Desde fines de los años cincuenta del siglo XX Elisa Lerner se ha ido labrando una prestigiosa reputación como cronista. A partir de los sesenta sumaría a esta carrera su vocación de dramaturga con dos piezas memorables y trascendentes: En el vasto silencio de Manhattan (1961) y Vida con mamá (1976). No obstante, Lerner se desenvuelve también con soltura en la narrativa: su primera novela, De muerte lenta, aparece bajo los sellos de la Fundación Bigott y Equinoccio en 2006; ahora Fundavag nos entrega La señorita que amaba por teléfono (2016), suerte de respuesta al clásico de la literatura venezolana del año 1924: Ifigenia, aquella otra señorita que escribía porque se fastidiaba. (Como dato, no deben olvidarse los textos narrativos de Lerner que integran Homenaje a la estrella, 2002).

Construida al ritmo de uno de esos deliciosos textos costumbristas que poblaron el imaginario de los lectores de fines del siglo XIX y de las primeras décadas del veinte, pero sin descuidar su estatuto ficcional (el costumbrismo, por el contrario, anudaba sus argumentos en hechos veraces de su momento), La señorita… reconstruye parte de la Caracas de los años 40 y 50 sobre la base de los valores de cierta clase media que en ocasiones perdía fuelle aproximándose a estratos sociales más bajos. La narradora relata pormenores de su infancia y juventud, y las vinculaciones que para su desarrollo físico tuvo el trato con personas de variada edad y condición. Por ejemplo, la novela se inicia con un pasaje relativo a una típica lección escolar de castellano muy valorada por la protagonista, pero no tanto por el conocimiento allí impartido, sino por la figura de la maestra: una dama rolliza de treinta años, apasionada por la palabra y la literatura, sin duda, pero también amante de los pasteles que elaboraban en una famosa panadería.

La novela, entonces, funciona como un Bildungsroman: el personaje cuenta y describe pormenores, pero al mismo tiempo fija experiencias que luego le servirán como equipaje simbólico para enfrentar diversas situaciones: el amor, la posible vida en pareja, los anhelos literarios. Así pues, esta señorita resulta, debo insistir, un estereotipo de la forma de ser de ciertas mujeres de aquella época, pero más aún de las caraqueñas de un contexto social específico.

Asimismo, deben destacarse en esta novela de aprendizaje los entresijos asociados al cumplimiento de una vocación literaria. La narradora detalla su entrada al mundo de las letras de una manera casi accidental y hasta jocosa, pero sin abandonar el sentido profundo de lo que esto significa: hacerse escritora en un medio por lo general refractario a esta actividad, más aún cuando es ejercida por una mujer.

Hay otros elementos interesantes; el más ostensible: el uso del lenguaje. Lerner maneja una compleja tesitura expresiva donde abundan las frases axiomáticas que cortan el ritmo de la dicción sin ralentizar las acciones, lo cual obliga al lector a detenerse para reflexionar sobre lo que se le cuenta o, mejor todavía, sobre el país representado.

Como se sabe, Elisa Lerner es una de las primeras escritoras venezolanas que incorpora enseres y materiales sígnicos de la cultura pop como base temática de sus crónicas. En esta novela esa estrategia resulta, por igual, sobresaliente. Y es que, tratándose de los aspectos simbólicos que rigen el imaginario del país, es difícil abstraer el peso que la cultura popular tiene entre nosotros. En los años que sirven de anclaje para las peripecias de esta simpática señorita el cine, la música, los comentarios de la prensa diaria y hasta los valores literarios tienen peso importante en su estructuración mental. Por analogía, son los mismos ideologemas del contexto, cristalizaciones, en fin, de rasgos identitarios.

Por otra parte, La señorita que amaba por teléfono tiene a Caracas como un personaje más de la trama. La novela evidencia los cambios físicos de la ciudad en un amplio arco temporal. En virtud de que los espacios nos construyen también como sujetos, la protagonista forja su personalidad en la medida en que se producen modificaciones en su ambiente. Esto imprime cierto dejo de nostalgia a la obra y aproxima el texto a ciertos territorios muy frecuentados por Lerner: la crónica.

De modo pues que la pieza deviene testimonio de un personaje, de una ciudad y de un país. Al mismo tiempo La señorita… es una novela que cuestiona el papel de la mujer en una comunidad marcada por idealizaciones masculinas y por torpes creencias sociales un tanto primitivas y, sin duda, provincianas. Una apasionante y apasionada travesía por la memoria.


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