Desde 1965 Francis Rueda no se baja de un escenario. Este año montó consecutivamente, a veces en paralelo, Peludas en el cieloEl pez que fuma y Troyanas nuestras. Ahora mismo se prepara para hacer una película bajo la dirección de Luis Alberto Lamata. La actriz tiene 68 años de edad y más de 50 años sobre las tablas venezolanas, una perseverancia que le ha hecho merecedora del Premio Nacional de Teatro de acuerdo con el veredicto del jurado conformado por Dilia Waikarán, José Gregorio Cabello Patiño y Aura Rivas.

“A veces uno piensa que no se va a aprender todos los textos, pero la memoria es un músculo y si lo controlas es maravilloso. En ocasiones me asusto, porque ya tengo casi 70 años de edad y sigo montando. Soy muy estudiosa, me siento con los textos y paso horas con ellos, hasta que las palabras salgan limpias no me muevo”, refiere Rueda, que comenzó su trayectoria profesional en la Escuela Juana Sujo siendo una adolescente.

Tenía 16 años cuando se presentó en la Escuela, como Doris Wells, a quien recuerda: “Ella entró porque era amiga de Porfirio Rodríguez, el director, y después me ayudó. Eso fue un cambio muy brusco de los montajes que yo hacía por mi cuenta o en el colegio, porque los ejercicios de soledad escénica y las improvisaciones fueron muy fuertes”, evoca.

Uno de sus profesores, Gilberto Pinto, quien años después se convertiría en su esposo, llegó a decirle que se tenía que meter a secretaria porque el oficio escénico no le sentaba. “Pero seguí yendo porque eso era lo a mí me gustaba y sabía que podía hacerlo. Además, no me veía ni me veo haciendo otra cosa porque el teatro es lo más grande y lo único que tengo”, sostiene una mujer que aparte de las tablas ha actuado en 15 largometrajes y en una docena de telenovelas.

En 1989 la catalogaron como “primera actriz”: había ganado el Premio María Teresa Castillo. “Que me digan así no me gusta mucho porque eso ahora se lo dicen a todo el mundo”, comenta. Cuando la llamaron de la Universidad Bolivariana para decirle que la sala de teatro llevaría su nombre prefirió no hacer un discurso sino hablar de los personajes que la han marcado. Así nació su unipersonal Encuentro con Francis Rueda con el que celebró 50 años de carrera encarnando a Lucrecia, a Greta Garbo, a Laurencia, a Ramona, a Medea, a Clitemnestra, a Clov y a Brusca la Rompe Fuego.

Preserva sus rutinas de ensayo intactas y se muestra renuente a aceptar prácticas de las nuevas generaciones que desmejoren el oficio. “La ética tiene que prevalecer. Hay mucha gente profesional que ama la profesión, pero yo no soporto que un actor llegue 15 minutos antes de una función, no puedes menospreciar tu trabajo” afirma.

De la cartelera venezolana actual retoma montajes como Hamlet en la Sala Rajatabla y Mi hijo camina solo un poco más lento en el Trasnocho Cultural. Sobre su escasa participación en montajes que se exhiban en teatros del este de la ciudad de Caracas, explica: “El espectador está creciendo y a mí me interesa mucho más ese público del oeste porque no estaba acostumbrado a ir al teatro y ahora la oferta es mucho más amplia”.


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