percibe de manera distinta. Por ejemplo, en países como México y Argentina lo vieron como un libro muy feminista, de lo que yo no me había percatado porque en Francia hay feminismo, pero la lucha está muy avanzada en comparación con estos dos países. Aprendo mucho al confrontarme con otras lecturas. Para mí es muy enriquecedor. Ellos lo vieron feminista porque hablo de que mujeres como mi madre o mi abuela tienen destinos políticos importantes. No viven bajo la sumisión de los hombres. Al contrario, son muy emprendedoras.

—En el libro no solo habla de usted como la hija de unos revolucionarios, sino de una generación de intelectuales destacados que quisieron entregarse a esa ideología. 

—Creo que es un diálogo generacional entre mi generación, que no ha vivido el compromiso político así, de manera tan radical, y mis padres, que sí asumieron un compromiso político durante toda su vida, incluso su familia estuvo sujeta a la política, a la ideología. Estoy como cuestionando y trato de desmitificar todo ese proceso.

—¿Por qué cree que en la actualidad los intelectuales no se caracterizan por comprometerse políticamente?

—Es que el compromiso desgasta mucho la vida. Creo que, al final, mis padres no tuvieron juventud. Pero también mira a la generación de mis padres: mi padre fue el único francés revolucionario de verdad. El caso de él no fue hablar en los cafés sobre la revolución. Era ir, combatir y entregar su vida y energía a eso. Sus compañeros, en cambio, hicieron el Mayo 68, que duró tres semanas, y se quedaron en el Barrio Latino de París, y luego se fueron todos a la playa. Tampoco había tantos. También quiero subrayar que yo admiro mucho a esa generación por su entrega. Eran gente con mucha ética. Lo que quiero decir es que no lo hicieron por dinero. También cuestiono el hecho de tener que pasar por la violencia; si de verdad esas ideas eran buenas, por qué no preguntaron a Fidel Castro por qué había presos políticos, por qué había pena de muerte. Es lo que cuestiono. Pero con cierta admiración. En mi caso, no haría nada de eso. No me metería en una guerrilla con las armas a aguantar no sé cuántos días y comer, no sé, oso… Ni loca. Me quedaría en mi casa. Me parece importante subrayar lo que se vive hoy en Venezuela. No quiero que el régimen de Maduro destiña lo que ellos hicieron, porque lo que están haciendo es negocio.

—Y de hecho lo hacen. Aún incluyen en sus discursos a figuras de aquella época.

—Exacto. Entonces también hay que mostrar que Venezuela se quedó paralizada en el pasado, en una cosa que ya no suena, porque estamos en el siglo XXI hablando de inteligencia artificial, de robots. El futuro es este. Además de que Venezuela siempre comercializó con Estados Unidos y fue muy americanizada.

—¿Cuál sería el papel del intelectual en este momento entonces? 

—Resistir. Poner palabras sobre los dolores, conceptos sobre lo que viven los venezolanos. Por ejemplo, Diana Carvallo con su escultura hace lo mismo que un escritor con las palabras. Todo el mundo tiene pequeñas armas para resistir la cotidianidad. Porque en Venezuela hoy la cotidianidad es sobrevivir. Todo lo que no es sobrevivir es importante para el alma y el espíritu. Ayuda a resistir.

—En una oportunidad dijo que no se considera escritora, sino que hace varias cosas, como el documental sobre Venezuela. 

—Yo veo que hoy los jóvenes hacen de todo, incluso la gente que trabaja en empresas o que monta su propia empresa. Yo soy madre, esposa, escritora, autora de documentales. Antes estaba en finanzas. Mañana no sé, en lo que me interese. Quién sabe. Todo está abierto. Uno crea su camino caminando, como dice Antonio Machado. Creo que hoy en día no hay que ponerse barreras o quedarse en una casilla. Eso no es así. El mundo actual te empuja a hacer cosas muy variadas. Algún día, no sé, abriré una pastelería porque me encantan los pasteles, quién sabe. No hay que encerrarse en un papel. Porque como el mundo cambia, la interacción con el mundo tiene que cambiar también.

—¿Cómo es para una hija escribir sobre la vida de sus padres, que además son unos intelectuales tan destacados? ¿Sintió pudor o pena cuando escribía?

—Pena por mí (ríe). Por ellos no. Yo creo que es una búsqueda muy íntima. Lo escribí porque ellos no me la contaron. Quizás sentí un poco de pudor. El libro se hubiera vendido mucho más si hubiera hecho la lista infinita de todas las amantes de mi padre, por ejemplo. Pero no entré en eso porque no me interesaba. Yo necesitaba entender mi infancia con ellos y necesitaba entenderlos a ellos. Y la lista de amantes no me ayudaba a comprender tanto las cosas. Es como un trabajo de deconstrucción íntimo. Pero no me prohibí decir cosas. Incluso en un momento dado digo que la intimidad de ellos les pertenece a ellos. Solo ellos tienen la verdad.

