Francisco Javier Pérez, caraqueño de 59 años de edad, es desde 2015 el secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, integrada por las veintitrés que existen en el mundo. Licenciado en Letras, lexicógrafo, doctor en Historia, docente, autor de numerosas publicaciones relacionadas con la lingüística, fue presidente de la Academia Venezolana de la Lengua entre 2011 y 2015.

Desde hace una semana un debate ha encendido las alarmas en la Real Academia Española: Carmen Calvo, ministra de Igualdad y vicepresidente del gobierno español, ha solicitado que la RAE realice un estudio del lenguaje de la Constitución de su país para adecuarlo a uno que sea inclusivo para las mujeres.

El director de la Real Academia, Darío Villanueva, ha asegurado que no ve en estos momentos la “más mínima posibilidad” de reformar nada en la Constitución. Y Pérez, por su parte, destaca: “La inclusión en el lenguaje se reflejará de manera auténtica y no forzada cuando la verdadera inclusión se cumpla en la vida social y cotidiana de los hombres”.

—¿Está a favor o en contra del lenguaje inclusivo?

—No estoy a favor de eso que llaman “el lenguaje inclusivo”, pues me resulta un gesto chato frente a algo tan grave como la desigualdad y la falta de pluralidad en el mundo de hoy. La sociedad actual tiene el reto enorme de hacerse activa y pugnaz frente a cualquier forma de exclusión, sea ideológica, social, racial, religiosa, sexual, económica o cultural. El lenguaje, que es al mismo tiempo sonido y tímpano de la vida, recogerá con justicia y reproducirá con justeza cualquier avance en relación con la inclusión; pero lo hará con sus propios recursos y no movido por imposiciones políticas o por dictados gubernativos de ninguna especie. La inclusión no se ordena ni se decreta. La inclusión en el lenguaje se reflejará de manera auténtica y no forzada cuando la verdadera inclusión se cumpla en la vida social y cotidiana de los hombres. Si alguien piensa que porque se multipliquen en la lengua escrita los dobletes genéricos, pues en la lengua oral es asunto casi imposible de lograr, está solucionado el problema de la inclusión, o es corto de entendimiento o es un perverso manipulador que está buscando incautos que le crean. La inclusión necesita acciones y no gestos, pues de buenos gestos está empedrado el camino del infierno.

—Movimientos feministas proponen que, en lugar de la “o” o la “a”, se utilice la “e” para hablar de un género neutro. ¿Es necesario?

—No solo no es necesario, sino que es contrario al uso actual de la lengua. En nuestro español del siglo XXI no existe el género neutro. No es posible que ningún grupo o colectivo intente alterar la naturaleza de la lengua para acoplarla a ideas particulares o a giros ideolectales específicos, por más que ellos estén movidos por las mejores intenciones. Las lenguas son entidades sociales y no particulares.

—¿Cuáles son los verdaderos desafíos de la lengua en la actualidad?

—La lengua española vive el mayor desafío de su historia, que no es otro que asumir su crecimiento enorme. Hablamos ya de 570 millones de hablantes nativos y la inconmensurable diversidad que este crecimiento implica, sin alterar en lo sustancial la unidad de la lengua. Se trata de la aceptación de la diversidad lingüística dentro de un marco racional de unidad como su más grande fortaleza. También, supondrá asumir los retos que en este crecimiento se medirán por la adaptación del español a los nuevos lenguajes, venidos de la tecnología y la informática. Finalmente, su reto es panhispánico, es decir, no le pertenece a ninguna nación en particular. Lengua plural, el español está llamado a ser modelo de integración y de unitario policentrismo.

—¿La polarización y los extremos determinan, cada vez más, la manera en que nos comunicamos?

—Se ha querido insistir en ello, pero creo que no es siempre así. Es cierto que los extremos, y los extremismos, parecen condicionar el tiempo presente. Sin embargo, la razón también tiene sus artes y desempeña un papel determinante. Vivimos un tiempo polarizado, contenido por la razón. Nada es más importante que el sentido común lingüístico.

—¿Se adapta la Real Academia Española a los cambios de la sociedad?

—Siendo la Real Academia Española la más antigua de las corporaciones hispánicas dedicadas al estudio de nuestra lengua, es hoy, con sus más de trescientos años a cuestas, la más moderna de todas. Cree en la lingüística computacional, en la lingüística de corpus y en los apoyos de la informatización. Tiene fe ciega en la comprobación documental de cada uso. Su incidencia en el ámbito general de las academias de lengua española es muy determinante. Lo que quiero decir con esto es que la RAE, sin descreer de su historia y de sus dominios tradicionales, observa e interpreta el presente de la lengua con agudeza, amplitud y modernidad.

—¿A qué hay que prestar más atención, al lenguaje inclusivo o a la neolengua? En Venezuela, por ejemplo, el gobierno escribe una realidad paralela a través de la neolengua.

—El “lenguaje inclusivo” es un ítem en las teorías sobre la neolengua. Su aspecto más visible y, también, el más inocuo. Es un distractor o un encubridor de la acción corrosiva de la neolengua. El aspecto más dañino es el que observamos en Venezuela, en donde el régimen antidemocrático construye una verdad que adultera sistemáticamente la verdad, dañando la epistemología con la que buscamos interpretar los hechos sobre cualquier cosa. Instala la fragilidad de todo conocimiento y hace que solo se pueda conocer lo que la neolengua y su perversión permite. El conocimiento como alimento del espíritu, en paridad con los alimentos corporales, también escasea y es vilmente escatimado a todos con alevosía. La neolengua es una forma de dominación. Con cruel simetría, el gobierno decide sobre qué se piensa y cómo se piensa de algo, así como sentencia quién se cura y quién no, y así como decide quién come, cuándo come y qué come.

—¿Cuál es el poder de la palabra?

—El lenguaje funda la realidad valiéndose del lenguaje mismo, que es su único haber. Una lengua es siempre un metalenguaje. Su poder es inmenso, pues la palabra nos puede llevar a la verdad, tanto como a la falsedad. La palabra edifica y destruye. Toda la sensibilidad y todos los afectos del hombre no son más que materia magistral para que el lenguaje ejerza su recto viaje hacia la verdad o su escabroso descenso hacia la mentira.


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