Si no actúa, dirige. Si no dirige, enseña. Si no enseña, escribe. O todo a la vez. Diana Volpe, diplomática de formación, vive por y para el teatro, y lo hace por amor al arte. Este mes, satisfecha y entusiasta, celebra los cinco años de La Caja de Fósforos, ese pequeño espacio de la Concha Acústica de Bello Monte desde el cual se han propuesto ella, Orlando Arocha y Ricardo Nortier sacudir al espectador con un teatro que lo invite a pensar, a reflexionar, a mirarse, a cuestionarse. Y sí, también, a entretenerse.

—¿Qué balance hace de estos primeros años de La Caja?

—Es un balance muy positivo porque sobrevivimos y de la mejor manera, haciendo lo que nos gusta y ofreciendo una programación que todo el mundo reconoce es de muy alta calidad. Y no es solo la programación, sino las actividades paralelas que tienen que ver con la formación de jóvenes talentos. En estos 5 años hemos montado más de 50 obras, un récord para nosotros. Y no es por hablar de cantidad, sino porque nos estamos siempre retando a producir y montar cosas nuevas. Nos interesa la dramaturgia de otras partes del mundo y también fomentar la nacional, así que de eso hemos hecho varios experimentos. Y, además, hemos tenido un grupo de casi 100 personas que gravitan alrededor de La Caja, que hemos formado, que trabajan con nosotros, que nos ayudan. Y es cierto que muchos han emigrado, pero los que quedamos seguimos con nuestra mística.

—¿Un gran triunfo no haber cedido ante lo comercial? 

—Sí, pero nunca nos planteamos si esto es comercial o no. Simplemente tiene que ver con lo que nos gusta. Cada uno de los que estamos a la cabeza de La Caja, Orlando Arocha, Ricardo Nortier y yo, tenemos unos temas que privilegiar, unos que nos atraen más que otros, cosas de las que nos interesa hablar.  

—¿Qué le interesa ver al público que viene a La Caja? 

El público que viene a La Caja lo hace para ver obras que lo sacuden, que lo hacen pensar. Siempre hay algo que detona una serie de reflexiones en el espectador y eso es lo que se lleva el público. Y es curioso, porque muchas veces quien viene no sabe lo que está en cartelera. Hoy en día tenemos un público que viene a ver lo que está porque reconoce que son obras que lo van a estimular, piezas que le van a hablar de lo que nos pasa. Y esa es la función del teatro, entretenerte, sin lugar a dudas, pero hacerte pensar, reflexionar. 

—¿A las cabezas de La Caja de qué les interesa hablar?

—Hemos hablado de todo; en el caso de Orlando tiene una habilidad para aterrizar sus montajes en el contexto actual, sin decirlo necesariamente. Y siempre nos lleva a pensar en nuestro país. La obra que marca el aniversario, Pueblo de fieras, que estrenaremos el 26 de mayo, ocurre en un pueblo en Uganda, y lo que vas a ver allí son situaciones que te remiten inmediatamente a lo que ocurre en nuestro país hoy en día. A mí me interesa hablar de lo que nos hacemos los unos a los otros, de cómo nos relacionamos, de cómo escogemos no hablar de temas incómodos. Me interesa hablar de la falta de comunicación y de la soledad.

—Hablaba antes de que han sobrevivido. ¿Cómo es posible con una entrada que no supera los 35.000 bolívares?

—No sobrevivimos gracias a la taquilla. Yo me pregunto qué teatro en Venezuela, en este momento, sobrevive gracias a la taquilla. Si es así, admiro profundamente a esos teatreros. Tenemos un grupo de gente que ha estado con nosotros desde hace 5 años y que sigue apoyándonos a pesar de que es mucho trabajo por poquísima remuneración. Hacemos festivales gracias al apoyo de embajadas, como el Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense o del Dramaturgia Europea. Y, además de eso, tenemos un gran talento para el reciclaje. Muchas veces la gente nos pregunta por qué no volvemos a montar, por ejemplo, Las noches celestiales de la señorita Rasch. Y no podemos porque esa escenografía simplemente ya no existe, se convirtió en otra cosa.

—¿Considera que el teatro, como ninguna otra de las bellas artes, ha contado la tragedia que estamos viviendo los venezolanos? 

—Sí, claro que sí. Y cuando hemos montado obras venezolanas, que algunas han surgido de un taller permanente que tenemos con Orlando que se llama Club House, son textos que hablan del país que se está cayendo a pedazos.

—Frente a tanta desidia, desesperanza, miedo, frustración, ¿cuál es el rol del arte? 

