1.- Queremos comenzar por su visión del actual estado de cosas en Venezuela. ¿Qué ve, qué siente, qué le resulta inquietante?

“En el terreno personal seguramente sienta lo que muchos venezolanos sienten. Me resulta cuesta arriba vivir en un país desacomodado, en el que casi nada pareciera encontrarse en su sitio, en el que no existen las certezas básicas, las que hacen la vida cotidiana de cada uno, en fin, un país en el que predomina la sensación de que puede ocurrir casi cualquier cosa. Me resulta inquietante vivir en una sociedad gobernada por el miedo, a través de diversas formas y con distintas consecuencias, una sociedad en la que son cada vez más tenues las rayas amarillas que demarcan las conductas ciudadanas, imprescindibles a fin de que la convivencia fluya con orden y tranquilidad. Y por indicar una última cosa, me resulta enojoso que tanto el Presidente Chávez como el Presidente Maduro, gobernando en nombre de la izquierda (?), hayan defraudado la esperanza de un gentío, dejándonos, luego de casi dos décadas de gobierno, este país mal armado que ahora es Venezuela.

Vinculado a lo que siento, son varias las cosas que me resultan inquietantes, esta vez a nivel macro, por decirlo de alguna manera. En un esfuerzo por no alargar la respuesta, quisiera limitarme a mencionar solo las siguientes y sin que el orden en su exposición indique prioridad.

La primera, el conflicto político, escrito en prosa de polarización, que, en sus diversas versiones y tonalidades, ha estado enmarcado en términos de la negación del otro. La misma ha llevado al abandono de la política, entendida como la manera de llegar a consensos esenciales y de zanjar pacíficamente los conflictos, a fin de que la convivencia sea posible y fructífera.

La segunda, observar, más allá del discurso político y de la épica que lo teje, el constante deterioro del país. Una desmejora que pareciera indetenible, dramáticamente registrada en estudios y estadísticas, pero sobre todo, constatada por cada quien a través de su propia vida de todos los días. A fin de mostrar algunos datos que den cierta idea de nuestra situación diré que tras cuatro años consecutivos de recesión, el FMI calculó que el PIB venezolano se encuentra hoy en día 35% por debajo de los niveles de 2013 y 40% en términos per capita. Por otro lado, el sueldo mínimo –el que de hecho es también el ingreso del trabajador medio– bajó el 75% (en precios constantes) entre mayo de 2012 y mayo de 2017. Medido con referencia a la caloría más barata disponible, el sueldo mínimo cayó de 52.854 calorías diarias a solo 7.005 durante el mismo periodo, una disminución del 86,7%, insuficiente para alimentar a una familia de cinco personas, suponiendo que todo el ingreso se destine a comprar la caloría más barata. Y por citar un último aspecto, diversos estudios coinciden con la Encovi al establecer que la pobreza se ubica en los alrededores del 80%. Pero el deterioro no se registra únicamente en el plano económico-social, que tal vez sea el más sensible. Al contrario, la fotografía de la actual sociedad venezolana lo muestra en todas las esferas: política, social, institucional, ambiental, cultural, ética.

La tercera, el surgimiento de una nueva sociedad en estos últimos años, que pareciera desconocida para la élite nacional. Un nuevo país emergente y en gran medida invisible, que nos propone nuevos temas de estudio y nos sugiere, así mismo, una nueva forma de abordarlo desde la actividad política. No alcanzo a describirlo, desde luego, aunque sí a conjeturar, sin adelantar ningún juicio de valor, que se trata de una sociedad que se pone de manifiesto en cambios portadores de una nueva venezolanidad, llamémosla así, en los diversos aspectos de la vida.

