Camerata
Isabel Palacios

Apenas ha pasado una semana desde la inauguración del escenario en la vieja casona que sirve de sede a la Camerata de Caracas. Es miércoles en la tarde e Isabel Palacios revisa detalles. Toca el piano, le da indicaciones a un empleado, mira a un lado, mira al otro. Todo lo quiere en orden.

Afuera el sol está radiante, y la casa lo está aún más, no solo por su arquitectura, sino también por las historias que alberga. Es la sede de la institución desde 1990, cuando murió Luisa Palacios que hasta entonces vivía ahí, la madre de la directora y fundadora de la institución musical.

La casa está ubicada en una zona de la ciudad que todavía conserva el esplendor de sus construcciones, a pesar de tener tanto caos cerca. Los Rosales esperan mejores tiempos.

Han pasado 40 años desde la fundación de la Camerata de Caracas. Palacios sigue ahí, en pie, para mantener una memoria y continuar con un legado iniciado en 1978. Fue en septiembre de ese año cuando se realizó el primer concierto, en la Galería de Arte Nacional.

—¿Cuántos recuerdos hay en esta casa?

—Muchos, pero no todos, porque yo no nací acá. Sin embargo, toda esta zona tiene especial significado. Yo soy como el caracol, que carga la casa encima. He tratado de ordenar mi mente para ver si un día escribo la historia de la Camerata de Caracas. Recuerdo que mi marido José Ignacio (Cabrujas) me dio instrucciones para no perderme en un laberinto: buscar un almanaque mundial, fijar el año que quiero recordar, revisar los grandes hechos que ocurrieron y pensar en lo que yo estaba haciendo cuando sucedieron. Bueno, consejos de escritor que pueden servir, porque realmente hay momentos en los que últimamente me paralizo y pienso en cómo hemos llegado hasta aquí. Es mucho. Bellísimos recuerdos, otros muy tristes y dolorosos, pero duelen porque hay mucho amor.

—¿Y cómo sería ese primer capítulo?

—(Risas) Tal vez como comenzó ese documental tan bonito que me hizo Carlos Márquez. Era músico antes de la Camerata, pero lo que me llevó a que me gustara el arte que partió del Renacimiento sería el punto de partida. Fue en un viaje a Italia que hice con mis padres cuando tenía 9 años de edad. Quedé muy impresionada por las maravillas de todo lo que vi. Ese viaje fue organizado por dos cabezas artísticas muy importantes: Miguel Otero Silva, uno de los grandes amigos de mi familia, y Abel Vallmitjana, profesor de pintura de mi madre, que además junto con Juan Liscano se encargó de investigar y registrar el folklore de este país. Ellos estaban frustrados porque mi mamá no conocía Italia y estaban desesperados por mostrársela. Cada uno, como se dice en criollo, se la quería monear. Aquello era ir a un museo y ver cómo estas dos personas discutían sobre un artista. Sin esa semilla, no me hubiese interesado esta música.

—¿Cómo hacerle honor a tantos años en esta celebración?

—A medida que nuestra vida y el país han cambiado, también cambia la idea de una celebración. En este momento lo importante es afianzar la memoria, más que una fiesta con fuegos artificiales. Que las generaciones vean lo que fue esa Venezuela que formó a la Camerata. Creo que hay que hacer énfasis en la fe y en cómo se puede vislumbrar un sueño y trabajar duro para concretarlo. Siempre con miras artísticas, no de poder. La música ha sido la guía de nuestros afectos y eso será lo que moverá al público en los conciertos por el aniversario, que no serán en ningún teatro de Venezuela, sino en esta casa. Porque la Camerata nunca tuvo una sede, nosotros tuvimos que buscarla. A mí no me han dado residencia ni la posibilidad de dirigir un teatro, a pesar de que hemos agotado entradas donde nos hemos presentado. Además, también se harán acá porque así no tendremos que pagar nada. No hay dinero, no podemos ni pagar un camión para trasladar un órgano. Aquí solo tengo que bajarlo por las escaleras. Puedo también ensayar todo lo que necesite sin la presión de abandonar la sala. Y bueno, además tiene buena acústica. Estoy cansada de que me inviten a sitios que suenan pobres y no hay retorno.

—¿Por qué ha pasado todo eso?

