En esta breve muestra de su obra ensayística se traza un arco que va de 1949 a 1997. Cuarenta y ocho años. No se incluyen textos de todos sus libros de ensayos, ya que estos suman alrededor de 20 títulos y, la verdad, el criterio de la edición no ha sido exhaustivo sino restrictivo. Por supuesto, creemos haber escogido algunos de sus mejores ensayos.

Sus universos temáticos fueron diversos, pero tampoco demasiados. Folklore, antropología, poesía, artes visuales, literatura, mundo espiritual, política y, sin duda, todas las aristas del mundo cultural. Afirmar que la obra de Liscano es la de un humanista no es una exageración. Por lo contrario, es lo preciso. Fue un humanista porque se dedicó al estudio de las Humanidades, y lo fue porque su tarea intelectual tuvo al hombre como epicentro. Estas suelen ser las dos acepciones del término. En las líneas que siguen comentaremos, someramente, los libros de ensayos más significativos de Liscano.

El ámbito antropológico fue el primer espacio que ocupó la veta ensayista de nuestro autor. En su primer libro de ensayos, Folklore y cultura (1950), se recoge la experiencia de La Fiesta de la Tradición (el Festival Folklórico organizado por Liscano con motivo de la toma de posesión de la Presidencia de la República por parte de Rómulo Gallegos, en 1948); así como un texto sobre la poesía popular venezolana y otro sobre la cultura de los afrodescendientes en el país. El libro da cuenta de estos años del poeta dedicado a las investigaciones folklóricas. Cuenta con una justa presentación del escritor cubano Alejo Carpentier, quien para entonces vivía en Caracas.

En 1953 publica una recopilación de sus trabajos sobre la narrativa venezolana. Caminos de la prosa se titula el libro y en él se valora la novela La casa de los Ábila de José Rafael Pocaterra; Ana Isabel, una niña decente de Antonia Palacios; Fiebre de Miguel Otero Silva; Tío Tigre y Tío Conejo de Antonio Arráiz; El reino de este mundo de Alejo Carpentier y El hombre y su verde caballo de Antonio Márquez Salas. Varios de los ensayos fueron publicados antes como prólogos; otros no, y de ello advierte Liscano en el prefacio, donde manifiesta su desconfianza por este tipo de recopilaciones y explica por qué se arriesga a entregar esta a los lectores. En verdad, la prevención no se justifica si los ensayos son pertinentes, como es su caso. De lo contrario, si no lo son, pues su invalidez proviene de los textos mismos, no de la práctica de la recopilación. En todo caso, el libro, que nunca se reeditó, es un aporte valioso para la lectura crítica de estas obras.

En 1961 publica Rómulo Gallegos y su tiempo: uno de los más completos y penetrantes estudios sobre la obra del maestro que se ha escrito y, sin duda, el trabajo biográfico-ensayístico más redondo y exigente que Liscano emprendió, ampliado y corregido en edición de 1969. Sigue la lectura de la obra del maestro auscultando sus símbolos, ubicando las resonancias arquetipales de los personajes. Sus aportes para la valoración del personaje Marcos Vargas, de la novela Canaima, son indispensables. Igualmente valiosa es la lectura de conjunto de la obra, sin descuidar el dato biográfico, considerado fundamental por el exegeta.

En 1973 da a conocer su Panorama de la literatura venezolana actual. El investigador pasa revista a la literatura nacional del siglo XX, reconociendo los antecedentes, estableciendo una línea de continuidad. Historia la poesía, la narrativa y el ensayo, tanto el literario como el de otras temáticas, y no estudia el teatro, ya que el fenómeno dramatúrgico se realiza sobre las tablas, trascendiendo la construcción verbal. En su momento, el panorama liscaniano fue bien recibido. Hacía falta. No se contaba con esfuerzo similar en Venezuela. Fue reeditado en 1984 sin añadidos, y luego en 1995, oportunidad en la que el autor aprovechó para ponerlo al día, para escribir una coda sobre los hechos literarios de los veinte años siguientes.

En 1976 se edita Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa. El libro fue publicado en España, en la editorial Seix Barral, y recibió una entusiasta acogida en diversos países de habla hispana. Es natural que así haya sido, ya que se trata de un libro de ensayos que toca un tema medular para el universo de la literatura y el pensamiento. Fue, por otra parte, la resolución ensayística del dilema que se le presentó a su autor desde que se adentró en la obra de Krishnamurti. En el texto intitulado “Espiritualidad, esoterismo, literatura” Liscano ofrece sus conclusiones, después de haber trasegado con el tema en dos frentes: el de la experiencia personal con la escritura; y el de las múltiples lecturas en busca de la salida del laberinto. Afirma: “Las exigencias específicas de la literatura no corresponden a las de la realización espiritual. Mientras la literatura ahonda en la pluralidad, la espiritualidad anhela la unidad. Aquella intenta sustituir la vida por su enunciación escrita; se proyecta hacia el mito y la poesía (Borges) o hacia la denuncia, la requisitoria social y la agresión (Sartre y sus seguidores). La espiritualidad se cumple en el silencio; la literatura en lo verbal”.

