Eterna presencia efimera

de algo que nos repite y nos liberta

cada vez que nos desnuda y nos enciende.

Juan Liscano

La obra poética de Juan Liscano (Caracas, 1915-2001) es una de las más sólidas y consistentes dentro de la literatura venezolana. Hecha pública a partir de 1939, ocupa los últimos tres cuartos del siglo XX, su última publicación Sola evidencia es del año 2000. Está compuesta por veintitrés títulos. Juntos pueden leerse como una memoria, una voz quizás alimentada por el deseo y la obstinación de un poeta que ha hecho comunión con su origen, con la historia, con la naturaleza y el cosmos, comunión que fue intensificando a través de sus indagaciones antropológicas, folklóricas, etnomusicológicas, existenciales y espirituales. Esto que lo apremió toda su vida no solo se ve reflejado en sus versos sino también en sus crónicas, en sus ensayos y en cada una de sus publicaciones.

La selección de poemas de los veintitrés títulos, reunidos en esta Poesía selecta, puntea la edificación de una memoria que Liscano ha pulsado a lo largo de los años. La escogencia no se hizo en función de gustos literarios ni de una determinada tradición o escuela. Es una selección guiada por una curiosidad que poco a poco dibuja una lectura, una forma de texturizar el cómo Juan Liscano fue trenzando su poesía sobre una memoria que se acrecienta en experiencias y vivencias inmediatas. Los poemarios CármenesMyẽsis y Vaivén se incluyen completos.

Liscano vive parte de su infancia y adolescencia en Europa. Regresa a Venezuela de la mano de su madre en 1934. Se encuentra con una realidad totalmente distinta a la que había vivido en Bélgica, Francia y Suiza. Llega, entonces, a un país que le es totalmente ajeno, establecido bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez, con todo lo que esta realidad política conlleva: persecuciones, presos políticos, exilios. Y por otro lado hay un futuro económico que se anuncia bajo el paraguas del petróleo. No obstante, esta Venezuela agitada, contraída y expansiva impele todo a su paso y allí está Liscano, en el centro de su historia, en un destino que apenas se le estaba revelando. Decide estudiar derecho en la Universidad Central de Venezuela pero el desánimo pronto le gana. Le importa más la realidad de su país, lo social, lo político o, algo tan vital para él como saber que parte de esa historia lo va arrastrando a su paso y le proporciona unos hechos que cualquier ciudadano, desde su postura ética, no puede olvidar. En efecto, el mundo en silencio parecía estar preparándose para vivir uno de los momentos más dolorosos y traumáticos del siglo: la Segunda Guerra Mundial.

En Venezuela, se retira a las afueras de la capital, a la Colonia Tovar, lugar que le permitió, según el propio autor, adentrarse y buscar la identidad de su país, de su pueblo, haciendo suya una geografía desconocida. Su inquietud y asombro ante este nuevo paisaje lo llevaron a indagar en los mitos fundacionales, a conocer a Venezuela no solo recorriéndola sino también estudiándola.

En 1939, lejos de lo urbano, escribe su primer libro Ocho poemas. Tiene 24 años. Ocho poemas está compuesto de versos largos, narrativos, impulsivos que avizoran una poética y rasgos que posteriormente se verán reflejados en cada uno de sus libros. Los rasgos y temas a los que apunto son: el origen, el americanismo, lo social; el erotismo, la muerte, lo cósmico; la madre, el mar, la tierra, el renacimiento o resurgencia; la búsqueda espiritual, el vacío, los planos de la existencia; lo apocalíptico, el combate, lo ecológico.

Cuando muere Juan Vicente Gómez, Venezuela se prepara para un nuevo gobierno encabezado por el general Eleazar López Contreras. Estos años y los siguientes bajo los mandatos, respectivamente, de Isaías Medina Angarita y Rómulo Betancourt, son de cambios para el país, de una acelerada modernización bajo el signo de la economía petrolera. Liscano permite que dentro de sí coexista una Venezuela fragmentada que supo unificar para quererla. Al poco tiempo es electo Rómulo Gallegos presidente de la República y Liscano para celebrar este acontecimiento organiza el Festival Folklórico del Nuevo Circo de Caracas, evento que para muchos constituyó un verdadero descubrimiento y cuyas repercusiones aún después de sesenta años se palpan dentro de la vida cultural del país.

