Ninguno de nosotros puede salvarse solo

Jean-Paul Sartre

Como los buenos libros, este de José Antonio Parra tiene muchas maneras de ser leído. Puede ser un diario, un testimonio, una obra de autoayuda o un texto autobiográfico con posibilidades terapéuticas; en este caso es todo a la vez, y esta resulta ser una de las virtudes del libro. A mí en particular comenzó conectándome con un viaje, con los cuadernos de bitácora de los antiguos marinos, donde registraban los datos de lo acontecido durante sus guardias. Utilizo intencionadamente la palabra viaje, tan asociada al mundo de las drogas psicodélicas, y que en el caso que nos ocupa es un viaje a la inversa, que sale de la experiencia desintegradora a la integración. Un viaje documentado a través de una escritura desnuda, despojada, recia, sobria, llena de honestidad y sin adornos, ella va surcando limpiamente los días del retorno, de tal manera que se haga posible la rehabilitación, es decir, regresar a eso que uno es en esencia, restaurar lo que ha sido maltratado, recuperar aquello de uno mismo que ha sido olvidado.

Muchos escritores han dejado testimonio de sus adicciones, han intentado desnudar sus infiernos; solo para citar algunos están Thomas de Quincey, Baudelaire, Burroughs, Aleister Crowley, Bukowsky, y en nuestro medio, Ludovico Silva con sus Papeles desde el amonio; en ellos hallamos que en muchísimas ocasiones se termina haciendo apología –abierta o disimulada– del consumo de sustancias y se lo asocia –con la puntualidad de un lugar común– a la creatividad. Recordemos a Baudelaire cuando decía “hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense”.

Sin embargo, en nuestro caso, José Antonio no deja espacio para el regodeo en el fenómeno de la embriaguez, no hay complacencia en la exposición del estado alterado de consciencia generado por el consumo de sustancias, no se sumerge en sus arenas movedizas ni en los pasadizos internos de la adicción, ella no es el objeto de su exaltación, y esto es lo que me impresiona como hallazgo, un mérito inusitado; el autor, por el contrario, celebra la sobriedad, y es en ella donde se plantea la creatividad, la producción literaria y el despliegue de su existencia, y a lo largo de todo su relato lo que nos muestra es el diario del regreso. José Antonio Parra afirma que la verdadera potencia creativa es la sobriedad, precisamente porque no hay esclavitud, aislamiento ni asfixia.

Desde allí el escritor abre las puertas y comienza el camino de rehabilitación, a la par que la desmitificación de la droga. Y precisamente la desmitifica desde la sobriedad. El psicoanalista Rafael Ernesto López nos dice que la adicción es un fenómeno donde el yo se subyuga a un objeto malo idealizado; hago la acotación, como también lo muestra muchas veces José Antonio Parra, de que ese objeto malo idealizado, no necesariamente es una sustancia claramente reconocida como adictógena, también hay otras sustancias narcóticas o no, legales o ilegales, objetos, personas, vínculos o situaciones igualmente peligrosas por su posibilidad de generar adicción, igualmente susceptibles de ser idealizadas precisamente en tanto su grave potencial de destrucción. En su bitácora de regreso, José Antonio, como un Ulises, sabe que hay que resguardarse de los cantos de sirena, y hasta de sus silencios, como sospechaba Kafka. Nos denuncia el lenguaje como vehículo de la enfermedad adictiva, “El virus de Burroughs”. El autor reconoce que el discurso y las palabras mismas tienen la capacidad de inocular “el virus”. La adicción utiliza las palabras con toda su carga sonora y simbólica para alimentarse. Las vampiriza. José Antonio sabe que el hombre mismo no solo habla sino que es hablado por el lenguaje, diseñado y determinado por él.

