Nacido en Caracas, en 1986, este poeta trasciende el concepto de libro y va al encuentro directo del lector o espectador. En una ceremonia de pretensiones litúrgicas, donde se cruzan la palabra, la música y las imágenes, procura conjurar el silencio, que es una de sus principales obsesiones creativas. La conjunción de las artes es su manera de habitar la poesía.

Francisco Catalano está en la caraqueña Plaza Madariaga de El Paraíso, a pocos metros de su casa. El joven poeta habla de su obra en estos espacios abiertos, bajo la sombra de los árboles, arrullado por las bocinas de los carros, los frenazos de las camioneticas, el tintineo de un carrito de helados, el golpe de las piezas de dominó sobre la mesa, las risas de una bailoterapia. La amalgama de ruido y silencio, de explosión e intimidad, también tienen lugar en su poesía.

A Francisco se le ocurre una imagen para hablar de la esencia urbana de Caracas, la que lo arropa: las raíces de los árboles que quiebran el cemento de las aceras, que insisten en vencer a las placas de las calles, respondiendo a su natural expresión. “Me parece que es un síntoma que nos define. No somos contención, sino exceso. Somos un pueblo muy dionisíaco, no apolíneo”.

Lo urbano

“Soy caraqueño. Me considero asquerosamente capitalino, ultraurbano. Un animal de ciudad. Nací en el Hospital Clínico Universitario y viví en la parroquia San Juan, cerca del Puente Ayacucho, hasta hace pocos años. Siempre he tenido una relación muy rara con mi entorno, atada a un reclamo que ronda en el tapete político: la venezolanidad. No me siento venezolano porque creo que no hay un verdadero núcleo de identidad. Por un lado, el contexto donde he crecido ha sido sumamente violento, lo que hace más difícil establecer conexiones. Por el otro, esa especie de desarraigo marca mi vínculo con la realidad”.

En ese trazado de identidades, no deja de mencionar el fenómeno de las migraciones, marcado tanto por los que se van del país como por el tránsito de gente que viene del campo a la ciudad. “La idea de sembrar en Caracas, cuando ya dejó de ser un territorio para tal fin, es muy irresponsable. Es peligroso rescatar una práctica que ya no se corresponde con la condición urbana. Ese trastrocamiento de espacio y tiempo en realidad va en contra de la libertad”.

El centro

Admite que de sus raíces italianas y venezolanas (sobre todo orientales) habría heredado la elocuencia. Sus abuelos paternos, inmigrantes de posguerra, tenían un supermercado en la esquina de Balconcito, en la céntrica avenida Baralt. Su papá Catalano, nacido en Calabria, al sur de Italia, llegó a Venezuela a los cuatro años. Cuando cumplió los diez regresó por un tiempo a su tierra de origen, pero volvió a instalarse en las costas caribeñas, y desde hace cinco décadas no ha regresado nunca más a su país natal. Su madre Brito es natural de Río Caribe, estado Sucre. Ambos se conocieron en Caracas, en la década de los 80, gracias a un curso de inglés. Francisco es el hijo mayor de su padre y el cuarto de su madre. “Tengo muchos hermanos”.

Sus padres se separaron cuando Francisco estaba muy pequeño. “Pero siempre he estado muy en contacto con ambas partes de la familia. Supongo que de allí viene una escisión fundamental que se refleja en la poesía que escribo, en la rara relación que tengo con el idioma, que mezcla el italiano de mi papá con las palabras del pueblo oriental de mi mamá. Más allá de plantearlo como un tema, se trata de una concatenación de fuerzas que hace que mi vínculo con el lenguaje sea un poco innombrable. La frase final de mi primer libro dice: ‘La poesía se juega en lo innombrable’”.

Parte del planteamiento poético de Francisco es la relación íntima con el silencio, que marca su vínculo con la palabra de una manera equivalente a la que establece Armando Reverón con la luz. Una relación que al final no es con el paisaje, sino consigo mismo. “El silencio es un lugar de creación, dispuesto a ser habitado por la palabra. Después le sigue la dimensión visual, determinada por la representación gráfica. Para mí es muy importante la manera en que el poema se distribuye en la página. Quiero que mi libro sea leído de manera dinámica, como un conjunto”.

Músico frustrado

No es posible encasillar la propuesta de Francisco en alguna categoría estética. Su poesía trasciende al libro y va al encuentro del lector en forma de performance, concierto, acto litúrgico. Su obra es también reflejo de sus múltiples intereses.