—Hablemos del teatro porque es el único arte que habla y por eso es tan incómodo, y es atacado y prohibido en países muy represores. La función del teatro es ser un poco un espejo donde el público se ve reflejado, pero que también refleja lo que sucede en la sociedad desde el escenario. Es una sinergia que va y viene. Una retroalimentación. El teatro es fundamental.

—¿Cómo es ese proceso de formación de nuevo talentos?

—A propósito del aniversario tenemos una serie de talleres gratuitos que anunciamos en nuestras redes sociales. En esta oportunidad, y atendiendo a nuestro lema aniversario “La Caja no tiene paredes”, decidimos abrirnos a otras salas. Y recibimos muchísimas solicitudes. Siento que hay una gran necesidad de seguir formándose. Y todos nuestros cursos son gratuitos porque es nuestro homenaje a la ciudad y nuestro agradecimiento al público. 

—¿Qué se viene a aprender en La Caja?

—No se aprende el oficio, definitivamente, porque para eso se necesitan años de práctica. Pero queremos que se aprenda a ser riguroso, que lo que se haga, sin importar dónde o con quién, sea un teatro profesional de mucha rigurosidad. Hay que asegurarse de presentar un producto de calidad del cual te sientas orgulloso. Ese virus global que es el tema de la inmediatez nos lleva a pensar que en tres días puedes montar una obra y presentarla. Y no es así. Un obra pide enfoque, seriedad. El teatro, en definitiva, exige respeto. 

—¿Siente que en el país se ha perdido el respeto por el teatro?

—Creo que no solo en el teatro, en todo. Por ejemplo, el Microteatro. Veo una obra de 15 minutos, luego otra, luego otra. Y sí, claro que se puede, pero hay que hacerlo de la mejor manera, con respeto, profesionalismo. Por el teatro, por el público. Esa tendencia mundial a hacerlo todo rápido nos devora. Vamos a detenernos a pensar en lo que significa un teatro profesional.

—¿De dónde surge el lema de este año, “La Caja no tiene paredes”?

—Siempre nos planteamos una serie de eventos para abrirnos a la comunidad de Baruta, en principio, pero nunca pudimos porque no teníamos dónde. Hay que entender que la sala de teatro solo era nuestra de viernes a domingo; de resto había clases de kárate, de taekwondo, la usaban los músicos del Núcleo Baruta del sistema de orquestas. Había una serie de actividades que no nos permitían usar la sala y nosotros tuvimos que manejarnos con eso. O montábamos obras o dábamos talleres. Ahora tenemos más libertad, la orquesta nos permite usar en las mañanas espacios que son solo de ella. Y entonces nos abrimos, que es lo que siempre quisimos hacer. Y no solo dentro de La Caja sino a otros espacios, otras salas de la ciudad, y hemos tenido gran receptividad.

—Así como ha habido un éxodo de talento, pareciera que hay todavía jóvenes dispuestos a quedarse y seguir trabajando. Muchos de ellos a veces no encuentran espacios.

—Mucho de nuestro talento se ha ido y, de hecho, para el III Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense, en el que presentaremos ocho obras, hemos tenido muchos problemas para hacer el casting, para integrar los elencos. Muchísima gente se ha ido. Pero eso significa, también, que tenemos que seguir formando y es lo que hacemos.  Hemos audicionado muchachos jóvenes y no tan jóvenes que no conocíamos. Y es bueno, porque tendrán la oportunidad de mostrar su talento.

—¿Ha pensado usted en emigrar? 

—Un día sí y un día no. Como todos. Y me digo: vamos a ver qué pasa mañana. Y acá seguimos. Es muy difícil pensar en irse y en mi caso ni siquiera desde el punto de vista personal, pues es pensar en dejar a mi familia grande, a la de La Caja. Dejarla es algo muy fuerte.

—¿Definitivamente, no es posible vivir del arte en este país?

—Nadie vive del arte. Eso es imposible. Cuando no tenemos festivales en cartelera, lo que le ofrecemos a los actores es muy poco. Ahora, con el festival estadounidense, y gracias al apoyo de la embajada, podremos ofrecerle una remuneración más acorde con lo que merecen. Pero eso sólo pasa cuando el patrocinio es firme. Y aún así no hay sueldo suficiente para lo que económicamente estamos viviendo. Ya es prácticamente imposible determinar lo que es un sueldo para vivir.

—¿Con qué papel se siente más cómoda: actriz, directora, escritora, maestra?