En 1942, publica Contienda, libro con el que le otorgan el Premio Municipal de Poesía. Destaco “Hija del mar y de la noche”, un poema donde el hablante poético se empequeñece ante el eros transformado y erigido por una voluntad marina que obliga a confesar: “Yo me pongo a hablar con el suave rumor de tus alas / y es como si me florecieran dalias en los labios”.

En sus primeros libros: Ocho poemasContiendaDel alba al albaHumano destinoTierra muerta de sedNuevo Mundo Orinoco, hallamos una poesía que traza un camino que va de lo colectivo hacia el centro individual de lo humano. Así lo muestra en Humano destino (1943-1947), poemario que lo hace merecedor del Premio Nacional de Literatura:

“Tú y yo somos la casa. Día a día sostengo

con mi ser esta obra de confundidas frentes,

de edificados huesos; esta vivienda clara

donde, quizás, también se abriga nuestra muerte”.

Sobre este tema, a propósito de esa entrega incansable de los poetas, Thomas Mann escribió: “El poeta que no se entrega por completo es un inútil jornalero… Pero ¿cómo puedo entregarme a mí mismo sin abandonar al mismo tiempo el mundo, que es ‘mi idea’ (meine Vorstellung), mi modo de conocer, mi agonía, mis sueños?” (1).

En Liscano hay atisbo de una palabra a destiempo, de carácter realista, que busca el Origen, en la que el poeta intensifica su papel de gran observador, de voz denunciante frente a los acontecimientos y sucesos colectivos de la humanidad. Una premonición de lo que ocurriría en la segunda mitad del siglo XX. Para Liscano fueron décadas de decepciones, de replanteamiento de valores, de enfrentamiento con la crueldad del género humano, como lo describe en uno de sus libros de carácter marcadamente nacional y americanista, Nuevo Mundo Orinoco (1959):

“No hay sino el hombre más abajo del hombre

no puede ser sino el hombre menos que el hombre,

peor que el hombre, asesino del hombre,

verdugo del cuerpo y de los pensamientos,

no hay bestias: sino hombres,

no hay sino el hombre contra el hombre,

el insecto, el arácnido, el rapaz humano,

y tan solo al hombre debe temer el hombre

y tan solo del hombre puede esperar el hombre”.

Los años 50 sacuden a Venezuela con una nueva dictadura, la del militar Marcos Pérez Jiménez que coincide con una segunda estancia de Liscano en Europa, exiliado del país por su participación activa en contra del régimen. En el extranjero, se relaciona con los escritores hispanoamericanos residenciados en París. Parte de su poesía es traducida al francés. Este exilio fue breve, porque a la caída del dictador, regresa al país renovado, con lecturas y vivencias. Ya se anuncia lo que será una época de agitación. Las grandes ciudades de Occidente protagonizan una revolución estética, sexual, audiovisual, los hippies, el hombre en la luna. A Liscano, siempre en vigilia, sensible ante los grandes cambios ocurridos en el siglo XX, no le es ajeno todo esto que se acaba de mencionar.

A partir de 1960, se inicia un nuevo pasaje en la poesía de este autor. El “Yo” de sus textos es en muchas ocasiones una persona que, paradójicamente, incluye a la segunda, a un “Tú” al que nunca reemplaza. Esa vecindad que jamás desplaza al Otro en la cimentación del poema. El arrojo de comunicar de manera cercana, el respeto al espacio y a la intimidad del lector, otorgan a nuestro entender unas cualidades por las que la poesía de Liscano podría diferenciarse de la de otros poetas, quedando explícito un discurso poético que abriga una multiplicidad de voces que se juzgan contradictorias en sus temáticas pero que, por el contrario, se hallan en un punto de confluencia que alcanza otros niveles y gestos que dan sentido a muchas de sus afirmaciones vitales, como se aprecia en Rito de sombra (1961) y más firmemente en Cármenes (1966), uno de los libros más hermosos de la poesía erótica latinoamericana, un lamento en el que se perciben los ecos de los poetas latinos:

“Tú cantas. Yo canto.