Tomo esto en consideración para proponer una lectura que intente ir más allá de la trama adictiva porque creo que el escritor, una vez que adquiere la consciencia del daño auto infligido, ubica el acento en el camino de la recuperación, pero una recuperación que se nos presenta no como labor solitaria, aislada, o dentro de un consultorio, sino que se trata de una recuperación en comunidad. José Antonio va describiendo con precisión el proceso de entretejer miradas, experiencias, sufrimientos y logros. Nos conduce desde el inicio, en la etapa de máxima desestructuración y carencia de límites, desde la máscara, la defensa o la perversión, a un espacio compartido donde se propicia un re-nacimiento a través de aprender límites, tolerar las pérdidas, enfrentarse consigo mismo y con los otros. No debe ser casual que el tiempo de estadía fue de 9 meses. Y he aquí que desde esta perspectiva, mientras lo leía, vino a mí el recuerdo de la inquietante obra de teatro de Jean-Paul Sartre Huis clos (A puerta cerrada), en la cual se nos cuenta que tres personajes se encuentran encerrados en una habitación en el infierno, donde la única posibilidad de tortura es verse en la mirada y en el discurso del otro, cada uno deviene en verdugo de los demás. Es allí donde aparece la famosísima frase de Sartre: “El infierno es los otros”. Lo singular de la propuesta sartreana es que no es posible salir solos del infierno. Al abrirse la puerta al final, el personaje Garcin se da cuenta de que no puede salir si no salen a su vez sus dos compañeras de suplicio. A puerta cerrada indaga en el concepto de la influencia de las miradas ajenas en la propia psique. La mirada del otro es el infierno porque es aquello que desnuda, muestra la realidad del ser, lo deja sin asideros, lo descentra. La solución sería encerrarse en sí mismo, huyendo de la mirada del otro. En esta pieza los personajes están condenados a escuchar los pensamientos de los compañeros, cuya presencia se hace patente e insoportable. Lo tomo como punto de partida, pero con una diferencia fundamental: en Diarios de Rehab cada uno llega con su propio infierno, a continuación deberá ser expuesto a las miradas de los compañeros y de los guías y terapeutas. La mirada del otro desnudará las manipulaciones, las mentiras, pero no con la finalidad de ser verdugos, de castigar: Vigilar y castigar de Foucault, citado por José Antonio, sino que desnuda para hallar al ser en su esencia, devolver proyecciones, desmantelar miedos, centrar, no descentrar. Los otros son conminados a ser el espejo ineludible, de tal forma que se favorezca la propia reflexión y la del compañero. Solo los que entienden esto y se entregan a este tejido de vivencias comunitarias son los que juntos saldrán del infierno. En los diarios de José Antonio sí se sale del infierno, al menos el grupo que él llama “compacto”, para ser esto posible se deberá comenzar desde lo más concreto: de alimentarse unos a otros, contenerse, señalarse o controlarse. El proceso de rehabilitación es una bella metáfora de crecimiento y expansión de la consciencia, donde a través del ágape fraterno es posible liberarse de la adicción, y reemplazar el objeto malo idealizado, la dependencia y consumo de la droga como portadora del poder, por el compartir una “buena comida”, cocinar para otros, emerger de las máscaras perversas que asume la adicción y reconocerse libre. Es una puerta abierta al Paraíso que también pueden ser los otros. En contraposición, la droga invoca el espacio de la desolación y el aislamiento, ella se conforma como el único otro, tiránico y demandante. “Mantenerse aferrado a la enfermedad”, como claramente lo dice el autor, parece ser al inicio el único deseo o la única posibilidad.

Gracias al espejo de los compañeros quienes, por ejemplo, le señalan lo perverso de celebrar con relatos la propia destrucción, José Antonio Parra, pese a las variadas resistencias de inicio, va generando espacios de pensamiento y autocrítica, es decir, acontece la necesaria reflexión. Siempre el encuentro con el otro es requisito indispensable para constituirse en persona, porque al tomar consciencia de que el otro no es un objeto más, que está a mi disposición, sino que es un ser que existe, que no es objeto sino sujeto, a la par me percato de que yo mismo no soy un objeto de otros y advierto que soy el sujeto de mi existencia. Dice José Antonio: “Y en efecto, haber renacido a la vida ha implicado también un proceso real y profundo de reinvención de mi persona”.

Quiero resaltar que así como Dionisos, el dios del vino, la naturaleza y la embriaguez creadora, nace por segunda vez luego de ser descuartizado, y, en su periplo divino de locura y desmembramiento, es salvado una vez por la diosa Atenea y otra por la diosa Cibeles, en este viaje de José Antonio Parra la presencia femenina fue decisiva, a través de su madre y de su ex esposa, quienes también representan la necesaria mediación para salir de los infiernos.

Son conmovedores los relatos de solidaridad y amorosa ternura entre los miembros de la comunidad que logran al fin culminar su tratamiento; en oposición, aquellos que no pueden resonar en conjunto fracasan en el intento. Por lo tanto, miro los Diarios de Rehab como la bitácora de un viaje fraterno, un ágape hacia la liberación y el reencuentro con los aspectos heridos y la posibilidad de reparación. Este viaje de fraternidades es amplificado aún más por el autor al compartir su experiencia y hacernos partícipes a sus lectores de este ágape. Ludovico Silva en sus dolientes papeles exclama “estoy perdiendo hasta la capacidad de amar”. José Antonio, por su parte, nos remite a la recuperación de su capacidad de amar, a sí mismo y a los otros. A medida que aparece el espacio que deja la droga en tanto objeto fetiche, José Antonio recupera la capacidad no solo de observarse a sí mismo sino de ver la naturaleza: “recuerdo los cielos azules de los viernes”, en esta pequeña frase da cuenta no solo del entorno y su belleza y de la irrupción del tiempo: la secuencia de los días, ya ha salido del tiempo congelado del infierno.

En fin, lo que termina haciendo de los Diarios de Rehab un libro necesario es que no solo trata de adictos y adicciones, sino que, como bien dice Eli Bravo en el prólogo, allí estamos dibujados todos con nuestras trampas, con las sombras que todos portamos, nuestros infiernos y la posibilidad de redención. Este libro trasciende el mundo de las drogas y su rehabilitación y nos muestra las zonas de aislamiento que nos pueblan, los dolores en los que insistimos y a los que nos atamos. Los invito a compartir desde una fraterna solidaridad este entrañable diario.

Ana María Hurtado, octubre 2017


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