—A veces digo: no voy a actuar más, es mucho trabajo, solo voy a dirigir. Entonces, cuando estoy dirigiendo, pienso: ¿cuándo volveré a actuar? En el festival estadounidense voy a trabajar en una obra que dirigirá Orlando Arocha y que abrirá la muestra, Agosto (Condado de Osage), una pieza maravillosa en la que tengo un papel que me encanta. Claro, dirigir es increíble porque haces, de alguna manera, todos los papeles; toda la parte artística que está relacionada con una puesta en escena es absolutamente retadora. No sé si podría renunciar a alguna de mis facetas. Creo que el tiempo renunciará por mí, porque eventualmente habrá cada vez menos papeles para mujeres de mi edad, pero afortunadamente me quedará la dirección.

—¿Le incomoda, le entristece pensar en eso?

—Para nada. Sucede en todas partes. En el cine y en la televisión pasa muchísimo, pero en teatro es diferente. Ahora estamos viendo dramaturgos y dramaturgas, sobre todo inglesas, que están tratando de escribir para señoras como yo. Pero no imagino mi vida sin teatro. Cuando no pueda actuar, dirigiré. Cuando no pueda dirigir, enseñaré. Pero siempre seguiré.

—¿Cuál personaje quiso siempre interpretar y nunca le llegó?

—Me hubiera gustado hacer Hedda Gabler de Henrik Ibsen. Cuando era joven siempre me llamaron la atención personajes de mujeres mayores. Y siempre audicioné para ese tipo de personajes.

—¿Y cuál es ese personaje inolvidable que ha realizado?

—La señorita Rasch en Las noches celestiales de la señorita Rasch fue maravilloso. Así como el que interpreté en Cuartetode Heiner Muller. Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams. Lady Macbeth y el personaje que interpretaré en Agosto también me parece extraordinario.

—¿Qué teatro la sacude?

—El teatro riguroso, bien hecho; el que me habla de algo que me hace pensar. Y puede ser comercial, por qué no.

—¿Qué ofrece este año el III Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense?

—Tiene un poco de todo, una vitrina que permite observar a la sociedad americana.

—¿Por qué ese interés en observar la sociedad estadounidense a través del teatro?

—Cuando empezamos a hacer el festival veníamos de hacer el homenaje a Tennessee Williams por el centenario de su nacimiento y revisitamos la dramaturgia estadounidense. Entonces nos encontramos con nuevos dramaturgos que se enfocan en analizar su sociedad y denunciar lo que allí sucede.

—De lo que se ocupa poco nuestra dramaturgia.

—Ciertamente. Y a nosotros nos preocupa que la dramaturgia nuestra, la contemporánea, no nos habla de lo que nos está pasando y por eso surgió la necesidad de hacer El Piquete y luego Club House, una manera de fomentar la dramaturgia local, de plantear nuestra realidad. Y nos motivó mucho encontrarnos con textos que atacaban a la sociedad estadounidense por racista, clasista y tantas otras cosas. Se habla de temas como la pedofilia, el machismo, asesinatos, miseria. Y nos enganchamos. Se lo presentamos a la Embajada de Estados Unidos y nos sorprendió mucho que decidieran financiar un proyecto que criticaba fuertemente a su sociedad. Pero es como debe ser, porque el arte está para hablar.  

—¿Insisto, por qué no se ocupa la dramaturgia nacional de contar lo que nos ha estado pasando como sociedad?

—No sé, habría que preguntarle a los dramaturgos. Pero pienso que está cambiando un poco. Los jóvenes talentos están preocupados por contar esas historias. Cito también los nombres de Ana Melo, Elio Palencia, Gustavo Ott, Karin Valecillos y Lupe Gehrenbeck. Hay mucha gente escribiendo cosas muy buenas y nos enteramos poco. Debe haber un foro, un espacio que reúna a ese talento nuevo, invitarlos a mostrar sus obras. En este sentido, el Festival de Jóvenes Directores del Trasnocho y el Concurso de Dramaturgia Trasnocho son buenas iniciativas que hay que apoyar. El esfuerzo debe ser sostenido.

Obras y talleres

Este año, como parte de la celebración de los cinco años de La Caja de Fósforos, se celebrará la tercera edición del III Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense, muestra que estará integrada por ocho obras y que estará acompañada de tres conversatorios en los que el público podrá dialogar con actores y directores sobre lo que ha visto en escena. Por primera vez, dos de esas piezas se presentarán en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural.

Este año, además, los talleres de formación se dictarán en otros lugares como Teatrex El Bosque, Centro Cultural Chacao, Espacio Cultural La Pizarra y La Casa de la Cultura de Baruta.

Además, habrá teatro de calle: Coloquio de perros, a partir del 27 de mayo.

Al terminar el III Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense, en septiembre, La Caja de Fósforos prepara dos montajes con los que terminará de celebrar el aniversario. Y, para 2019, ya piensan en el Festival de Dramaturgia Europea.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!