Pero no solo ventila este tema central, sino que se adentra en la estructura de la ascesis por vía del mito o por la de la rebelión, mientras se pregunta por el futuro de la literatura. Escoge a cuatro autores, cuyas obras analiza en profundidad (Rimbaud, Hesse, Lawrence, Gallegos) e indaga en los mitos modernos, entre ellos el del “Hombre nuevo”. Esta obra, sin la menor duda, abordó asuntos de la mayor importancia para la literatura y la vida espiritual de su época, y la vigencia de sus indagaciones se mantiene en el tiempo.

En lo personal, a quien escribe le parece un libro de ensayos francamente deslumbrante, que no deja resquicio, neurálgico, ya sea por la escritura certera que lo atraviesa o por la importancia de los temas que toca. Además, y no es poca cosa, el punto de vista desde donde habla el autor es siempre personal. En esto Liscano fue rara avis: veía desde donde nadie o casi nadie observaba, y tejía dentro del universo cultural escogiendo con tino sus lecturas. La lista de comentarios sobre la obra es larga, y con firmas de peso intelectual. Puede decirse que fue su libro de ensayos mejor recibido por la crítica.

En 1980, el Ateneo de Caracas publica un libro valiente, de posiciones a contracorriente con la izquierda cultural de la época: El horror por la historia. En él vemos cómo el tono apocalíptico de Liscano va creciendo en su espíritu, hasta que este lo inunde por completo en camino de la vejez. En el ensayo central del libro, “Experiencia borgeana y el horror por la historia”, se parte del “Poema conjetural” de Borges para reflexionar sobre la historia, y la meditación avanza hacia la constatación del horror, del campo de exterminio y asesinatos que ha sido el devenir histórico.

El autor solo ve el horror, se niega a palpar la maravilla, que también está presente en la historia. En este sentido, el sesgo pesimista del ensayo es evidente, pero no por ello se aleja de la lucidez. Por lo contrario, toda la reflexión acerca de cómo la utopía ha sido fuente de los más terribles genocidios en la historia de la humanidad es de una agudeza excepcional. Igual lo es la manera como el autor va “arrimando brasa hacia su sardina” para abonar su tesis: el horror por la historia y el encuentro de cierta liberación fuera de ella. Tesis, por lo demás, ya esbozada en su poemario Cármenes, y en toda su obra, en la que busca apartarse de la mundanidad para ir al encuentro del Yo, de la vida interior. Suerte de ejercicio romántico en el que incurrió Liscano durante toda su vida intelectual. La visión apocalíptica de nuestro autor alcanza su epifanía en este ensayo: “La historia es un vastísimo fresco de muerte. Hacia atrás impera, por supuesto, la muerte, las crónicas de los muertos y de muertas civilizaciones. Toda señal de vida es evocación”.

Con el auxilio de los horrores de Stalin y de Hitler, Liscano avanza sin mencionar ni una sola vez a Churchill y Roosevelt, vencedores de la Segunda Guerra Mundial, porque lo que se propone es demostrar que el hombre está condenado en su tarea histórica. Se sirve del caso de Saint Just, quien pasó de ser un teórico de las ideas liberales a un sufragante de los horrores de Robespierre. El tejido del ensayo es notable e, insisto, su mejor momento lo alcanza en el análisis de la utopía como fuente del horror histórico. Incluye, además, el análisis de un sueño que él mismo ha tenido, que lo contrasta con el poema de Borges, y vuelve sobre los fueros históricos; se mueve con una agilidad ensayística envidiable. A este ensayo, notable en muchos sentidos, le sigue un análisis de la figura mitológica del Ché Guevara, en el que denuncia sus trapacerías asesinas, así como lo hace con Stalin, a quien le dedica tres textos más, estudiando los campos de concentración de la URSS, y cómo un proyecto socialista se tornó en una máquina de asesinar disidentes. A Hitler también le ve el hueso: no podía ser de otra manera si se está trabajando con grandes genocidas de la historia.

