Toda obra responde a un destino y una alquimia.

El poeta, a medida que avanza en la escritura, traza un rumbo. Solo puede comprender sus pasos deteniéndose, mirando las huellas. Pero, a veces, no hay tiempo. El eros, la energía vital creadora, va impulsando el movimiento, las palabras, las imágenes, las insistencias. Apenas, escucha y obedece. La voluntad creativa, la intención estética, no bastan. A un poeta se le impone una exigencia que responde a su tradición verbal y poética. Si aprende a escucharla, a obedecerla, será conducido con firmeza al lugar donde convergen las voces poéticas para ser una, regresar al origen. Mientras, deberá vivir la andanza y el hallazgo. Y, así, Ida Gramcko, tituló una de sus antologías poéticas. Estaba consciente de que un destino se le impuso y le marcó el camino y ella halló el lugar que la vinculaba con el origen, por ello en un texto de los años 70, escribió: “Toda mi poesía última ha cejado en su búsqueda porque me plena el encuentro, lo fervoroso y el sosiego. La poesía, en este caso, ya no se crispa sino que fluye. No es palabra de afán o de inquietud sino una voz de amor”.

Esta obra inmensa, tanto por la aspiración interior enhebrada en su palabra como por su deseo ascensional de fusión con lo absoluto, nació con ella. Cuenta en Tonta de capirote (1972) que con tres años escribió su primer poema.

Cuando el poeta Andrés Eloy Blanco la escuchó y la leyó, ella era una adolescente. Quedó impresionado y le escribió un poema. ¿Videncia poética, designio? Su poema, escrito en un instante, invoca un imaginario alejado de aquel que usualmente manejaba el poeta cumanés. Emerge en su palabra la idea del sacrificio prehispánico y la crucifixión cristiana. ¿Sugestionaría este texto a su destinataria o, simplemente, en un instante, el poeta que era Andrés Eloy vio el futuro y se conmovió, descubrió la luz y la soledad en su destino?

La expresión creativa de Gramcko abarcó diversos géneros literarios y posee textos transgenéricos o híbridos, como los nombran ahora. Libros que fueron inadecuadamente leídos en su época y todavía hoy en día. En la década de los 40 del siglo XX, fue una de las primeras reporteras en Venezuela y, no muy consciente de ello, una mujer de vanguardia que rompía los patrones tradicionales como expresión desafiante a los convencionalismos, pues su actitud vital era la de una rebelde a pesar de su fragilidad y de cumplir con la convención del matrimonio.

Dentro del canon de la literatura venezolana, se le ubica en la llamada generación del 42, marcada por una tendencia hispanizante que rechaza las vanguardias del primer cuarto de siglo y se plantea volver a beber de la tradición española, tradición inicial de la poesía latinoamericana. Esta generación vuelve a cultivar el soneto, como una forma poética por antonomasia, recurre a la rima y al ritmo, retoma temas universales y no evade la elocuencia ni la solemnidad. Sin embargo, si los rasgos formales y la fecha de publicación de su primer poemario permiten establecer esta vinculación, ella no perteneció a grupo literario alguno ni se suscribió a ninguna estética. Solo se reunía con poetas y artistas amigos que iban desarrollando, igual que ella, su discurso en solitario; amistades de toda la vida: los poetas Elizabeth Schön y Alfredo Silva Estrada. Alfredo Cortina, el esposo de Elizabeth y tío de Ida, la danzarina Sonia Sanoja, esposa de Silva Estrada. A ellos se suman la artista plástica Elsa Gramcko, hermana de Ida, y el fotógrafo Carlos Puche, su esposo, los también artistas plásticos Alejandro Otero, Mercedes Pardo, el narrador Oswaldo Trejo, Aquiles Nazoa, el filósofo Guillent-Pérez, Alfredo Chacón y un círculo en rotación conformado por poetas de varias generaciones que iban y venían entre el afecto y el interés por sus tertulias, sus reflexiones y las legitimaciones que podían otorgan sus opiniones en torno a algún libro o poema.

Son propios de los textos que escribe Gramcko, los tópicos del cuerpo como prisión del alma, igualmente los de la muerte, la luz, la sombra, la muerte, la resurrección. Hay quienes han señalado que su obra es de carácter místico y poco se ha hablado de su discurso amoroso y erótico que una lectura cuidadosa va descubriendo como una continuidad temática. El registro de la poesía amorosa y el carácter ascensional y, por lo tanto, heroico que guía el sentido de su escritura poética han sido desdeñados por la crítica, a pesar de ser fundamentales y obvios.

