El marxismo como teoría que guiaba la acción revolucionaria para la construcción del comunismo tuvo sus antecedentes y se inspiró en el pensamiento de notables autores, algunos de los cuales se remontan al siglo XVI, cuando hablaron de una mítica Edad de Oro. Federico Engels, el íntimo colega de Carlos Marx en la elaboración de la doctrina, acepta la veracidad de un antiquísimo comunismo. Si no, véase la alabanza que hace de las sociedades prehistóricas:

“¡Admirable constitución esta de la gens, con toda su ingenua sencillez! Sin soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza, sin reyes, gobernadores, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la colectividad a quien conciernen, la gens o la tribu, o las diversas gens entre sí; solo como último recurso, rara vez empleado, aparece la venganza, de la cual no es más que una forma civilizada nuestra pena de muerte, con todas las ventajas y todos los inconvenientes de la civilización. No hace falta ni siquiera una parte mínima del actual aparato administrativo, tan vasto y complicado, aun cuando son muchos más que en nuestros días los asuntos comunes, pues la economía doméstica es común para una serie de familias y es comunista; el suelo es propiedad de la tribu, y los hogares solo disponen, con carácter temporal, de pequeñas huertas. Los propios interesados son quienes resuelven las cuestiones, y en la mayoría de los casos una usanza secular lo ha regulado ya todo. No puede haber pobres ni necesitados: la familia comunista y la gens conocen sus obligaciones para con los ancianos, los enfermos y los inválidos de guerra. Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres. No hay aún esclavos, y, por regla general, tampoco se da el sojuzgamiento de tribus extrañas”.

Y Vladimir Lenin, ya en el poder (1920), al tomar la palabra en el III Congreso de las Juventudes Comunistas de Rusia, también traza en pocas palabras el futuro de la humanidad cuando pronostica que serán esos mozos a quienes se dirige los que verán el comunismo dentro de 15 años a lo sumo:

“¿Qué significa la palabra comunista? ‘Comunista’ viene de la palabra latina communis, que significa común. La sociedad comunista es la comunidad de todo: del suelo, de las fábricas, del trabajo. Esto es el comunismo… Pues bien, la generación que tiene hoy 15 años y que de aquí a diez o veinte vivirá en una sociedad comunista, debe organizar su educación de manera que cada día, en cada pueblo o ciudad, la juventud resuelva prácticamente una tarea de trabajo colectivo, por minúsculo, por simple que sea. A medida que esto se realice en cada uno de los pueblos, a medida que se desarrolle la emulación comunista, a medida que la juventud muestre que sabe unir sus esfuerzos, quedará asegurado el éxito de la edificación comunista”.

Todos sabemos en qué paró aquella predicción, formulada tan cándidamente por Lenin hace casi 100 años. Y por lo que respecta a las palabras de Engels, escritas en 1884, la moderna ciencia de la sociología y la antropología desvirtúa ese lenguaje tan excesivamente apologético.

Fueron antiguos pensadores, ante las netas diferencias sociales de la población, con sus lastres de pobreza, miseria, opresión y guerras, quienes idearon sociedades justas, a las que llamaron Utopía, unos, Edad de Oro, otros.

En 1509, Erasmo de Rotterdam describió la Edad de Oro en que la gente estaba desprovista de toda ciencia, guiándose por las inspiraciones de la Naturaleza y la fuerza del instinto, sin servirse de la gramática, ni de la dialéctica, ni de la retórica; con costumbres puras e inocentes, sin vicios, sin pleitos, ni deseos de conocer lo que había más allá, pues lo consideraban una extravagancia que jamás le vino al pensamiento.

Hacia 1515, el inglés Tomás Moro ubicó esa sociedad ideal en una isla, donde a nadie le faltará nada, toda la riqueza estará repartida entre todos, todos estarán preocupados de que los graneros del Estado estén llenos, no habrá pobres ni mendigos, y a pesar de que nadie poseerá nada, todos serán ricos, nadie se angustiará por su sustento, ni habrá que aguantar las lamentaciones y cuitas de la mujer, ni afligirse por la pobreza del hijo o la dote de la hija. Afrontarán con optimismo y mirarán felices el porvenir. Y las cosas serán así porque se habrá suprimido la propiedad privada. Mientras subsista la propiedad privada continuará pesando sobre las espaldas de la mayor parte de la humanidad el azote de la pobreza y de la miseria.