A los diez años, lo único que Francisco quería hacer en su vida era jugar fútbol. Mientras estudiaba con los padres salesianos del Colegio San Francisco de Sales, en plena avenida Andrés Bello, llegó a jugar en ocho campeonatos nacionales, de los cuales ganó dos. Usó la camiseta del Instituto Pedagógico y también la del equipo de la Escuela de Fútbol Jachico, en el seminario Santa Rosa. Hoy en día sigue siendo un hincha del Caracas Fútbol Club.

Pero ya adolescente, tuvo que decidirse entre el fútbol o el colegio. Al final optó por los estudios. “Siempre me ha gustado aprender”. Muy pronto encontró otra pasión: la música. “Comencé a tocar guitarra, y como a los quince años armé junto a unos amigos del colegio una pequeña banda de rock llamada Desobediencia Civil. Escribía y escribía canciones. Llegó un punto en que tenía muchas canciones escritas y muy pocas montadas. Debo confesar que hay un pequeño músico frustrado en mí”.

En los años del colegio comenzó a escribir poemas que encontró demasiado personales como para ser compartidos con la banda. Y es probable que a partir de allí haya comenzado una senda de creación. “Recuerdo que en nuestra casa de San Juan había una gran maleta de libros debajo de una cama. Mi abuela de Río Caribe también tenía un asunto reverencial con la poesía. Atesoraba un cuaderno en el que transcribía poemas antiguos, no propios sino de autores clásicos. Lo hacía por un afán de mantener una buena caligrafía. Yo, en cambio, siempre he tenido una letra horrible”.

Francisco rememora también que en su casa de San Juan había una pequeña biblioteca que convirtió en propia. “En una familia de matemáticos, ingenieros y administradores, yo era el único que me dedicaba a la lectura”. Su padre, cuando era joven, llevaba un cuaderno de poesía. En uno de sus libros, Francisco incorpora un fragmento de un poema de su papá, escrito en italiano, como un pequeño homenaje a un testimonio que se extravió entre mudanzas.

“Siento que el texto que escribo es como un libro perdido que al mismo tiempo está en todas partes. Para mí es como una entidad que me rodea y al mismo tiempo el espacio que habito. Es la última red que me sostiene para no caerme al vacío, al sinsentido, al absurdo”.

Francisco siempre se ha sentido un poco distinto a los demás por lo que hace, que no necesariamente lo desliga de lo que lo rodea. “La escritura de los primeros poemas siempre fue un asunto muy íntimo, aunque mi impulso exhibicionista me llevara a mostrárselos a mis amigos”.

Delante de su familia, por primera vez en la Navidad de 2002, recitó en voz alta uno de sus poemas. “Fue un momento enigmático. Todos se quedaron estupefactos, como si hubiera pasado por allí un toro azul. En realidad, lancé un pequeño atentado contra la convivencia familiar. Me fascinó lograr que, en mi casa, toda gesticulación y gritos se volvieran silencio por un instante”.

“Siento que nunca ha tenido suficiente habilidad expresiva para comunicarme. La mayoría de las veces me siento ahogado, porque pienso que no me estoy expresando correctamente. La incomunicación, dentro de mi vida y mi obra, ha sido muy fuerte. Esto en parte se debe al momento histórico que nos ha tocado vivir, que comunicacionalmente podríamos calificar como pirotécnico y volcánico. ¿Cómo conectas con un entorno que no sabe comunicarse consigo mismo, o que al mismo tiempo no sabe qué decirte?”

“Siempre existe un punto de resistencia cuando se crea un entramado comunicativo entre el entorno y uno mismo. Por esa vía transita lo innombrable, que es un concepto esencial en mi obra. Con lo innombrable condenso el ruido que habita el silencio y, a su vez, el silencio que responde al ruido que me rodea. No hay zona franca, tierra de nadie. Todo es remolino”.

La explosión

En 2003 comenzó a estudiar Comunicación Social en la UCAB, al mismo tiempo que asistía a talleres literarios. “Escribir siempre ha sido para mí una cuestión de supervivencia psíquica, de búsqueda de identidad, de declaración territorial”.

Participó en el taller de poesía de Miguel Marcotrigiano, y al año siguiente cursó el taller literario del Celarg. De esas experiencias surgieron dos antologías: Voces nuevas 2005-2006, publicada en 2007, y La imagen, el verbo, publicada en 2006. Sus poemas también se incluyeron en Novísima poesía latinoamericana, publicada por la mexicana Universidad de Nuevo León en 2013.

En paralelo a los talleres, se decidió a armar un primer libro, que llamó Poema 1 y fue escrito cuando iba en una camionetica por la avenida Páez rumbo a la UCAB de Montalbán. Concibió el libro como una estructura total. De ese concepto surge el título del vertical innombrable, al que acompaña la idea del silencio. “Quisiera que los poemas alcanzaran ese summun utópico que se resume como el silencio, el clímax al que se llega después de escuchar o leer el texto”.

