Para Antonio González Lira, en nuestra visita común 

Siempre me llamó la atención aquella imagen suya que me recibió un día de mayo, no sé cuál día de mayo, en el año 2007. Su residencia aún estaba en un pequeño apartamento de Maracay, frente a César Girón y la embestida del toro, monumento de la plaza homónima. Abrió la puerta un hombre con barba blanca y cabello desordenado, tostado de sol, sujetado con una cola de color impredecible: descalzo, con mono y franela. Dos sillas al frente y, al fondo, de arriba hacia abajo, tablas que sujetan cientos de libros, muchos de ellos pequeños; libros de La Liebre Libre, su editorial. Ese día hablé poco: se sabe que su voz, al conocerla, puede intimidar. Y así fue. Él preguntó sobre los orígenes familiares, excompañeros y exprofesores universitarios, sobre Mariara, sobre Barcelona (la española, no la de acá); preguntó y habló y en una hora dijo cosas que recuerdo vivamente y otras que he ido olvidando por la sana omisión y su necesaria higiene mental.

Sin pedirle nada fue a su biblioteca y escogió con premeditado azar algunos ejemplares de La Liebre. En un ejercicio mnemotécnico puedo recordar En la masmédula, de Girondo; Dictado por la jauría, de Calzadilla; a Alfonso el Sabio, a Erasmo (el maracayero Erasmo Fernández, no el holandés). También me dio un ejemplar firmado de La patria forajida: “Para Néstor Mendoza, los poemas de la patria, con afecto”. Ese fue mi primer acercamiento al poeta y a su obra. De allí en adelante vinieron esporádicos encuentros, entre Maracay, Caracas, Mariara y Valencia, ciudades en las cuales compartimos desde un lejano y tímido saludo, hasta un recital en Valencia o una presentación en Maracay, en un teatro-bar-casa en el que, sin previo aviso, ya luego del evento y rodeado de varias botellas vacías, decía: “ese texto está bien escrito pero ese no es el camino”.

En apretadas líneas puedo decir que visité su casa una sola vez, con Rubén Darío, no el nicaragüense, sino el maracayero de la calle 19 de abril. Limpiamos su cuarto de los trastes, bebimos, hablamos, pero sobre todo escuchamos cosas destiladas, francas, frases sin pretensiones pero sí dichas con claridad para no olvidarlas. Esa tarde el árbol de su patio dictó un ritmo fraternal desde sus ramas y sus frutos pequeños, algunos rojos y otros verdes, probados con emoción infantil.

Su consciencia discursiva lo llevaba a hilvanar textos poéticos y ensayísticos de gran refinación, desde una sencillez bien llevada, no exenta de fina y a veces dura ironía, nunca soez. Como investigador realizó trabajos documentados y atractivos como aquel pequeño volumen titulado Por la feraz campiña. Espacios y cultura en Aragua, magistral recorrido por lugares, fechas y personajes aragüeños del siglo veinte. En dicho libro, logra conciliar la prosa clara, estimulante, con el rigor documental y bibliográfico. Con su obra poética pasa algo similar: no le teme a la cita, al homenaje, a dejarse ver entre los engranajes referenciales y antecedentes, lecturas, obsesiones, nuevos asedios a temas conocidos, incluso a cierta llaneza cercana al lugar común (recordemos que el propio Harry llegó a teorizar al respecto).

Hay otra cosa esencial en sus poemas: un respeto no sumiso a la tradición poética castellana, a sus formas y estructuras, a sus temas, a sus nombres canónicos. Eso lo vemos en los poemas de La patria forajida, en Instrucciones para armar el meccano, y especialmente, en Silva a las desventuras en la zona sórdida y Contrapastoral, sus últimos dos títulos publicados en vida. La preocupación por el idioma, por su poder para engendrar poder, no le era indiferente. Fue crítico del abuso, del autoritarismo creciente, de oscuros procedimientos. Como testimonio de estos días aciagos dejó muchos versos, como en estas líneas de Contrapastoral: “los impostores cantan / el himno de su ejército”. Entre sus temas, como todo poeta, está la muerte, el amor, el país, la lengua materna; están la infancia y la senectud.

En ese día impreciso de mayo, en 2007, Harry me dijo que la música es todo, o casi todo, para la poesía. Hoy, con esfuerzo, lo he ido entendiendo. Esa es mi meta.


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