Y la cuarta, la poca importancia, si alguna, que tiene el futuro en el radar nacional. Han transcurrido diez y siete años del siglo XXI, años que nos han pasado de lado en muchos sentidos. Al respecto pienso, principalmente, en nuestra desatención con relación a los cambios radicales venidos de la mano del desarrollo tecno-científico y de las profundas y variadas consecuencias que de allí derivan para el desarrollo nacional. Y pienso, dentro de ello, en la debilidad de nuestras capacidades en lo que concierne a este terreno, según lo muestra la situación de las universidades, los centros de investigación públicos y privados, las empresas. Alguien dijo, no me acuerdo quién, que Venezuela llegó tarde al Siglo XX. Por lo que vemos, pareciera que también se encuentra en mora con el Siglo XXI, esta vez por desatender los signos de esta época, marcadamente gobernada, no exclusivamente, pero sí con tremenda fuerza, en clave ciencia, tecnología e innovación.

Creo que estos cuatro asuntos (seguramente habrá otros, por supuesto) deben ser debidamente considerados de cara a cualquier dibujo que tracemos sobre el porvenir de nuestra sociedad”.

2.- Un tema cada vez más presente en las preocupaciones venezolanas es la cuestión de la violencia y el modo en que viene ocupando espacios en la sociedad. ¿Venezuela tiene la posibilidad de realizar un cambio político sin recurrir a la violencia?

“La violencia en la sociedad venezolana actual nos debe dar mucho que pensar. Es un fenómeno que, con sus variantes, se viene incubando desde hace varias décadas y deja ver un descalabro colectivo muy grande, graficado en números espeluznantes que nos sitúan entre los países más peligrosos del planeta, expresión no solo pero sí en gran medida, de la exclusión social, un fenómeno que se ha vuelto cada vez más complejo, resultado de nuevas causas e ingredientes (el narcotráfico, por ejemplo). Por otro lado, es bueno señalar, igualmente, que se trata de un fenómeno que ha sido mal entendido y atendido a través de estrategias públicas que recientemente nos han llevado a cosas tales como esa barbarie llamada la Organización para la Liberación del Pueblo (OLP) o la política penitenciaria, por no mencionar la deriva que han tomado los llamados ‘colectivos’, iniciativa gubernamental.

Indicado lo anterior, la tendencia a la resolución de los conflictos sociales mediante la violencia puede convertírsenos en tragedia si se pretende como fórmula, en su propio formato y por sus particulares motivaciones, para resolver las diferencias políticas. Que si Venezuela tiene la posibilidad de realizar un cambio político sin recurrir a la violencia, es la pregunta que se me hace. Desde luego que sí, contesto sin vacilar. Pero no es una posibilidad que cae del cielo. Hay que bregarla con afán para que se haga realidad. Después de la calamidad vivida en los últimos meses – signados por una contabilidad trágica de más de cien muertos en manifestaciones– y cuyo inicio hay que fijarlo el año pasado cuando se suspendió arbitrariamente el referéndum revocatorio presidencial y los comicios regionales, es un deber asumir esa tarea, admitiendo que únicamente la negociación, la concertación y el acuerdo pueden sortear los problemas que actualmente asfixian a los venezolanos. Además, es esa la vía que exige la abrumadora mayoría de los ciudadanos. El liderazgo nacional debe mostrar voluntad de acercamiento y flexibilidad en sus posiciones, sabiendo que el principal esfuerzo lo deben hacer los dirigentes gubernamentales y reconociendo, así mismo, la importancia de contar con una mediación nacional e internacional, convenida por las partes. Se trata, además, de hacerlo pronto. Las demoras se penalizan con más desgracias, con más víctimas, de acuerdo a lo que enseña la historia de otros conflictos, ocurridos en otras partes. El antagonismo obstinado, el que proponen los llamados radicales de bando y bando, es contrario a la política. Y a la postre solo deja perdedores. Es esta una lección que también deja la historia”.

3.- De forma recurrente, hay personas que se preguntan si la sociedad venezolana ha aprendido algunas lecciones de los padecimientos de estos últimos años. ¿Hemos aprendido o todavía podríamos ser una sociedad frágil ante la tentación populista?

