Cuando Karina Sainz Borgo no está escribiendo, lee, o si no, está entrevistando. Así es su rutina. Un constante y disciplinado hábito frente a un teclado y un ordenador. Sus días se debaten entre la periodista que debe redactar a gran velocidad y la autora que lucha por hallar el tiempo suficiente para escribir ficción.

Entre reportajes, notas, lecturas y entrevistas, la caraqueña que vive en España desde hace más de 12 años, se dedicó durante un año a escribir La hija de la española, su primera novela que ya se ha vendido en 15 idiomas y llegará a los lectores de más de 20 países.

La obra narra la vida de Adelaida Falcón, quien, en medio de la escasez de medicinas y alimentos, y la violencia política y social en la que está sumida Venezuela, debe afrontar la muerte de su madre.

“Todo en La hija de la española obedece a la lógica de la ficción y aspira a los mecanismos y resortes de la novela”, explica Sainz Borgo, quien trabaja en la actualidad en el diario digital Vozpópuli y colabora con la revista literaria Zenda y la radio Onda Cero de España.

Esta novela es su primera incursión en la ficción. Antes publicó los libros periodísticos Caracas hip-hop Tráfico y Guaire. El país y sus intelectuales, ambos en 2008. Trabajó como periodista en El Nacional en la fuente cultural, a la que se ha dedicado. Ha colaborado, además, con publicaciones en España y América Latina como El MundoGatopardo y Quimera.

La hija de la española fue una de las sorpresas literarias de Frankfurt. Ya se ha vendido en 15 idiomas. ¿Estaba preparada para esto?

—Supone una oportunidad mayúscula de aprendizaje humano y narrativo. La novela llegará a lectores en más de 20 países. Hablamos de sensibilidades y tradiciones literarias muy distintas, además de panoramas editoriales de una riqueza manifiesta. Esa heterogeneidad es, en sí misma, un premio.

—¿Cómo surge la historia de esta novela?

—La hija de la española lleva años escribiéndose. Hay dos elementos que viajan conmigo a todas partes: la furia y el (des) arraigo. Ambos se expresan en todo lo que hago y escribo. Aparecen ya en tres novelas anteriores, que aún permanecen sin publicar, y que han alcanzado una forma más nítida en La hija de la española.

—¿Qué fue lo más difícil de escribir la novela? 

—El punto final, sin duda. Pero el momento más complejo obedece a lo que Philip Roth define como “bajar a la mina”. Escribir es eso: bajar a la mina. Acudir, todos los días al paredón de tu parte más rocosa, para picar la piedra de la propia entraña. La escritura es el territorio de las cicatrices.

—¿Qué personas te acompañaron en la escritura de la novela? ¿Quiénes la han leído? 

—Han sido fundamentales muchas personas. Los pocos amigos que tengo, uno de ellos en especial, y mi familia. Sin embargo, dos personas han sido decisivas: mi hermana Cristina, que me enseñó a leer dentro de mí misma hace ya muchos años, y que vivió cada una de estas páginas como suya. La otra es Marina Penalva, alguien cuya sensibilidad para entender esta novela fue providencial y decisiva.

—La novela nos habla del desarraigo de la protagonista por su madre y su país. ¿Qué tanto se relaciona con su vida, tomando en cuenta que se fue a España a los 24 años y se ha desarrollado como periodista y escritora allá?

—Hace poco se publicó Una noche en el paraíso, un libro de 21 cuentos inéditos de la escritora Lucia Berlin. En el prólogo, su hijo dice que su madre escribió historias verdaderas, no autobiográficas… pero casi. Este libro aspira a esa síntesis entre vida y literatura.

—¿Es una novela de no ficción?

—Todo en La hija de la española obedece a la lógica de la ficción y aspira a los mecanismos y resortes de la novela.

—¿Cómo planteó su escritura? ¿Le afectó de algún modo la costumbre del estilo periodístico?

—No me afectó el estilo, sino el tiempo periodístico. Escribí La hija de la española mientras trabajaba, leía, entrevistaba, redactaba notas, reportajes. Eso hace más difícil la continuidad necesaria para escribir y que conseguí encerrándome dos veranos enteros a trabajar.