De esa constante en su creación, viene la idea de publicar sus libros siguiendo la continuidad de los números: 1, 2, 3… “Mi primer libro lo titulé (gráficamente es una ele minúscula tipo Arial en negritas) y fue una producción independiente. Como participó en un concurso sin mucho éxito, decidí publicarlo por mi cuenta en 2010. Fue un trabajo muy fuerte, pero me gustó tener la libertad y a la vez el control sobre mis ediciones. Los seiscientos ejemplares del tiraje se agotaron en tres años”.

Encuentra que su propuesta sensorial le da la oportunidad de conectarse con creadores de ámbitos diversos: músicos, narradores, videoartistas. Haber estudiado dos carreras (Comunicación Social y Letras), le aportó ventajas para moverse entre varios mundos a la vez. “El poeta también trabaja con la imagen. Y el momento cultural de Internet, redes y multimedia que vivimos, ofrece posibilidades interesantes. Las vanguardias en el arte ya pasaron. Ahora tenemos una relación más dinámica con el medio”.

“Estoy contra los poemarios. Me molesta muchísimo esa palabra; me suena a recetario de cocina, a cierta monotonía. La mejor forma de anularlo es concebir el libro como un espacio distinto. La diagramación entra en juego y permite que el libro no sea una simple sucesión de páginas, sino un lugar para ser habitado por otras vivencias”.

De esta obsesión comunicacional nace “Revital”: recital en vivo que representa una simbiosis entre texto y vida. El programa extrae el poema del libro –escalón previo de la creación– para colmar la enorme necesidad de expresarlo directamente. La poesía es recreada a la manera del cine, conjugando todas las artes para forjar una experiencia perceptiva distinta para el espectador/lector.

“Ningún ‘Revital’ es igual a otro. Por eso utilizo números en vez de títulos, como una forma de diferenciarlos dentro de la serie. Cada montaje tiene sus propias vibraciones, dependiendo de los sonidos, imágenes y otros recursos que lo acompañan”. No entra en ninguna categoría artística precisa, pero tiene mucho de recital de poesía, concierto, teatro experimental, happeningperformance.

Francisco veía además algunos problemas en los recitales de poesía tradicionales, que esencialmente no se correspondían con la dimensión de los poetas. “No todos los autores son grandes lectores de  sus poemas”. Por ello sentía la necesidad de diferenciarse. No quería limitarse simplemente a decir el poema en público, sino que saliera de la forma más violenta e impactante posible, lo que siempre implica tomar caminos más riesgosos. Aquí es donde entra en juego el fantasma de la música aunque no fuese músico, la actuación aunque no fuese actor, el video aunque no fuese cineasta.

El “Revital” de Francisco implica una revitalización, tanto de la palabra como del espectador, rompiendo con la idea preconcebida de la poesía y de la solemnidad con la que supuestamente debe ser transmitida. “Detecto una pequeña necesidad de catástrofe que hace todo más divertido. Para mí es un goce compartir la apoteosis del texto, que para muchos puede resultar chocante o catártico. Secretamente, es una manera de acorralar y destruir a mi lector”.

El primer “Revital” tuvo lugar en el Discovery Bar de Caracas, para el cual se escogió una fecha irrepetible: el día 11 del mes 11 del año 2011 a las 11 de la noche. Luego se haría otro en el Festival “Por el medio de la calle”, en una esquina del casco central de Chacao. Luego un tercero en el Teatro Río Caribe de San Bernardino.

Ha explorado incluso las rutas del psicoanálisis para tratar de explicar de dónde vienen conceptos como innombrable o palito, suerte de artilugios de manufactura personal que resultan fundamentales en sus representaciones. Se trata de una especie de viga de hierro que se erige como mínimo gesto de resistencia. También es un homenaje a uno de sus autores predilectos: Roberto Juarroz y su Poesía vertical.

El innombrable tiene su propia historia: “Un día de 2010 iba saliendo de casa y me conseguí un pupitre cerca de la basura, con la madera estropeada. Me lo llevé al taller de un herrero en San Juan para transformarlo. Me preguntó para qué lo quería y yo le dije que para hacer poesía. Técnicamente es un instrumento, pero no musical. Forma parte del decorado, pero no es simple utilería. Es algo análogo a la idea del libro: siendo portátil, lo puedo trasladar de aquí para allá”.  

Hay algo de ceremonia chamánica en el “Revital”: todas las ideas remiten a primitivismo, a experiencias religiosas comunitarias, que lo ayudan a materializar su particular forma de paganismo.  