En 1981 reúne, por solicitud de la Galería de Arte Nacional, sus trabajos sobre artes visuales. Se titula, discretamente, Testimonios sobre artes plásticas. En él no solo se halla el lúcido ensayo sobre Reverón, publicado en Zona Franca en 1964, sino otros sobre la obra de Mario Abreu, Héctor Poleo, Rafael Monasterios, Pedro Léon Castro, Gabriel Bracho, Carmen Montilla, Ángel Ramos-Giugni y Manuel Espinoza. Acerca del ensayo sobre el pintor de Macuto, en trabajo reciente y publicado póstumamente, de Juan Carlos Palenzuela, se reconoce la importancia pionera de este ensayo, anterior a los análisis de Boulton y Calzadilla sobre el artista, y revelador de una comprensión de la obra del pintor que conserva plena vigencia.

En 1983 se publica en Buenos Aires un nuevo libro de ensayos: Descripciones. En él, vuelve sobre Herman Hesse y sobre D.H. Lawrence. Trabaja la obra de César Vallejo, Alberto Girri, Jorge Gaitán Durán, Rafael José Muñoz, Héctor Murena, Olga Orozco y Octavio Paz. En el trabajo sobre la obra ensayística y poética de este último, medita sobre la diferencia entre exoterismo y esoterismo, centrándose en los libros Pasado en claroLos hijos del limo y El mono gramático, así como penetra en la selva orientalista que Paz conoció de cerca, no solo por sus lecturas sino por sus dos temporadas en India. El interés por estos temas unía a los dos escritores, que se habían frecuentado cuando coincidieron en París, en la década de los años cincuenta. El ensayo salda una vieja deuda de lector y admirador de la obra de Paz por parte de Liscano.

El ensayo dedicado al estudio de la obra de Murena es notable, no solo por el conocimiento que el autor tenía de la misma, sino por las conclusiones a las que va llegando. Este personaje influyó mucho en las lecturas de Liscano. Murena era un verdadero experto en temas esotéricos. Conocía a fondo la literatura iniciática, la oriental, el hermetismo y atendía los designios de la astrología. Vio en su horóscopo, siendo muy joven, que moriría a los cincuenta años y, una vez que llegó a los cincuenta y dos, aceleró su deceso. Pensaba que su tránsito terrestre estaba cumplido. Un caso extrañísimo, obviamente. La fascinación que producían estos temas en Liscano halló horma en la obra mureniana. Si Lawrence lo puso en el camino del respeto por la naturaleza y la condena de la civilización occidental, Murena le señaló el sendero en varios laberintos.

En 1985, el ensayista reúne un conjunto de textos y comentarios sobre poesía venezolana. Lecturas de poetas y poesía se titula el volumen, y en él se constata una vez más lo que fue signo de su vida intelectual: la atención a la producción poética de sus connacionales y la generosidad con que se ocupó de la obra de centenares de autores noveles, así como de consagrados que despertaron su interés.

En 1988, publica un libro para el que se había preparado toda la vida: Los mitos de la sexualidad en oriente y occidente. En él recoge conclusiones sobre las múltiples lecturas que hizo a lo largo de su dilatado interés por estos temas. Como prueba de la honestidad intelectual del ensayista, en una suerte de advertencia editorial redactada por el propio autor, rinde tributo a los autores que motivaron y fueron base para la escritura del libro: Fray Cesáreo de Armellada, Marc de Civrieux, Jacques Lizot, Michel Perrin y Philippe Mitrani, antropólogos y lingüistas. Como texto de divulgación, como compendio, cumple con su cometido. Además, en la coda de las intuiciones, aporta varias de significación, como aquella de señalar el momento del amor cortés occidental, del amor romántico, como una encrucijada en la que pudieron darse la mano el cuerpo y el alma, sin que sobreviviera una escisión dramática. Por otra parte, la condena de la deshumanización del mundo capitalista y consumista está, como siempre, presente. Esta condena le permite articular un discurso en contra de las desviaciones del mundo occidental moderno.

La tentación del caos fue publicado en 1993, pero es evidente continuación de la investigación recogida en Los mitos de la sexualidad en oriente y occidente. Más aún, puede tenerse como corolario el uno del otro. Basado en lecturas de Carl Gustav Jung, Joseph Campbell, Mircea Eliade, Roger Callois, Oswald Spengler, Octavio Paz y Platón, en el libro se examina el mito del caos preexistente a la floración genésica, y a partir de allí se avanza hacia el análisis del amor cortés, del amor en Occidente, para concluir con una tesis sumamente discutible, pero no por ello baladí. Todo lo contrario. Dice el ensayista: “La gran contradicción del alma de Occidente consiste en querer servir dos impulsos existenciales antagónicos: la ambición de poder y la realización del amor. En ambas dimensiones el genio occidental alcanzó extremos: la técnica transmutada en supernaturaleza y la interiorización trascendente capaz de darle erotismo a la muerte. Pero nunca logrará conciliar la ambición de poder y el ideal de amor. Este desgarramiento afirma inquietantemente el triunfo del mal. Pero como el tiempo no es lineal sino cíclico, cabe esperar nuevos advenimientos y renovaciones, antes de otras destrucciones”.