—Javier Marías, en un artículo de opinión, afirmó recientemente que le parece que son una moda los libros que tratan la vida personal del autor. ¿Está de acuerdo?

—Marías dice algo que es lógico y natural. Existe un determinado tipo de autoficción, que no todo el mundo es capaz de sostener, y que comienza a mostrar signos de agotamiento. La hija de la española no es una novela de autoficción ni mucho menos. No aspira a retratarse en la narrativa de Karl Ove Knausgård, Emmanuel Carrère o Rachel Cusk, ni mucho menos.

—Antes había publicado Caracas hip-hop y Tráfico y Guaire. El país y sus intelectuales, además de mantener el blog Crónicas Barbitúricas. ¿Qué diferencias encontró entre estas experiencias de la escritura?

—Son libros y registros muy distintos entre sí, por el género, pero, sobre todo, por la distancia emocional y personal que tengo con ellos. Entre aquellos libros y yo han transcurrido más de 12 años.

—¿Por qué salir de Venezuela ha aportado otras perspectivas a su trabajo?

—Hablaré desde mi biografía, que es lo único que puedo aportar como evidencia. Moverme, viajar y exponerme a otras vivencias (personas, libros, lugares, dinámicas de trabajo, de relación entre personas) aporta perspectiva y escarmiento. Esa escala,  unida al trabajo, mejor dicho al mucho trabajo, inciden en todo lo que he hecho y seguirán influyendo en lo mucho que me queda por hacer.

—¿Por qué su debilidad por Flaubert?

—Es el autor que escribió una novela que considero una de las más grandes sobre el vacío: Madame Bovary. Escribiéndola, Flaubert nos abocetó a todos, como si entre su tiempo y el nuestro no hubieran transcurrido 200 años. Su forma de usar la voz y la perspectiva del narrador es absolutamente irrepetible.

—¿Cuál ha sido el libro de un escritor venezolano que ha leído recientemente y la ha marcado? 

—La señorita que amaba por teléfono, de la inmensa escritora Elisa Lerner, a quien debo mucho personal y literariamente hablando, y Lo que hace el tiempo (Visor, 2017), el poemario con el que Yolanda Pantin ganó el XVII Premio Casa de América de Poesía Americana.

—¿Se siente una escritora? 

—Virginia Woolf dice: para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio. He peleado y trabajado mucho para poder acceder a una libertad que me permita escribir. Así que creo que me he ganado, a pulso, mi derecho a aspirar a serlo.

—La literatura venezolana vive un buen momento, con autores que han ganado premios importantes, como Rafael Cadenas o Barrera Tyszka.

—Creo que conviene colocar las cosas en perspectiva. Son autores distintos. Pertenecen a circunstancias y generaciones muy diferenciadas. No creo que el reconocimiento a su obra, el Anagrama y el Tusquets en el caso de Barrera Tyszka o el Reina Sofía de Poesía y el García Lorca para Cadenas, no obedecen a algo como un boom. En ambos hay un trabajo profundo y un largo recorrido. Hay muchos autores venezolanos con una obra larga y consistente, como Juan Carlos Méndez Guédez, o autores más jóvenes como Eduardo Sánchez Rugeles y Rodrigo Blanco Calderón, cuya novela The Night ha tenido una acogida impresionante en Europa. Nuestra literatura está atravesando un proceso geológico, que requiere y obedece a un largo trabajo literario que se lleva a cabo, creo, en condiciones hostiles.

—¿Cuál es su opinión sobre lo que ocurre en Venezuela?

Lo que ha ocurrido en Venezuela es la mayor tragedia que hayamos vivido jamás. Una tragedia que parece no concedernos, ni siquiera, la catarsis. Asistimos al trance de morir como país, como sociedad, como proyecto común. Y lo hemos hecho en una larga antesala de 20 años que ahora estalla en este infierno.

—¿Piensa volver?

—Nunca me fui. Mi cabeza sigue allí.


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