En el “Revital” de 2015, seleccionó poemas de su libro y los intercaló con dos formas de percusión: “la rítmica, proveniente de tambores y cueros, relacionados con lo telúrico y lo orgánico, que ejecutó el músico Rafael Pino, y la mía, que para hacer contraste tenía un sentido arrítmico, metálico, maquinal, dramático”.

A Franciso le inquieta la trascendencia. Quizás de allí surge la angustia de sacar el poema fuera del libro y convertirlo en una presentación en vivo. “Puede llamarse proselitista y radicalmente evangelista. Es una reacción a la angustia de la escritura y lectura”. Una angustia que aminora cuando logra vencer la distancia entre la obra y sus telelectores, como gusta llamarlos.

Motivaciones

“La literatura fue un total invento mío”, dice con solvencia al considerar que ha sido una de las pocas decisiones personales que ha tomado con “radical autonomía”.

Francisco es de los que consideran que todo poeta tiene su santoral. “En mi panteón estarían Roberto Juarroz, Walt Whitman y Mallarmé. En todos ronda la idea del libro total, infinito, eterno, como compendio de todos los demás libros. Tienen un sentido enciclopédico que también manejan Borges y Baudelaire”.

Entre los venezolanos, eleva a Armando Rojas Guardia y a Alfredo Silva Estrada, por los que siente una gran cercanía. Le encantan los guarismas y fragmentos presentes en sus libros. También califica “Granizada”, de Ramos Sucre, como algo fundamental. Agrega las movedizas sentencias de El cuaderno de Blas Coll, de Eugenio Montejo, que parece novela cuando en realidad son pequeños relatos similares a poemas.

Enraiza su planteamiento poético a una vivencia existencial que no puede apartar de un sentido religioso o filosófico. “Existe un deseo ubicuo de querer abarcar un mayor campo de la existencia, bien sea por una diferenciación del contexto histórico o por un alejamiento de las circunstancias que rodean al autor. Ser poeta es una religión, o al menos es la mía. A través de la poesía me conecto con un espacio que solo puedo nombrar como sagrado”.

El país

“Con toda la peligrosidad del caso, es un buen momento para ser escritor en Venezuela. Estamos viendo, literalmente, cosas únicas dentro del paisaje semántico e histórico, aunque coloquen al autor en una situación muy inestable. Dentro de cuarenta años o más, la gente se volverá y preguntará qué escribimos. ¿Lograremos explicar estos tiempos? ¿Toda esta historia de brutal despilfarro?”

Con apenas treinta años a cuestas, ya habla de un pasado que le gustó disfrutar, de una ciudad con faz distorsionada. “Los últimos tres años han sido cruciales. Nos encontramos en un estado totalitario, donde las personas son acorraladas por lo que piensan. Esto recuerda las persecuciones de los años 50, de las que me hablan mis tíos. ¿Por qué dentro de las familias no se relataron esas historias? Hay eventos que no se quieren contar, pero también hay otros que simplemente no se entienden. La historia política no sirve para definirte dentro de la historia familiar. Un proceso de identidad basado en valores familiares debe tener correspondencia con contextos reconocibles. Texto y contexto están variando en este momento, se están moviendo y buscando significaciones distintas. Esto impide que los marcos referenciales de la familia estén claros”.

“Sobre el país, la primera sensación que emerge es de asfixia. Vivimos en una rara isla continental, militarizada. Creo que ni siquiera los que tienen poder dicen lo que realmente quieren. Mantienen un discurso solo para seguir en el poder. Venezuela está en proceso de escarbar en lo más profundo de su naturaleza, con todas las consecuencias peligrosas que eso conlleva. El contexto que se plantea es de guerra. Lamentablemente, somos un pueblo guerrero, marcado por lo militar desde el siglo XIX. Esto ha permeado hasta nuestra cotidianidad”.

“Los roles de la identidad están trastocados por espacios que minan la dinámica civil. Eso rompe la noción de República, que está en proceso de reescritura. Nada más destructivo que un militar solo peleando con su sombra”.

“En cuanto al plano creativo, paso por la interrogante de ver cuánto le cedo o no al entorno mi escritura. La dinámica entre territorialidad y espacio propio están en pugna: en el libro, en la escena, en mi cuerpo. Al mismo tiempo, observo que el caos, como ingrediente inesperado, no debe rehusarse del todo. Se trata de una mezcla que me puede dar poemas, o que me obliga a separar la poesía de la prosa. Ya que estoy metido en este asunto de tenerme a mí mismo como máximo motor de la máquina poética, aceptar otras formas de uno mismo es una operación difícil de ejecutar. Siempre escribir es caer a un lugar nuevo”.

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*La entrevista forma parte del libro Nuevo país de las letras, publicado por Banesco Banco Universal, Caracas, 2016. Compilación: Antonio López Ortega.


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