“¿Frágiles frente a cuál tentación populista? ¿La de algunos gobiernos previos al año 1999 o la de los posteriores, el del Presidente Chávez y el del Presidente Maduro? ¿Se puede hablar de nuestras élites políticas y económicas como colocadas frente a un pueblo flojo y populista, según suele decirse para despachar rápida y ligeramente el asunto, como si dichas élites no hubiesen sido también, a su manera y desde su condición, frágiles frente al mismo fenómeno? En este asunto conviene recordar al Profesor Juan Carlos Rey, quien definió al sistema político venezolano en la década de los 80, cuando era considerado la vitrina ejemplar de América Latina, inmune a las rupturas militares que contagiaron a la región, como ‘un sistema populista de conciliación de élites’, cuyos mayores logros tuvieron lugar en sus primeras dos décadas, bajo el paraguas del acuerdo ‘puntofijista’.

Entre nosotros, el rentismo ha recibido mayor esmero como hecho económico que como hecho político, olvidando, como lo señala el Profesor Rey, que nuestra sociedad ha construido su sistema político a lo largo de más de medio siglo, en base a la redistribución de la renta. Así las cosas, aquel partido que gana las elecciones y controla el poder, controla así mismo el flujo y destino de los recursos provenientes de la explotación de los hidrocarburos con lo que, obviamente, ejerce una enorme influencia sobre la sociedad, hecho particularmente visible y determinante en tiempos del ‘socialismo rentista’, incluso en estos últimos años de precios decaídos en el mercado petrolero, aunque es evidente que el populismo está perdiendo su capacidad para repartir. En fin, y para no alargarme en el tema, cabe referir la bibliografía existente en torno al tema del petroestado, sus características y consecuencias de toda índole, en los países petroleros.

De paso, aunque no tanto, resulta imposible dejar de aludir a las expectativas que se han despertado con el llamado Arco Minero, así como las políticas adelantadas por el gobierno para su explotación. Un sociólogo diría que el rentismo aún tiene su lugarcito en el imaginario colectivo venezolano.

La idea de ‘sembrar el petróleo’, frase acuñada en los años cuarenta por Uslar Pietri, ha formado parte, en interpretación más o menos libre, del discurso político nacional. Así, cada gobierno la ha traducido en retóricas particulares e igualmente, en estrategias que, sin entrar en pormenores, puede afirmarse que en algunos períodos se manifestaron en beneficios de mucha monta (mejoras de la infra estructura, ampliación de la educación…), pero que pudieron ser mucho más trascendentes, si no fuese porque el país siempre resultó débil frente a la tentación representada por el alza de los precios internacionales del petróleo. Sobre este tema es muy útil acudir a la obra de, por ejemplo, Diego Bautista Urbaneja y Asdrúbal Baptista.

Así las cosas, el post-rentismo se viene insinuando como ineludible en el futuro venezolano. Y como cabe imaginar a partir de mis respuestas anteriores, asoma fuertemente bajo los patrones de la ‘sociedad del conocimiento’, con implicaciones muy gruesas en todos los aspectos y muy serias, no lo olvidemos, en lo que atañe a la política venezolana, necesitada de un profundo reacomodo”.

4.- Queremos preguntarle por la idea de fracaso. ¿Cabe establecer una relación entre Venezuela y el fracaso? De ser así ¿qué fracasó, qué salió mal?

“La palabra fracaso no me gusta mucho. Me suena demasiado radical, no deja lugar para juicios que maticen lo ocurrido en nuestra historia, escrita con altibajos, tal y como se escribe en todas partes del mundo. Conectándome con la pregunta anterior, yo diría que lo que con plena seguridad se encuentra en el centro de la evaluación de la historia más o menos reciente del país es el modelo rentista que tuteló el desarrollo nacional. Durante este tiempo nuestra evolución ha estado bordada por el volumen de la renta petrolera y los modos que han pautado su utilización. Como señalé antes, ha quedado obra importante en varios aspectos, pero menor en todo caso de lo que pudo ser si hubiese habido otra aproximación a la renta, distinta a la populista, verbigracia la de Noruega, ejemplo actual que cito para dejar ver que el populismo rentista no debe ser visto, como a veces parece serlo, como una fatalidad histórica.