Las lenguas de nuestro canto nadan en el viento

como dos peces de fósforos.

Tú cantas desde el fondo de ti.

Yo canto desde el fondo de mí”.

El erotismo es medular en la poesía de Liscano. Mar, vuelo que da pulso a toda su creación. Desde Ocho poemas: “¿Dónde está la claridad húmeda de tus deseos / y la siempre viva llama de tu recóndita divinidad / de labios gruesos y sensitivos y pechos inflamados?” hasta Cármenes (1966), en el que alcanza su mayor expresión. El erotismo anunciado como un gran oleaje. Se evoca la presencia de lo marino como poetización del erotismo en toda su obra, que va in crescendo y se inflama, como lo leemos en estos versos de “Marea viva”:

“tú y yo sobre la playa

                                  frente a las olas

en el tiempo que nos destruye y nos repite”.

En Cármenes prevalece la densidad y dimensión ontológica, cósmica y trascendente del erotismo. Dialoga con textos anteriores como ContiendaEdad obscuraRito de sombraEl viaje. Es cercano con las voces de poetas venezolanos y latinoamericanos como José Lira Sosa, Juan Sánchez Peláez, Enrique Molina y Jorge Gaitán Durán. Su lenguaje de gran belleza, de versos largos, a veces líricos, otros narrativos, sorprenden por esa requisitoria en el deleite del cuerpo en el otro hasta consumirlo y hacerse uno con él. La cópula buscando la trascendencia del espíritu: lo intangible, la extrema unión de lo masculino y lo femenino como energías arquetipales y las polaridades de expansión y contracción, las cuales transforman, sostienen y definen todo lo que existe en el universo. Es decir, que tanto lo femenino como lo masculino hacen equilibrio. Cármenes es un himno al erotismo en su estado sublime; es el génesis y balance de los opuestos que la vida viene a ser. En este libro se transfigura y eterniza a los amantes en una de las más altas aspiraciones que puede tener el ser humano:

“Nada puede darte tanta alma

como mi cuerpo cuando cava en ti

salobre oceánico salvaje libre

lleno de sí mismo desbordado

balbuceando tu nombre hasta clamarlo

hasta arrojarlo, guijarro en la honda,

contra la frente lisa del olvido.

Nada puede darte tanta alma

como esa herida que en tu cuerpo cavo”.

Este cénit alcanzado en Cármenes se atempera en Edad obscura (1969). En este último, el centro ya no es la comunión sexual de los cuerpos, sino la angustia que se apodera del poeta ante un “sentimiento apocalíptico” sobre el destino del hombre y su cosificación frente al avance tecnológico. Edad obscura es una reacción y una ruptura con todas las referencias. El poeta dice: “Nombrar es matar la vida”, y queda clara la influencia de las primeras lecturas que hace de Krishnamurti.

Liscano se resiste en el ímpetu de hallarse en el mundo y abarcarlo todo. Dueño de una palabra avasallante y apasionada, busca tras cada verso, tras cada poema, la revelación de algo que no alcanza a vislumbrar en lo exterior, en su quehacer cotidiano con el otro y su entorno. Al pasar los años, se manifiesta en el poeta de manera cada vez más insistente el deseo de recibir señales celestiales, a través de una perseverante indagación espiritual, hilvanada por la influencia de las tradiciones orientales, en especial de Krishnamurti y la de la cultura europea occidental, recogida en toda la tradición judeocristiana que conlleva a la búsqueda de una revelación: el éxtasis, la contemplación, el encantamiento y el arrobamiento del ser junto a la avidez de sus ojos, de su pensamiento racional y gnóstico de devorar todo lo que ve a su alrededor.