El imaginario de Ida Gramcko está poblado de palabras sonoras, hadas, elfos y encantos, angustias, de un ángel que la redime, de sonidos que se repiten, de un sol que la crepita, del sexo que la acusa, la inquiere y del que intenta escabullirse a través del discurso, de lo ascensional, del alma pero que se le impone en algunos poemas y, en especial, en sus obras dramáticas. La distancia del discurso teatral, su ficcionalidad, le dio más libertad para elaborar literariamente la emoción del deseo carnal.

En Ida Gramcko emergía una fuerza que no pudo derrocar su palabra y la obligaba a rendirse a las demandas de la poesía que será el lugar donde convergen todas sus angustias, su serenidad, su humor –muchas veces mal comprendido–, su andar alado entre las cotidianidades de su día a día, sus diálogos con los numerosos psiquiatras y analistas que la acompañaron luego de su crisis psicótica a inicios de los sesenta.

Ante el inabarcable espectro que ofrece su poesía, aquí se propone al lector seguir una línea temática de las muchas que ofrece su escritura: el camino de la luz.

Este tópico presente desde los inicios de su escritura, logra su pico de exaltación a final de los 60 y hasta los 80 cuando sin abandonarlo, se hace más discreto en su discurso. No deja de ser interesante y quiero destacarlo, que en este período aparecen vinculaciones con el cristianismo, supuestamente derivadas del ángel como símbolo de lo masculino idealizado, y en los libros impresos, sin importar el diseñador o diagramador, un dibujo elemental que simboliza un sol naciente que se puede observar en las contratapas o, ya cuando inicia su disolución como símbolo que la determina vitalmente, en la portadilla. De esta etapa, el uso de la i latina en sustitución de la “y” como conjunción copulativa, queda registrado solo en Poemas de una psicótica (1964) y en su correspondencia personal.

Este es solo un camino que propongo para acompañar a la poeta y aproximarse a su poesía buscando una mayor comprensión del rico tejido que constituye su propuesta estética. Aquí se podrá apreciar la presencia complementaria de una estética impura en el sentido de no seguir un solo camino formal, como parecen exigirlo algunos estetas, sino varios (el poema de largo aliento convive con el poema breve, el verso con la prosa) y de una estética “dura” que se manifiesta en el acto de sostener a lo largo de los años su propia voz e imaginario.

Son el sentido y el contenido, las imágenes y metáforas las que confieren sello a su voz, otorgándole una identidad única. La forma –siempre cuidada– ofrece un paisaje subversivo con las concepciones estéticas imperantes en su época y aún hoy en día, pues no se somete ni amarra a ninguna forma en especial. Sin embargo, nunca establece con las múltiples manifestaciones formales que ofrece un poema, un trato caprichoso. Su uso responde a una intención estética que no deja de estar vinculada con la búsqueda de lo trascendente. Pero, su inclinación ascensional y la idealización que marcan su mirada no se desprende ni se separa de lo humano ni de su cotidianidad. Hay compromiso con lo humano, un temblor ante el dolor de los demás y el suyo propio. Si bien, el núcleo de su obra revela una vivencia mística inseparable de la vivencia poética, la imposibilidad de desligarse de lo carnal, atormentará su palabra que aspira a alcanzar lo inalcanzable y está regida por un profundo sentido creacionista.

Su dominio tanto del poema largo, que se abarroca, como del breve, que se despoja, manifiesta la identidad de la poeta, sus certezas y sus riesgos.

Por otra parte, su escritura es testimonio de un drama y un proceso existencial que desde la metaforización de lo real vivenciado tocó extremos de lo luminoso y conoció la sombra que encierra esa luz. El drama lírico que se desprende de su obra es el conflicto que reside entre la carne y lo desencarnado, el deseo sexual y el deseo idealizado, impulso hacia lo trascendente. Algún suceso posterior a su poemario de 1944, de tema erótico ingenuo pero amoroso, apasionado y arraigado al cuerpo, marcó este conflicto que, se puede suponer, fue parte del tejido de acontecimientos que produjeron años después una crisis psicótica que solo pudo resolver en la escritura desprendiéndose de lo contingente para buscar lo desencarnado como ideal, tal como lo testimonia Poemas de una psicótica.