Según todos los indicios a la mano, ese modelo se agotó, se tornó insuficiente desde el punto de vista económico y a la par enseña las costuras del modelo político. En las nuevas circunstancias, Venezuela debe dotarse de un esquema de desarrollo económico que no dependa, como hasta ahora, de la renta petrolera. Un menú variado de factores así lo dejan ver, entre los que cabe destacar el surgimiento de un nuevo patrón para la generación y uso de la energía, distinto al basado en los combustibles fósiles, estimulado por la crisis asociada al cambio climático y por otro lado, la emergencia de la llamada economía del conocimiento, la ‘economía ingrávida’, como ha sido llamada, basada en intangibles, lo cual pasa, reitero, por el fortalecimiento de las capacidades en el ámbito tecno-científico, terreno en el que nuestras debilidades son manifiestas”.

5.- El tema del posible papel de los intelectuales en la vida pública sigue siendo debatido. ¿Cómo valora usted la actuación, en términos generales, de los intelectuales en los últimos años? ¿De qué modo, si es que ha ocurrido, ha impactado la polarización en la actividad de los intelectuales en Venezuela?

“El gran problema, que no pudiera decirse que es nuevo, pero sí que se ha acentuado ostensiblemente en este último tramo de nuestra historia, es que los intelectuales han sentido la necesidad de ser militantes de sus posiciones políticas, guiándose muchas veces más por ellas que por las reglas que conducen su oficio, diciendo lo cual advierto que no soy ajeno a los problemas asociados a la naturaleza epistemológica de la investigación en el caso de las ciencias sociales y humanas. Comprensiblemente, entonces, se ha deformado la discusión intelectual, al paso que la polarización se la ha reforzado.

Así, en medio de la actividad intelectual se cuelan silencios, exageraciones y hasta prejuicios como parte del diagnóstico sobre el país. Y por otra parte, suelen quedar en el rincón más apartado de la agenda nacional, temas muy relevantes que rebasan la polémica sobre la coyuntura, pero que son imprescindibles, sobre todo en el mediano y largo plazo, entre ellos, ruego se me excuse una nueva reiteración, las transformaciones asociadas a la actual revolución tecno-científica, fundamentada en un nuevo paradigma organizado a partir de la nanotecnología, la biotecnología, las tecnologías de información y las ciencias cognitivas, y que abre un campo casi infinito de preguntas, incluso sobre la condición humana”.

6.- ¿Cuál es en su criterio el estatuto actual de la polarización política en Venezuela? ¿Se mantiene o ha cambiado?

“La polarización es diferente a la que había en 1989 ó en 1992, ó en 1998, ó en 2002-2003, del 2006 hasta 2012 y de 2012 hasta hoy.

Naturalmente, la sociedad se ha venido transformando. Sus valores son distintos en algunos sentidos y se ha modificado la interacción real y simbólica entre los diversos grupos sociales que integran la colectividad nacional. Y la situación política del país ha cambiado, por supuesto. El chavismo se ha vuelto una fuerza minoritaria, además de fragmentada, y la oposición al gobierno, si bien es bastante más grande, no toda se encuentra identificada con la MUD. Hoy en día, más del 50 por ciento de la población mira la política fuera de la polarización y aunque una gran parte adverse al oficialismo –como lo probaron las elecciones parlamentarias del año 2015, mediante 14 millones de votos– no todos, subrayo, pueden asumirse como parte del capital político opositor.

En medio de este país, me parece que políticamente incomprendido, polarizan dos minorías tratando de extender sus visiones y percepciones al resto de la sociedad. Si se me permite un resumen, diría que el relato político chavista perdió fuerza y significación, se ha quedado seco ideológicamente y se manifiesta apenas en un proyecto medularmente centrado en el objetivo de conservar el poder y cuyo sustento no es el apoyo popular, como lo fue anteriormente, sino una institucionalidad muy cuestionada, además del estamento militar. Por otro lado, los sectores de oposición no han conseguido cuajar un relato alternativo que funcione como reemplazo.