Toda su experiencia espiritual es una lucha sin tregua que va librando en el campo del pensamiento y en su lenguaje. Huella de esta práctica queda en sus poemarios: Los nuevos días (1971), Myẽsis (1982) y Resurgencias (1995).

Liscano crea diálogos, en los que el texto escrito es la forma última en la que el poema cobra vida propia, para luego pertenecer a sus lectores y construir un espacio nuevo en el cual cohabitan la memoria individual y la memoria colectiva (2). Pero para él, la memoria es la poesía, es su forma poética de decir “poesía”. Los poemas se hacen o, se deberían hacer para la perennidad, para la memoria y Liscano es consciente de ello. En el poema “Escribir” de El origen sigue siendo:

“No escribas sino desde el fondo

de la memoria del silencio.

Las palabras nacieron en el silencio”.

Liscano prefiere no recordar su pasado, por eso sugiere que se debe escribir desde el silencio que para él es la nada. Escribe para que su poesía se haga memoria: “En mi trabajo literario no hay memorización de tipo personal. Yo memorizo un tiempo, la historia. Pero no me memorizo a mí mismo” (3).

En Vencimientos (1986), concilia su destino con el de su poesía y el lector lo advierte:

“Empezar como la primera vez

a mirar por vez primera cosas y elementos

a oír florecimientos o silencios

de lo que nace crece y muere

a tocar el mundo en el que nos hundimos

y a hablar desde la raíz de las palabras

desde el fondo de las cosas reales

que existen y no necesitan de nosotros”.

En otro poema del mismo libro, titulado “Memoria”, se enfrenta a un pasado interior que se quiebra y se mira en el zumbido de un Eclipse:

“Cada vez que la memoria nos regresa

al punto de una ausencia olvidada

esta brota

                 rasgando en cierto modo

la carne

descorriendo el velo sobre un día

de Eclipse

sobre un espacio de ojos cerrados

sobre un desván interior

y no se puede ya

dejar de repetir el acontecimiento

ni evitar el trato con lo invisible”.

Liscano no era un místico, tampoco un religioso, pero sí un pensador, un intelectual, un humanista. Hombre arquetípico, de profundas inquietudes espirituales, movilizado por sus intuiciones e incertidumbres interiores. Dudas y rigurosas indagaciones sobre sí mismo hicieron de su poética una fortaleza para sus experiencias individuales y colectivas. De allí la creación de una poesía que cede ante distintas lecturas y que responde a las perplejidades surgidas de una infatigable lucha del poeta consigo mismo. Todas estas vivencias y luchas, “a veces agotadoras”, como lo afirmara él en distintas oportunidades, lo alejaron de las estéticas de modas, de los movimientos poéticos de su época y de grupos literarios venezolanos que se paseaban por las ideologías de la guerrilla y de la fascinación que había por la revolución cubana.

Liscano eligió la soledad y el vacío que solo con el tiempo pudo interiorizar, como bien lo expresa en El origen sigue siendo (1994):

“Porque el verbo es hijo, no lo duden

aunque constituya el origen

Todo es hijo salvo el vacío, la nada

el susurro inmenso de la tierra

recorriendo su órbita, lo invisible

lo innombrable, lo anterior, lo ulterior, lo que está siendo,

lo que nunca dejará de ser”.

Sus últimos libros Resurgencias (1995), En Aries (1996), Vaivén (1999) y Sola evidencia (2000) confirman esa necesidad de llevar al plano intelectual su preocupación religiosa y espiritual.

Liscano creía en una palabra cosmogónica, impulsadora y reveladora del mundo; en el Verbo impulsado desde el origen hasta nosotros. Y de allí, su miedo a la tecnología, al imperio de la industria. Temía que ese avance tecnológico terminara desgastando a la poesía, para convertirla en otra cosa. En Sola evidencia leemos:

“La poesía se desmigaja ahora,

en sobras amasadas con los dedos,

en las sobremesas del escepticismo.