William Shakespeare rindió también un tributo a la Edad de Oro. En su obra La tempestad, pone a hablar al antiguo consejero Gonzalo a favor de cambiarlo todo, es decir, no admitir comercio, ignorar las letras; nada de ricos, pobres ni uso de servidumbre; nada de contratos, sucesiones, límites, áreas de tierra, cultivos, viñedos; no habrá metal, trigo, vino ni aceite; no más ocupaciones; todos los hombres estarían ociosos; y las mujeres también, que serían castas y puras; nada de soberanía (…). Todas las producciones de la Naturaleza serían en común, sin sudor y sin esfuerzo. La traición, la felonía, la espada, la pica, el puñal, el mosquete quedarían suprimidos, porque la naturaleza produciría con la mayor abundancia lo necesario para mantener a este inocente pueblo.

El crítico Astrana Marín, en el estudio preliminar a las obras completas de Shakespeare, señala que el comentario del consejero Gonzalo lo ha tomado el gran escritor inglés del capítulo XXX “De los caníbales” de la obra Ensayos del famoso Michel de Montaigne y que dice así:

“Es un pueblo, diría yo a Platón, en el cual no existe ninguna especie de tráfico, ningún conocimiento de las letras, ningún conocimiento de la ciencia de los números, ningún nombre de magistrado ni de otra suerte, que se aplique a ninguna superioridad política; tampoco hay ricos, ni pobres, ni contratos, ni sucesiones, ni particiones, ni más profesiones que las ociosas, ni más relaciones de parentesco que las comunes; las gentes van desnudas, no tienen agricultura ni metales, no beben vino ni cultivan los cereales. Las palabras mismas que significan la mentira, la traición, el disimulo, la avaricia, la envidia, la detractación, el perdón, les son desconocidas”.

Finalmente, Miguel de Cervantes, en su obra cumbre Don Quijote de la Mancha, en su discurso ante unos estupefactos cabreros, dice:

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados… porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes… Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia (…). No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”.

Vistas las cosas así, muchas mentes pensantes de nuestra época sopesaron con cierta indulgencia las noticias que llegaban de los crímenes y el ahogamiento de las libertades que reinaban en la URSS y se preguntaban si no era ese el precio que había que pagar por alcanzar la Edad de Oro de nuestros días, es decir, el socialismo marxista, el comunismo. Picasso, Romain Rolland, Henri Barbusse, Neruda, Paul Robeson, Aragon, Charles Chaplin, Diego Rivera, Miguel Otero Silva, Sartre y Russell en ciertos momentos; Joliot-Curie, Alberti, Brecht, Éluard, Léger, y tantos otros intelectuales, millones de jóvenes, legiones de obreros, saludaron con elogios las banderas rojas con la hoz y el martillo que ondeaban en Moscú y en el antiguo imperio zarista. Lo que no supieron calibrar en toda su extensión tantas gentes fue que las dos revoluciones que precedieron a la rusa, vale decir, la norteamericana y la francesa, lograron cimentar los hitos de la libertad, la democracia y los derechos humanos como las vías francas para que fructificara el desarrollo de los pueblos.

El marxismo, en cambio, y su más ruda manifestación, el marxismo soviético y bolchevique, pudo imponerse en un país y luego en el llamado campo socialista con un recurso para nada advertido en ninguna utopía: la dictadura del proletariado.

La dictadura del proletariado hace del marxismo un fundamentalismo clasista (liquidar a la burguesía, enaltecer a la clase obrera, los pobres). Lo acompañó en el siglo XX otro fundamentalismo, el nazismo, ahora racista (liquidar el judaísmo, enaltecer a la raza aria). Y le sigue hasta el presente el fundamentalismo religioso (liquidar a los herejes, Alá es grande, Mahoma vengado).

Hay que ver el montón de desgracias y estragos que dejan a su paso.

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Bibliografía consultada

Federico Engels. Origen de la familia, de la propiedad privada y del estado. En: mia marxists internet archive http://www.marxists.org p. 47.

V. I. Lenin. Tareas de las juventudes comunistas. Moscú, 2 de octubre de 1920. Internet.

Tomás Moro. Utopía. Biblioteca Virtual Universal. Internet.

W. Shakespeare. La tempestad. En: Obras completas. Estudio preliminar de Luis Astrana Marín. Madrid: Aguilar, S.A. de Ediciones, 1951, pp. 2040-41.

Erasmo de Rotterdam. 1511. Edición digital http://www.philosophia, cl Escuela de Filosofía, Universidad ARCIS, p. 24.

Miguel de Cervantes. “Discurso de la edad dorada”. En: Don Quijote de la Mancha. Madrid: Real Academia Española, 2004, pp. 97-98.

Michel de Montaigne. “Capítulo XXX. De los caníbales”. En: Ensayos. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com


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