A partir de lo que vengo diciendo, resulta pertinente mencionar, aunque sea muy brevemente, el papel de las redes sociales, albergue del radicalismo político, manifestación de opiniones al margen de cualquier control de calidad, alimento indudable de la polarización nacional en su versión más extrema. Me valgo, para tratar de ser más claro, de Zygmunt Bauman, filósofo polaco cuya obra está armada en torno al concepto de la modernidad líquida (‘Nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso’, sostenía), quien escribió que ‘mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara’”.

7.- Se afirma, incluso con soporte en estudios de opinión, que en la mayoría de los venezolanos está presente, con fuerza, un deseo de cambio. ¿Podría intentar describir ese deseo de cambio? ¿Tiene usted idea o intuición del cambio a que aspira la mayoría de los venezolanos?

“El deseo de cambio en la sociedad venezolana da la impresión de ser sobre todo un deseo de transformación social, imaginado de acuerdo a elementos tales como: menos conflicto, menos violencia, más prosperidad, más predictibilidad, más inclusión, más estabilidad, más sentido de futuro. Es, como cabe esperar, el cambio esbozado y deseado desde la vivencia de la severa crisis nacional. Es su reacción ante ella, lo cual hace que la preocupación por el cambio político sea pensada principalmente como una condición necesaria para destrabar el funcionamiento del país debido a muchos factores, a los que se suma ahora la cuestionada elección de una Asamblea Nacional Constituyente que, entre otras cosas, redibuja las relaciones de poder en el estado venezolano y complica la gobernabilidad.

No es de extrañar, entonces, que, en medio de su desesperación, una parte nada desdeñable de venezolanos no vea como inconveniente que la salida a la presente coyuntura venga a través de la mano militar a fin de apaciguar los ánimos y ordenar la sociedad. La imagen del hombre fuerte, en lo posible vestido de verde y con fusil, no ha sido del todo desterrada del imaginario criollo”.

8.- La experiencia de procesos en otros países demuestra que la transición demanda de cierta disposición al entendimiento y a la reconciliación, de ciertos sacrificios, de ciertas energías distintas a la de la confrontación. ¿Cómo evalúa usted la disponibilidad de estos y otros elementos para una posible transición en Venezuela?

“A ratos pareciera que los actores políticos están cada vez más conscientes de que las cosas empeoran aceleradamente y asoman como peligro, cada vez más cercano, un escenario violento. Aunque los sunitas de las redes sociales deliren contra ellas, en el actual discurso político se hace cada vez más frecuente, con sus comprensibles altibajos desde luego, escuchar palabras como diálogo, negociación, acuerdos, justicia transicional y otras que reflejan el punto de vista de una parte mayoritaria de la población, claramente en contra de la violencia (aunque contemple la posibilidad de la solución militar).

El deber de la dirigencia política, de toda, es evitar la confrontación violenta, aunque como lo subrayó recientemente Rodríguez Zapatero, mediador internacional en nuestro conflicto, la mayor responsabilidad recae sobre el gobierno del Presidente Maduro. Estriba en la obligación de suscribir ciertos pactos básicos que le abran al país una opción pacífica y además eficaz, frente a los enredos que lo agobian. La negociación es un recurso frente a la violencia, es algo que hay que repetir hasta el cansancio, no importa que sea una frase de Perogrullo.

Así pues, no hay otra alterativa para el país. El trasfondo es, como lo he dicho varias veces a lo largo de este cuestionario, una crisis muy honda que se agrava a ojos vista, una crisis inaceptable e inaguantable para todos, con ribetes dramáticos para la vida de los más pobres.

