Kevin Jorges se autodefine desde y para el teatro. El joven artista, de 28 años de edad, ha sabido ganarse un puesto entre los creadores escénicos del país. Hace pocos días obtuvo una mención especial en el Premio Marco Antonio Ettedgui, otorgado por la Fundación Rajatabla, y recientemente consiguió el galardón principal del Festival de Jóvenes Directores del Trasnocho Cultural.

El actor y director, con 10 años de experiencia y más de 30 obras en su currículo, no niega la crisis ni pasa por alto la idea de emigrar. Sin embargo, en su discurso prevalece un llamado para que se apoye a la juventud. “Con más auspicio haríamos más. Hasta los años noventa hubo muchos grupos que recibían financiamiento, pero eso ya no existe”, dice Jorges, quien prepara un montaje para la nueva edición del Microteatro, actúa en la obra Terror y miseria del Tercer Reich en la sala Rajatabla y dirige el nuevo monólogo de Norkys Batista.

¿Cuáles son las dificultades de los artistas jóvenes?

—En situaciones adversas la creatividad aflora, pero es innegable que todo se ha vuelto más complicado. Para montar trabajos de calidad uno tiene que enfocarse en detalles pequeños y convertirlos en el centro de las propuestas. Montar una obra pasa fácilmente de los 80 millones de bolívares y, a pesar de eso, seguimos creando. Debería haber más apoyo por parte de las instituciones, sobre todo para la gente joven que permanece aquí.

—¿Existe apertura hacia los jóvenes en los teatros de Caracas?

—La gente joven tiene que abrirse las puertas por su cuenta. No es solo un tema de espacio, la actuación tiene mucho que ver con la forma en la que uno se relaciona. Ahora mismo, no sabría dar un porcentaje de propuestas juveniles aceptadas en los teatros, pero sí me parece que prima la idea de que todo espectáculo tiene que producir dinero y por eso ganan las caras conocidas. Tal vez los festivales no deberían ser los únicos espacios para que los jóvenes se den a conocer. Abrir más salas experimentales ayudaría. Hay jóvenes talentos que están saliendo a escena con problemas de modulación porque no hay dónde prepararse. También hay muchos actores que no lo son en realidad, sino que toman esto como un hobby y como tienen 20.000 seguidores en Instagram y son agraciados físicamente, llegan a los grandes escenarios. Así es como aparecen los desastres en escena.

—¿Lo comercial arropa al buen teatro?

—Eso del “teatro comercial” no existe porque todo el teatro se vende. Lo que existe aquí es algo así como el teatro de cartel: el público va a un espectáculo solo por ver a un artista. Ese tipo de trabajo tal vez reciba más público, pero no le echaría la culpa a quienes lo montan, sino a los espectadores. La gente tiene que acostumbrarse a ir a otros lugares y dejar de llevarse por lo que pauta la televisión. Al final, la tarea es más de la audiencia. También entra en juego la función del Estado.

—¿Se siente la polarización política en el ámbito teatral?

—No sé si en los teatros del este hay un rechazo hacia los adeptos al gobierno, pero en los teatros del centro de Caracas sí. A mí me han rechazado en montajes porque no estoy de acuerdo con ciertas cosas, pero yo no voy a hacer teatro con formas impuestas. También está el hecho de que la gestión de muchos espacios culturales del centro caraqueño deja mucho que desear: las funciones no son continuas, en temporadas vacacionales no hay programación y hay salas muertas. Claro, ahí volvemos al punto de la debacle del país.

—¿Existen motivos para quedarse?

—Un día me quiero ir y otro día quiero quedarme. Yo veo mi futuro incierto a nivel de gremio. No hay nada que nos ampare. Diana Peñalver tuvo que hacer un crowdfunding para operarse y Javier Vidal se vio obligado a pedir ayuda para conseguir medicamentos. La crisis del país nos arropa, pero últimamente me decanto por resistir. Soy joven, estoy empezando a dirigir y tengo demasiadas ideas en la cabeza, todas realizables en mi país. Si me voy, siento que voy a detener mi proceso de creación. Al menos encontré una profesión que me da respuestas y me permite estar en paz.

Pasión escénica

Kevin Jorges se formó en La Caja de Fósforos y en el Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas; el joven director vivió la transformación del Instituto Universitario de Teatro en Unearte. “Fui la última cohorte del Iudet y vi cómo mutó. Ahora son más los que entran para satisfacer un hobby que quienes van a vivir una pasión”, dice el artista que ha trabajado con importantes agrupaciones caraqueñas como Séptimo Piso y Dramo. Ganó el Festival de Jóvenes Directores con el montaje Cara de fuego, una pieza contemporánea alemana del dramaturgo Marius von Mayenburg, que se presenta en el Trasnocho Cultural hasta finales de abril.


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