—¿De alguna manera le ha acomplejado ser la hija de Régis Debray y Elizabeth Burgos?

—Mira, yo siempre intenté escaparme de eso. Pero fue siempre bastante pesado y sigue siéndolo. También tuve suerte porque me abrieron a muchas amistades, como el caso de Jacobo Borges y Diana Carvallo. Lo que pasa es que la gente te pone una etiqueta encima. Eso es lo más pesado. Y en realidad no quieren acceder a ti sino a tus padres a través de ti. Así que uno tiene pocos amigos y se protege.

—En uno de los capítulos más duros del libro habla sobre cómo se sintió traicionada cuando Régis Debray apoyó a Hugo Chávez a principios de siglo. Muchos lo hicieron en aquel momento pensando que era una nueva oportunidad para cambiar el país. ¿Cree que haber caído en esto fue un error colectivo?

—Yo creo que la élite fue muy cómplice de Chávez y fue la que lo puso en el poder. Tampoco hubo esa fuerza intelectual de resistencia que advirtiera. Yo tenía una cuenta pendiente con mi padre porque él, conociendo el castrismo desde el interior, el caudillismo, cómo pudo aceptarlo, cómo no alarmó. Él nunca aceptaría un Chávez en Francia. ¿Cómo lo podría aplaudir para Venezuela?

—¿Si pudiera volver al pasado y cambiar las decisiones de sus padres, lo haría? ¿Cree que cometieron muchos errores? 

—Ay, no sé, no soy responsable por ellos (ríe). Ellos pensaron ponerse del buen lado de la historia porque eran momentos muy complicados. Hay que saber que del lado opuesto los americanos también eran muy violentos. Estaba la Guerra de Vietnam, la segregación racial en Estados Unidos. Había muchas guerras de descolonización. Los sesenta fueron años históricamente intensos y ellos pensaron ponerse del que creían el lado correcto de la historia. Ahora es muy fácil juzgarlo porque ya sabemos cómo acabó todo. Tampoco me puedo meter. No los quiero condenar.

—¿A ellos les molestó el libro? 

—Sí, muchísimo. Están superdisgustados.

—¿Lo leyeron antes de la publicación? 

—Sí, se los di antes; claro.

—¿Y le cambiaron algo? 

—Mi madre no. Ella me quiso explicar, me quiso justificar. Pero me dijo algo como que yo era una niña mimada que se queja. Mi padre sí me hizo quitar algunas cosas que le molestaban demasiado, como los detalles sobre la tortura que sufrió en la cárcel, lo cual entiendo. Muchos amigos murieron allí. Tiene mucho pudor sobre eso. Quité todo lo que me pidió. Y pensó, además, que el libro no tendría éxito.

—¿Y su relación con ellos ha cambiado luego de la publicación? 

—Yo nunca tuve una buena relación con ellos. Y cuando mi libro salió y tuvo tanto éxito, mi padre lo tomó muy mal. Porque la estrella es él, no yo. Con el tiempo se calmó. Para mí fue una buena terapia. Estoy feliz de haberlo escrito. No sé para él. Aunque aguantó tantas cosas que esto es muy poco.

—¿Qué opinión tiene sobre Juan Guaidó? 

—Mira, creo que le ha caído un peso muy duro encima. Pienso que ya son muchos meses de angustia, mucha responsabilidad. Lo vi cansado, incluso físicamente. Es que siempre el régimen trata de desgastar a los líderes de la oposición. Tiene una buena estrategia. Pero Guaidó, a pesar de todo, a lo mejor por su edad, su fuerza intelectual y su coherencia, aguanta más que los demás. Te puedo decir que es una persona muy recta, correcta, ética, entrega su persona al país y que trata de hacer lo mejor que puede. Pero es muy duro, es lo que los venezolanos a veces no entienden. Es una tarea inmensa. Y los otros de la oposición no se la ponen fácil. Es una vergüenza. Deberían estar unidos, apoyándolo, ayudándolo, en vez de criticarlo y montar cosas y acusaciones. Después, cuando haya democracia, se arreglan los problemas. Pero, por el momento, hay que tener un poco de madurez para que haya democracia. Creo que hay mucha presión, angustia y responsabilidad sobre un solo pobre hombre. Está rodeado de enemigos. Lo siento mucho por él. Me da mucha pena. Y es una persona que no tiene mucho ego. Los demás sí.

—¿Qué está leyendo? 

El general en su laberinto de Gabriel García Márquez. Estuve leyéndolo en Marruecos y estaba encantadísima. También Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel. Su hijo me lo facilitó en francés, la versión original. Me parece un pensador que se ha olvidado en Venezuela. Deberían volver a leerlo. Es muy potente intelectualmente.


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