Llámesele hambruna masiva, holocausto, genocidio, o crimen contra la Humanidad, los ciudadanos de Ucrania la llaman de todas maneras Holodomor. Se trata de la muerte por hambre en Ucrania de más de millón y medio de personas, causada por la ira de Stalin y del partido bolchevique ante la resistencia del pueblo campesino de ese país por no querer desprenderse de sus tierras que debían pasar, manu militari, a ser propiedad colectiva auxiliada por las estaciones de máquinas y tractores en poder omnímodo del Estado.

Las más importantes organizaciones mundiales de la actualidad han condenado con severidad el Holomodor, y entre ellas se cuentan la Asamblea General de las Naciones Unidas (2003), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2007), el Parlamento Europeo (2008), y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (2006).

Ucrania, que había pertenecido al imperio zarista, obtuvo status de nación independiente en noviembre de 1917. Fue reconocida a regañadientes por el nuevo gobierno bolchevique, pero, en 1919, fue incorporada a la URSS como una de sus repúblicas soviéticas.

En realidad, la hambruna no se limitó a Ucrania, sino se extendió a muchas zonas rurales de la URSS, como Kazajtán. Está ligada a la ofensiva de colectivización de la agricultura soviética, mediante las granjas colectivas o koljoses (1927-1930), y a la ofensiva de deskulakización (1930-1931). Ya para 1930, el 60% de las familias campesinas están adscritas a los koljoses. Los planes de siembra, cosecha y de trabajo real propuestos en 1931, junto con una campaña para obtener el mayor volumen de cereales para alimentar a las ciudades fueron estimados de manera muy poco realista por la burocracia de los funcionarios encargados de los planes quinquenales. A ello se sumó la creciente resistencia de la población rural. Para nuevos males, se desató ese año una grave sequía en primavera y verano. Ante esto, los funcionarios forzaron una mayor entrega de granos a las ciudades, con la consiguiente falta aguda de alimentos en las zonas rurales, y acuñaron la campaña de exterminio de los kulaks (propietarios de tierra acomodados) como clase social. Y debido al monopolio del comercio exterior que ejercía el gobierno, en ese año fueron exportados 4 millones de toneladas de granos para pagar importaciones masivas de maquinaria industrial, incluso tractores.

En 1932, la planificación agrícola y el trabajo campesino se llevaron a cabo bajo condiciones mucho peores que en 1931, lo que aumentó la escasez y el hambre. No fueron cumplidos los planes de siembra, y la cosecha se redujo. La dirección bolchevique no reconoció el bajón, se agudizaron los choques con los campesinos, las ciudades no pudieron ser abastecidas a plenitud de granos, aumentó el robo, la especulación, el almacenamiento secreto de granos, y fue establecido el racionamiento y control de precios. Stalin promulgó el 7 de agosto de 1932 una ley que imponía penas de muerte o el exilio a Siberia por 10 años a los acusados de robo de la “propiedad socialista”. En 1933, sigue sin cumplirse el plan de siembra, la hambruna es masiva, aumentan las muertes por inanición. La gente abandona sus hogares en busca de alimentos, las autoridades promulgan nuevas leyes punitivas. El terror logró, sin embargo, un aumento de la producción en 1933.

En cuanto a los sovjoses, las granjas estatales diferentes de los koljoses, que ocupaban el 10% de la superficie sembrada, sufrieron también fuertes caídas en su producción.

Un estudio profundo de la hambruna se debe a los científicos R.W. Davies y S. G. Wheatcroft titulado Los años del hambre: la agricultura soviética, 1931-1933, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2004. Y el escritor soviético, Vasili Grossman, describe así, en su obra Todo fluye, Bogotá, Debolsillo Galaxia Gutenberg, 2010, lo que vio y sintió:

“Grisha Sayenko era un policía que se había casado con una chica del pueblo y los días de fiesta venía a divertirse: era un tipo alegre, bailaba bien el tango y el vals, y cantaba canciones ucranianas populares. Un día se le acercó un abuelito con los cabellos completamente blancos y se puso a decirle: ‘Grisha, nos estáis hundiendo en la miseria, es peor que un asesinato. ¿Por qué el poder de los obreros y los campesinos trata así a los campesinos, como no lo hacía ni el zar?’. Grisha le dio un empujón, luego fue al pozo, a lavarse las manos; dijo a la gente: ‘¿Cómo voy a coger la cuchara después de haber tocado el hocico de ese parásito?’ (…) Y bien, luego llegó el otoño, las lluvias, y luego un invierno nevoso. Y nada de pan. En el centro del distrito no se podía comprar pan debido al sistema de cartillas de racionamiento. Tampoco en las estaciones se podía comprar, ni en los quioscos, porque había puestos militares de guardia y no dejaban que nadie se acercara. Ni siquiera se encontraba en el mercado negro. Desde otoño la gente se alimentó a base de patatas, pero sin pan pronto se acabaron. Para Navidad se empezó a sacrificar el ganado. Pero aquella carne era toda piel y huesos. A las gallinas ya las habían matado antes, naturalmente. La carne tardó poco en agotarse, no quedaba ni una gota de leche, en todo el pueblo no se encontraba un solo huevo. Y lo que era peor, nada de pan. (…) Los hambrientos se quedaron solos; el Estado los había abandonado. La gente comenzó a vagar de pueblo en pueblo, cada uno pidiendo limosna al otro, los pobres a los pobres, los hambrientos a los hambrientos. Los que tenían menos hijos o estaban solos habían guardado algo para la primavera; y los que tenían muchos hijos iban a donde ellos, a pedir. Y algunas veces recibían un puñado de salvado y dos patatas. Los del Partido, en cambio, no daban nada, no por codicia o maldad sino porque tenían miedo. El Estado no da ni un gramo de trigo a los que se morían de hambre” (pp. 178-180). 


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