La grata mañana de este sábado desemboca ya en el mediodía acordado para presentarle un autor y su obra al medio literario, a la academia y a nuestras dilectas amistades que como puede apreciarse conforman un mismo equipo: agradecemos la presencia de los profesores e investigadores de las dos universidades principales del país, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Católica Andrés Bello, refugios de artistas del verbo que se ganan la sal (porque ya no hay pan) uniendo la teoría con la poesía (saludo a los presentes).

Entre sonrisas y amables gestos puede sentirse cómodo mi estimado José Antonio: por fortuna en este ambiente ya no nos regimos por el protocolo de otrora ni aplicamos la censura de los graves “letrados” y nos distanciamos a tiempo de los pretenciosos “literatos” que el siglo XX se encargó de sepultar. En este ámbito se suele adaptar las normas a los nuevos tiempos, lo cual es muy importante en una sociedad que se conduce hacia la anomia y, en consecuencia, al caos. En literatura, al guardar la forma guardamos también el contenido.

Y a eso hemos venido: José Antonio Perrella es un trabajador a tiempo completo, un administrador de empresas con dedicación exclusiva a su familia, que ha decidido probar suerte en el campo de las letras motivado más por el destino del país que lo vio nacer que por los royalties o regalías o por el caché inherente a la figura que estampa su firma debajo de un título de ficción literaria.

No obstante, hay una vocación de novelista que debe mantenerse firme ante las advertencias del escritor japonés Haruki Murakami (2017), quien expresa lo siguiente:

“Cuando uno se aventura fuera de su territorio, de su especialidad, quienes se dedican profesionalmente a ello no ponen buena cara. De hecho, intentan cerrar todas las puertas y accesos como los leucocitos de la sangre cuando se afanan por eliminar cuerpos extraños. Si, a pesar de todo, uno insiste, poco a poco empezarán a perder terreno hasta permitirle tácitamente ocupar determinado lugar. A pesar de todo, las críticas de bienvenida serán implacables. Cuanto más estrecho y específico sea el campo en el que uno se aventura, el orgullo y el sentimiento de exclusividad serán mayores, lo mismo que las reticencias a las que deberá enfrentarse al recién llegado”.

¡Piedad, profesores, piedad!

El título Ellos vivieron en el país porvenir adelanta una atractiva paradoja con base en el contraste establecido entre un verbo en pretérito perfecto (vivieron) y un sustantivo (porvenir) que logra crear cierto suspenso por la dimensión temporal con la que identifica al objeto (país) o espacio donde se desarrollará la acción novelesca.

Se relata en presente el futuro de la relación amorosa entre Isabel Contreras y Alfredo Manfredi, cuyo punto de partida es una conversación sostenida por ambos protagonistas en el Jardín de Los Chaguaramos en el campus de la UCV durante una tarde del año 2030, gracias al descontento manifestado por la doctora Contreras, profesora de Escuela de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces), por considerar como un atentado a la autonomía universitaria el intento de Manfredi, a la sazón dueño de la empresa Seguritas, de incorporar sus servicios de protección social al personal de la casa de estudios.

Pero esto es solo un pretexto para pensar en el destino nacional, porque el más auténtico oficio de este caraqueño que despidió su infancia en la parroquia San Pedro es el país, “el país como oficio” que diría Cabrujas. De allí que se haya dado a la tarea de diseñar un mundo posible, verosímil, sobre la base de nuestra historia contemporánea la cual, si bien no soporta utopías, por otra parte podría derivar en los horrores de la distopía. Y no es así. A voluntad, el narrador no busca una “tierra prometida” ni un “paraíso”, tampoco la tierra yerma del pensamiento único ni la enrarecida atmósfera del apocalipsis.

El entorno de la profesora y el empresario vive un proceso de reconstrucción en los años posteriores a la extinción del autodenominado “Socialismo del siglo XXI”, luego de un período de transición y cuatro gobiernos de consolidación. El país tiene cuarenta millones de habitantes y una tasa de desempleo del 4%. Ya se ha recuperado la infraestructura del Estado. La superestructura se va fortaleciendo. Se crean el Ministerio de Seguridad Ciudadana, el Viceministerio de Educación Inicial y el Ministerio de Turismo que implementa un Plan Nacional de Desarrollo Turístico, se aplica el Proyecto Nacional para la Educación con el objeto de recuperar la ciudad Universitaria “respetando con mucho celo el espíritu del arquitecto Carlos Raúl Villanueva”, se inaugura la Universidad Nacional de la Seguridad y la Policía Científica (Polci), y se desarrolla el Sistema Nacional de Identificación Ciudadana para prevenir la delincuencia.

No obstante, la factura realista señala secuelas de las administraciones previas a la entronización chavista, cuando “el país fue víctima de gobiernos caracterizados por lamentables y muy notables signos de irresponsabilidad, de ignorancia y de demagogia” (pág. 19). Y, necesariamente, en vicios heredados del régimen que hace este pasado actual donde el narrador “ve un país que funciona” pese a que “los gobiernos posteriores al régimen chavista han abandonado al pueblo a su suerte” (pág. 199).

Ellos vivieron en el país porvenir no es ni una novela de tesis ni una novela de no ficción. Con su texto, Perrella no busca demostrar lo indemostrable porque sigue las líneas de la literatura de anticipación y por más real que nos parezca todo lo allí descrito, al final debemos aceptar que se trata de una representación; es decir, de una buena copia de la realidad que se expresa subordinada a la ficción.

Sin embargo, la empresa de José Antonio Perrella exige trascender las formas y por momentos el texto adquiere rasgos de proyecto factible que podría convocar a un análisis multidisciplinario sobre el país por venir y allí, obligatoriamente, pasamos a otros campos del conocimiento y a la aplicación de otras funciones distintas al arte de narrar.

Y así volvemos a Murakami: “La novela, como género, es una forma de expresión muy amplia. En función de cada cual y de su modo de pensar, esa amplitud intrínseca se puede convertir en una de las razones fundamentales de donde nace su potencia, su vigor y, al mismo tiempo, su simplicidad”.

En el aspecto físico la amplitud de la novela contrasta con la brevedad del poema. Y hay unas frases en “El otro”, un cuento de Borges, que en nombre de la simplicidad podemos utilizar aquí para resumir el asunto: “El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho”.

En conclusión: la novela de José Antonio es la historia de un anhelo.

Muchas gracias.

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Referencias

Borges, Jorge Luis. “El otro”. En: El libro de arena. Buenos Aires: Emecé, 1975.

Murakami, Haruki. “De vocación novelista”. En: De qué hablo cuando hablo de escribir. Barcelona: Tusquets, 2017.


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