¿Es necesario explicar quién es Diana Volpe? Su trabajo lo hace por ella misma. Como actriz ha encarnado a toda clase de mujeres, sea una ciega de Maurice Maeterlinck, esa diabólica maldad que encierra el nombre de Lady Macbeth, o la niñera convertida en indigente que es Emilia.

Como directora, se da a la tarea de seleccionar únicamente textos que nos colocan, como sociedad, en una posición terriblemente incómoda. Su trabajo es el de un espejo magnificador de imperfecciones que muestra cada poro abierto, cada arruga, cada vena azulada en un rostro que pierde lozanía con los segundos. Es la responsable de que podamos ver, en la reducida escena teatral venezolana, la Piel mercurio deshumanizada de Phillip Ridley, la violencia doméstica refinada de Nelson Valente en El loco y la camisa, y la humanidad monótona y predecible de El cine de Annie Baker.

Tomando como punto de partida esta brevísima reseña de la hoja de vida que ostenta una de las damas más importantes del teatro venezolano, se interpretaría como natural el paso a la dramaturgia. Un camino tortuoso pero gratificante lleno necesariamente de ensayos, errores y accidentes como El mapa de la conquista.

El génesis, la idea de esta pieza lo explica Volpe en una entrevista para Valentina Rodríguez del medio digital Contrapunto:

“Surge de un taller de dramaturgia que hicimos con Orlando (Arocha), hace casi dos años. Nos planteamos el taller porque nos interesaba fomentar la dramaturgia en el país, pero sobre todo una dramaturgia que hablara de lo que nos está pasando. No se habla de lo que está pasando en el país”.

Primero, afirmar que no se habla de lo que está pasando en el país es arrogante e injusto con los jóvenes directores y dramaturgos veteranos de este país que protestan diariamente con su trabajo ante los atropellos que se cometen en este país. Pero entiendo que toda historia nace por la necesidad humana de señalar algo que es pasado por alto, sea por obra u omisión.

Sin embargo, no hay nada en El mapa de la conquista que comprenda realmente la complejidad de la psique venezolana en estos momentos de cuasi guerra civil salvo dos lugares comunes: un exilio y un secuestro, hechos que se quedan en simples enunciados y cuyos planteamientos en la dramaturgia denotan poca o nula investigación al respecto.

La historia plantea la dinámica de una familia quebrada por la partida de su único hijo a Inglaterra, que visita Venezuela en la víspera de Navidad. Marco, el padre, relaciona todo acontecer casero con datos enciclopédicos de la época de la conquista española. Luisa, su esposa, es una madre obsesionada con la partida del hijo al punto de convertirse en un personaje molesto y monotemático. Aderezan la trama personajes como la sirvienta de la familia, de alguna manera involucrada en uno que otro hecho delictivo, un cuñado amante de las armas y una vecina gallega, caracteres inconexos en una historia donde no hay la suficiente burla como para llamarse comedia, ni ocurre lo suficiente para convertirse en una tragedia.

¿Es una falta de respeto calificar como accidente una obra que acaba de cerrar temporada en La Caja de Fósforos? En absoluto, pues ningún ser humano por brillante que sea está exento de cometer errores. Se trata de una profesional de trayectoria intachable en las tablas venezolanas que cometió un accidente dramatúrgico, y solo como eso puede tratarse.

Es entonces cuando me pregunto lo siguiente: ¿no enseñó la dramaturga ningún borrador a potenciales lectores que advirtieran sus notables fallos? Y si así lo hizo, ¿nadie dijo nada? ¿Nadie fue capaz de cuestionarlos? Si bien hablamos de accidentes, la omisión en este caso califica como uno imperdonable.

El mapa de la conquista como error dramatúrgico plantea dos escenarios: el primero, la escritora sometió sus cuartillas a juicio de árbitros complacientes que cual magistrados designados a dedo por el TSJ endulzaron sus oídos y ocultaron de ella sus verdaderas impresiones. El segundo, la escritora llevó a escena y dirigió lo que en su cabeza había sin más, ni más. Manu militari, como en el país. Ambos escenarios solo plantean lo grave de la situación actual del teatro y su pertinente extensión geográfica: la incapacidad de reconocer el error y los excesos que se cometen al ensalzarlo y tratar de cambiar su naturaleza.

Palo que nace doblado, jamás su tronco endereza– Willie Colón dixit.


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