—Bueno, en verdad, hay pocos espacios, y cuando alguien agarra su conuquito, lo mantiene. También creo que me tienen un poco de miedo porque creerán que la Camerata se apoderará del lugar. Pero no es así. La única vez que me tocó dirigir un espacio fue el Museo del Teclado, y lo hice durante ocho años. En ese tiempo la Camerata de Caracas solo se presentó ocho veces, una vez cada año. No me pareció ser arte y parte. Tampoco hice un recital como solista en ese lugar. Ocurrió después, cuando entró Fedora Alemán. Tal vez soy tonta, porque hay personas que hacen lo contrario.

—¿Cómo se mantiene la Camerata de Caracas?

—Por donaciones privadas de zutano y mengana. Hay personas que no quieren que se acabe porque es un símbolo.

—¿Y el vínculo con el Ministerio de la Cultura?

—Cuando el doctor José Antonio Abreu fue ministro de Cultura me pidió que constituyera a la Camerata de Caracas como fundación, por lo que conseguí que otras instituciones, como Pdvsa, en ese entonces, ayudaran. Luego, durante las gestiones de Manuel Espinoza, a quien conocía desde niña, y Francisco Sesto, hubo golpes de suerte. Pero de ahí en adelante no vale la pena ni decir que no alcanza ni para pagar la luz. Hemos tenido también un patrocinio fiel del Banco Mercantil, que nos hizo viajar por Venezuela y grabar nuestros mejores discos, pero lo que ahora nos puede dar es completamente absurdo.

—¿Cómo mantener la constancia en momentos en los que tantos muchachos se van?

—Ese es el dolor más grande que tenemos ahora en Venezuela. Vamos a convertirnos en un país de viejos. Yo soy un mamut por lo que represento entre los músicos venezolanos. Quedaremos cinco de los que le pudimos dar la mano al maestro Vicente Emilio Sojo. Durante años he entendido que mis integrantes se hayan ido, lo he llorado y celebrado. Cuando se fue Iván García a cantar con Jordi Savall fue todo un llanto. Así otros tantos. Es lógico que si son tan buenos, alguien me los quite y ellos se quieran ir, pero quedaba el semillero. Entre los que se han ido y los que han fallecido, hay filas que han quedado mortalmente heridas porque no tengo quién me forme a otros. La viola de gamba no es un instrumento que se estudie en un conservatorio, por ejemplo. Antes todos se iban para arriba, para mejor, ahora no ocurre así con muchos de los que se me van.

—¿Y cómo es la situación en el interior del país?

—Tengo un porcentaje impresionante de personas del interior en la Camerata. Cuando vienen a clases, traen sus bolsos de dormir y se quedan acá en la casa. Quisiera que de la puerta para acá no se hable de lo difícil que está la cosa, de que no consiguen carne o de lo arduo que es llegar hasta acá. Ya no son excusas, simplemente a veces no pueden llegar porque no consiguen transporte. Pero seguimos. Hago cursos intensivos, seminarios, pasamos una semana entera trabajando y luego se van.

—¿Qué tan grave es la situación con repertorios de óperas que solían presentarse en el país y ya no se producen?

—Bueno, cuando venían las temporadas internacionales el repertorio era amplio porque había mucho dinero. Hay óperas que al público venezolano no le gustan mucho. No se llenan tanto como La traviata, por ejemplo. Siempre ha sido así. Pero actualmente no están todas las voces. Ha habido un éxodo increíble. Ya estaban cantando muy pocos y se han ido. Yo tengo una tragedia porque necesito un tenor mozartiano y no hay. Los llamo y me dicen que están en otro país.

Vislumbrando el futuro

Isabel Palacios, directora y fundadora de la Camerata de Caracas, ha preparado una agenda para celebrar los 40 años de la institución, como la serie de conciertos que se realizará los próximos fines de semana que en la sede de la institución. También dictará un ciclo de cuatro clases magistrales que ha titulado: María Callas. La divina diva, sobre la base de algunos momentos clave de las óperas Norma, Violetta, Medea y Tosca interpretados por la cantante griega. Además, habrá talleres, cineforos y el relanzamiento de la página web del grupo. Incluso le han propuesto que dicte clases a través de Youtube. Son parte de las ideas que la artista tiene en mente, porque, como dice ella, los planes no se pueden detener, menos en un contexto como el actual. Recuerda una frase que recientemente escuchó en un documental: “Es preferible encender una vela antes que maldecir a la oscuridad’. Y acá estoy, prendiendo velas como loca”.


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