Ego exasperado, garita de soledad,

inflación de un personaje enmascarado

en un tablado de farsas y tragedias”.

El lector puede tener la impresión de que la poesía de Liscano ha surgido a destiempo. Esto, quizás, la ha hecho poco atractiva ante la crítica literaria. ¿Pero a destiempo de qué? ¿Acaso esta poesía cuestionadora y debeladora no tenga otra pretensión que acercarnos a un Origen, a un Origen que hemos sustituido por la certidumbre y “la novedad técnica”? En su penúltimo libro, Vaivén (1999), el poeta nos recuerda aquello que fue una obsesión para él:

“Hace años, hace heridas, hace memoria,

empezó a ordenar su vaivén de alma,

a protegerse de lo virtual, hechura

de los poderes materiales.

La novedad de fábrica no concuerda

con los vagidos del nacimiento,

ni la sangre, ni la carne maltrecha

pero resplandeciente”.

Vaivén es un poema largo, de palabra reposada. Es una suerte de breve memoria. Nos habla del cansancio del poeta y de la cercanía de su muerte. Es la voz de un Liscano resignado ante el porvenir del hombre. Porvenir que ve en completa oscuridad. En Vaivén, la memoria personal y colectiva se hace una. Recrea dos voces en diferentes tiempos. Un yo que se desdobla y se va aniquilando en la medida en que avanza el poema y otro que en forma de eco va resurgiendo.

Vaivén es el ir y venir de Liscano entre la metafísica y la razón. Sin embargo, atempera su incertidumbre y su desesperación frente al futuro. Creía en ese infierno del que hablan los gnósticos. Esto lo dijo muchas veces en las entrevistas que le hicieron en su dilatada vida. Había noches en la que no podía conciliar el sueño, angustiado por el futuro de la humanidad. A sus más de 80 años, vivía una verdadera desesperación, que conocieron muy bien algunos poetas contemporáneos.

Mientras se escriben estas páginas y recuerdo algunas conversaciones que tuve con Liscano en vida, me pregunto: ¿qué percibía Liscano que nosotros todavía no vemos? ¿Cómo alguien puede sufrir tanto por una certeza sobre el futuro? ¿Cómo percibir el quiebre de lo que viene? y ¿qué es lo viene? ¿Cómo una vida puede adelantarse tanto? Vaivén termina con dos versos casi apocalípticos:

“Se habla de un lugar inmóvil y feliz.

La muchedumbre crecida aúlla hacia el cielo”.

La poesía de Liscano está asentada sobre la sencillez y la naturalidad, lejos de los postulados estéticos, aún no ha sido estudiada y valorada. Su postura supone una mirada madura ante la relación que existe entre la vida, la literatura y la espiritualidad.

El poeta creyó que una verdadera vía espiritual era para él inalcanzable. Consideraba que un hallazgo de este tenor es el brote de una experiencia que se inicia todos los días. Es una práctica que genera un quebranto, un agotamiento del ser para impulsarlo a una realización en la soledad y en el silencio.

Presintió que de todas las artes, la poesía era la más cercana a esta práctica porque “constituye una experiencia de profunda soledad, de secreto y transfiguración” (4). Sentía que la ofrenda por pagar tenía un costo altísimo, sobre todo vital. Para él, la emoción debía ser transformada en pasión para crear, recrear y desdibujar y volver a crear y, al mismo tiempo, para tener la certeza de que cada nacimiento viene acompañado de su propia muerte. Liscano veía la belleza en el renacer, en el resurgir.

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Notas

(1) Campbell, J. Las extensiones interiores del espacio exterior. España: Atalanta, 2013.

(2) Ricoeur, P. La memoria, la historia, el olvido. Traducción de Agustín Neira. Madrid: Editorial Trotta, 2003.

(3) Machado, A. El apocalipsis según Juan Liscano. Conversaciones. Caracas: Publicaciones Seleven, 1987.

(4) Liscano, J. Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa. Madrid: Seix Barral, 1976. 


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