Pero no es asunto fácil. No es cosa de soplar y hacer botellas, dado que el panorama político es muy complicado. Si se me concede, de nuevo, la licencia para ser breve y tal vez muy simple, debo indicar que, por un lado, el liderazgo se ha atomizado –no puede reducirse, ni mucho, a la mera existencia de dos polos, suerte de bloques más o menos homogéneos–, dando lugar a divisiones que han replanteado las alianzas políticas. Y por el otro, hay una excesiva gravitación del estamento militar, principal apoyo de este gobierno, como participante directo en su gestión (los uniformados ocupan cerca de la mitad de los ministerios, por solo dar un dato), con el agravante de que algunos de sus integrantes aparecen como presuntos indiciados en delitos de corrupción y narcotráfico.

Visto lo anterior, el asunto a resolver es cómo llevar a cabo las negociaciones que conduzcan a los imprescindibles consensos que estabilicen al país y le abran un nuevo cauce en su evolución. Cómo hacer para lograr más variedad de representación en el diálogo a fin de darle mayor legitimidad, esto es, cómo registrar la actual diversidad política, sumando a otros actores, además de la MUD y del Gobierno, cómo registrar el punto de vista de distintos sectores sociales, cómo manejar la influencia militar, cómo armar la imprescindible mediación, tanto nacional como internacional, todo con el fin de darle viabilidad a un gobierno que esté montado sobre un gran acuerdo nacional. Y cómo trazarle una ruta que evada los errores cometidos durante estos años, pero que a la vez no se deje atrapar por la visión idílica del pasado (la nostalgia es mentirosa, según García Márquez). En suma, la faena pendiente va más allá de la simple sustitución del gobierno, radica en abrirle nuevas trayectorias al desarrollo venezolano”.

9.- Una última pregunta: ¿tienen los intelectuales alguna asignatura pendiente con el país? ¿Falta alguna contribución decisiva?

“Me parece que deben contribuir a conocer más los procesos sociales que nos han traído hasta aquí, los que nos hacen seguir aquí y los que debemos construir para llegar a una sociedad más justa, más inclusiva, mejor cimentada desde el punto de vista productivo, institucionalmente mejor constituida en función de lo que ordenan los cánones por los que se rige la democracia. Tal es, descrita en trazos muy generales, la tarea necesaria que sin duda ya han comenzado desde diversas instancias, pero que aún debe recorrer el trecho suficiente para que pueda hacerse traducible en estrategias, políticas y programas que saquen del hoyo al país.

Por otro lado, y como ya mencioné, deben apoyar a la sociedad en la construcción de un amplio acuerdo político en torno a lo que hay que hacer y cómo hacerlo, a fin de que Venezuela se abra nuevos cauces que le permitan transcurrir a partir de una visión compartida y en sintonía con las claves que rigen la marcha del Siglo XXI. Una visión dentro de la que sea posible amparar diferentes modos de representación de los intereses colectivos y adoptar esquemas de articulación de los distintos actores sociales a fin de plantarle cara a un nuevo ciclo histórico, dicho sea esto último sin querer ser grandilocuente”.

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Pensar la transición: hablan los científicos

ABediciones UCAB

Gioconda Cunto de San Blas (compilación)

Caracas, 2017

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Ignacio Ávalos Gutiérrez es Sociólogo (UCV). Consultor en el área de políticas públicas y gerencia en el área de ciencia, tecnología e innovación. Profesor en la Escuela de Sociología en la Facultad de Economía y Ciencias Sociales de la UCV. Profesor Invitado de la Maestría en Política de Ciencia, Tecnología e Innovación en el Centro de Estudios para el Desarrollo (Cendes). Miembro del Consejo Asesor de la Ricyt (Red Internacional de Indicadores de Ciencia y Tecnología). Asesor del Centro de Alimentación y Nutrición Infantil (Cania) de Empresas Polar. Miembro del equipo coordinador del Proyecto “Tecno Ciencia, Deporte y Sociedad”. Directivo de Innovaven, empresa consultora. Directivo de la Asociación Civil “Observatorio Electoral Venezolano”. Articulista quincenal en el diario El Nacional. Presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit, 1994-1999). Miembro del Consejo Directivo del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC, 1998-2000). Miembro del Directorio del Consejo Nacional Electoral (CNE, 2001-2002). Asesor del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela (2011-2013).


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