¿Son realmente antagónicos el amor y el poder? En caso de que lo sean: ¿por qué ello supone el triunfo del mal? ¿Realmente el tiempo es cíclico? Son tantas las dudas que surgen de la lectura de sus conclusiones, que es justo reconocer que el ensayo es una invitación a la discusión sobre temas medulares, para los cuales Liscano no presenta interrogantes sino conclusiones, con la seguridad con que solía argumentar a favor de sus tesis, que luego con frecuencia matizaba o cambiaba, siempre regido por su indudable capacidad de transformación y honestidad intelectual. En verdad, el ensayista en este texto se conduce más como un convencido que expone sus tesis que como alguien que ensaya en busca de la verdad. En todo caso, la coherencia en la condena del desarrollo científico y tecnológico de Occidente, desde su más tierna juventud hasta la senectud, es una de las constantes más relevantes en el pensamiento de Liscano. Aquí está de nuevo, enarbolada.

En 1997 entregó su último libro de ensayos Anticristo, apocalipsis y parusía. Las primeras ochenta y seis páginas del libro las ocupan los textos ensayísticos de Liscano; las siguientes, la traducción al español, del inglés, que hizo el poeta Alejandro Salas del Manifiesto de Unabomber (Teodoro Kaczynski). Las notas al final del texto son de la autoría del traductor. Veamos de qué se trata esta última incursión ensayística del poeta.

En la misma línea argumental de su libro de ensayos anterior, el poeta, dominado por una sensación apocalíptica, la emprende de nuevo contra las nuevas tecnologías y, en particular, la Internet. Conmueve advertir que, si en otros momentos de su vida tuvo grandes intuiciones que se adelantaban a su tiempo, en esta oportunidad el derrotero es otro. Todo indica que cuando el pesimismo es militante, se equivoca tanto como cuando el optimismo lo es. Sigan este párrafo, en el que se refiere a Internet, otra vez: “Poca duda cabe de que más pronto que tarde, las corporaciones transnacionales intentarán controlar las agencias de servicio y extender su mensaje y sus proyectos de dominio mundial, a través de esa tecnología que ha despertado tanto entusiasmo libertario, hasta el punto en que ha dado lugar a la creación de un movimiento cibernético sin líder, sin oficinas, pero capaz de manifestarse por esa vía electrónica. Internet es una prueba más de la reversión que suele producir la acción humana de los inventores y tecnólogos”.

Nada de ello ha ocurrido y la libertad con que cualquiera se desenvuelve en la red es cada día mayor. Tampoco advertía con claridad nuestro poeta que Internet se iba a convertir en el más extraordinario instrumento informativo que ha conocido la humanidad. Al día de hoy, es una herramienta académica indispensable. Estas lecturas apocalípticas de un hecho científico-tecnológico se acompañan en el texto de una invectiva en contra de Bill Gates, a quien Liscano comienza a ver como una encarnación del “capitalismo salvaje”, guiado por el afán de dominio político y económico.

El trabajo, en verdad, constituye un grito desesperado de un visionario que está dominado por la idea del fin de los tiempos y, además, cree que las profecías judeo-cristianas se han ido cumpliendo. Según el autor, Hitler fue el Anticristo; el Apocalipsis está almacenado en el poder de fuego de las superpotencias; y la parusía (segundo advenimiento de Cristo) está por llegar, según su creencia. Incluso, asume un verbo milenarista, y se pregunta si la llegada del 2000 no será propicia para ella. Realmente, es difícil leer este ensayo, ya que está más fundamentado en creencias que son tenidas como hechos cumplidos, que en temas para la discusión. Liscano razona, pero también se adentra en una selva de lecturas esotéricas sobre las que no tiene dudas y llega a conclusiones extrañas para la razón, y probablemente obvias para los iniciados. Obviamente, en su último libro de ensayos se impuso la tendencia partidaria, tesista, moralista que anidaba en Liscano, dejando de lado la otra, la del agudo analista, la del que desmonta un mito y lo desmenuza, como un mago, ante los ojos de la audiencia atónita.

Hasta aquí este breve texto introductorio de la obra ensayística de uno de nuestros grandes escritores. Tanto su poesía como sus ensayos se complementan porque Liscano era un hombre de obsesiones temáticas, que se sumergía en un tema y no lo abandonaba hasta que le veía el hueso. De esta pulsión avasallante surgieron sus mejores páginas. El lector podrá comprobarlo.


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