Héctor Padula es un fotógrafo cuya experiencia trasciende las texturas de la imagen para desplazarse hacia los albores de la fotografía como un espacio de reconocimiento ante lo desconocido. Fundador del proyecto Parima Culebra. Médicos de la selva, desarrolló en distintos períodos –entre 1984 y 1988– un cuerpo de trabajo fotográfico que desplegó su in-vivencia personal y profesional en el Alto Orinoco. En esta actividad, el desarrollo de la fotografía surgió de una forma tan azarosa como particular. La imagen se fue construyendo como un apego por la sobrevivencia, marca ante lo ignoto, aprehensión de un relato iconográfico que se volvió la reflexión y el apunte de ese testimonio capturado por las maravillas y los abismos del día a día, forjado en la necesidad de permanecer representado frente a la vastedad incierta de una topografía y de una humanidad completamente distintas a lo ya sabido, a lo dominado, a lo habitual.

Esta forma de asumir la fotografía y la imagen misma como el extraño eslabón ante la inminencia de la muerte, como el único anclaje posible en aquella experiencia que encarnaba la desaparición total de todos los protocolos y estructuras conocidas, construyó en el transcurso del tiempo una representativa recopilación de intervalos visuales; por un lado, se delineó una fotografía separada del apego febril y obcecado que anida en los logros particulares de la foto autoral o en la trascendencia de una imagen como estructura vibrante de competencia creativa. En el caso de Padula, la materia fotográfica es sin lugar a dudas el andamiaje que le ayudó a subsistir en una aventura que lo desestabilizó desde todos los ángulos posibles: la inmersión de su línea estructural, de su propia personalidad, en la otredad vibrante que respira desde los inexplorados territorios del sur del país. Esta contingencia crucial derivó en un campo visual único donde la inexplorada espontaneidad de lo otro se fue convirtiendo, poco a poco, en la epidermis sustancial de la propia existencia. Por otra parte, esa trasmutación con el contexto puso en evidencia los reveladores atajos de una imagen donde la presencia del fotógrafo no era ya el calculado encuadre de un extraño observador del afuera. Padula y su cámara fueron dos instancias que se transformaron en partículas fundamentales de aquella comunidad; personalidades inherentes a él, gentes que abrieron el espacio relacional para entregarse a una captura fotográfica en la que aceptaron y asumieron que no tenían frente a sí a un temerario raptor de almas, sino a una parte sustancial de la vida de ellos mismos.

Este libro y el recorrido fotográfico que él comporta representan un proyecto editorial inédito frente a los diversos ejercicios de la fotografía documentalista desarrollados en Venezuela durante las últimas tres décadas del siglo xx, proyectos en los cuales distintos profesionales del área intentaron atrapar los movimientos vitales del Alto Orinoco. En este conjunto de imágenes aquí reunidas se convoca con renovado espíritu la prolífica y compleja amplitud, tanto de lo que allí sucedía, como de lo experimentado por el fotógrafo Héctor Padula en su mudanza esencial: un artista que supera el talante antropológico documental para reunir en cada imagen las presencias y ausencias de una in-vivencia con la que logró emulsionar una producción fotográfica única, un cuerpo de trabajo que no sólo se encuentra embebido por su propio compromiso humano sino también, y con mayor ahínco, por los reveladores claroscuros de un diario de vida que ratifica para nuestro presente los despuntes de una producción vibrante: una obra impregnada por filones soterrados y vetas autorales que al tiempo que desmoronan y quebrantan a la propia obra, también la reconducen; para finalmente colmarla de una gran contemporaneidad.

IPA WAYUMI. Fotografías: Héctor Padula. Textos: Lorena González Inneco. Curaduría: Vasco Szinetar. Diseño: Kataliñ Alava. Caracas: Editorial Lakava, 2017.


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