A esto hay que sumar una presencia arquetipal que siempre la acompañó y que ella encarnó sin prevención: el arquetipo del poeta y del héroe. Aunque estos arquetipos se vinculan con lo solar, su palabra conjurará esa energía al abrirle un discreto territorio a lo nocturno. La noche revelará en sus poemas una fragilidad sufriente y femenina, una reciedumbre que no elude lo femenino ni lo materno desde la particularidad de su voz. Su tránsito poético lleva la huella de la entereza, del mito, asoma las vicisitudes del héroe poético y humano: cruce del umbral, pruebas, oponentes y ayudantes (ángeles y diablos), saber obtenido. Pero no hay regreso ni misión cumplida, pues el viaje quedará siempre inacabado. Su obra poética es el legado de una decisión. Detenerse ante el umbral y cruzarlo. Cumplir un rito de pasaje ancestral para adentrarse en el territorio de la poesía, territorio del que no regresará jamás. Es el sacrificio en pos del sentido de lo sagrado ante la fuerza arcaica de la poesía. Cruzar el umbral fue el inicio de un camino que culmina editorialmente en la publicación de un canto al amor y a la muerte, Treno. Este libro era el corolario a su duelo de viuda y, en este momento, me pregunto si no sería también su propio canto ante la muerte cercana.

Ante su obra hubo muchas palabras, críticas, lisonjas, amorosos lectores y detractores. En la década de los 80 su estética era rechazada, porque eran otros los parámetros que se querían imponer, pero ella nunca cedió. Fue fiel a su discurso.

Que es un discurso que busca justificarse ante el mundo y reafirmar una mirada, una creencia, lo es. Que el apego a las formas clásicas lo aleja de la idea general y consensuada que se tiene de la poesía contemporánea, es así. Que los temas se repiten, fidelidad hay a ellos. Que la extensión de los poemas diluye el logro poético, a veces ocurre.

Esta poesía ajena a la complacencia, como debe serlo todo acto creador, pero sufriente ante los señalamientos –el poeta es un ser con sus fragilidades–, hizo surgir textos y libros que se movían en terrenos inesperados para la escritura. Pero, ella aceptó esa hibridez o fusión de géneros que aparecieron a finales de los 50 y fueron publicados en la década de los 70. ¿Cómo saber que a fines del siglo pasado sería asunto común y se hablaría de lo transgenérico como un buen e interesante rasgo estético?

Así hay quienes se desconciertan porque a Ida Gramcko los géneros se le habían borrado como taxonomías, hay quienes señalan que son textos infantiles. El imaginario de Gramcko estaba muy nutrido por el mundo infantil y mágico tanto europeo como venezolano y eso no convertía a sus propuestas en literatura infantil. La mirada lúdica de esos libros ha sido mal interpretada. Ya en esta época hay que comprender, cosa difícil para algunos pero que ha entendido perfectamente la industria del cine animado, que no hay temas infantiles y de adultos, que todos son temas que habitan en el colectivo y en la imaginación personal y transpersonal.

Además, Ida Gramcko empieza a conformar su obra de manera pública con apenas trece años, adolescencia que es tránsito hacia lo adulto y abandono de la infancia. Dos emociones abiertas al conflicto.

No había, para ella, palabras poéticas. Todas las palabras eran poéticas. Eso sí, se percibe, un disfrute en irrumpir el discurso con vocablos cotidianos y cuyos sonidos, a veces, pueden producir rechazo en el lector por su aparición inesperada.

Para los lectores actuales, su obra puede significar un reto o un cerrado universo, toca cruzar el umbral asidos a la voz potente de Ida. Ahora serán los lectores los que evocarán la fuerza poética de su voz, una y otra vez, la harán propia en el silencio íntimo que emergerá de las manos que sostengan el libro, de la voz que musite los poemas para hacerlos de nuevo respiración. Pero, lo más importante en esta breve selección que aquí se presenta es la oportunidad de aproximarse a la voz de una mujer que se supo en la poesía y supo que la poesía era su única posibilidad para hallarse y comprenderse en el mundo, para vivir las horas largas de los días sucesivos, los hallazgos, los encuentros, los desencuentros, las enfermedades, la muerte, las pérdidas y las ganancias.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!