He llegado a la conclusión de que podemos aprender mucho sobre la música si nos dedicamos a las setas. Para este propósito me he mudado recientemente al campo. Paso gran parte de mi tiempo estudiando minuciosamente “cuadernos de campo” sobre setas. Los consigo a mitad de precio en librerías de viejo, que en casos excepcionales están situadas al lado de tiendas que venden partituras manoseadas, un hecho que interpreto como evidencia irrefutable de que voy por buen camino.

Tanto para las setas como para la música, el invierno es una estación muy penosa. Solamente en cuevas y casas, por la cuestiones de temperatura y humedad, y en las salas de concierto, donde las cuestiones de taquilla y de los puestos en los consejos administrativos están bajo constante vigilancia, prosperan las formas vulgares y aceptadas. El comercialismo estadounidense ha provocado un gran deterioro de la Psalliota campestris, que ha afectado a través de la exportación incluso al mercado europeo. Igual que un exigente gourmet ve pero no compra la seta comercializada, el músico curioso lee de vez en cuando anuncios de conciertos y se queda en casa tranquilamente. Que el Collybia velutipes crezca con energía en enero, es un caso raro, y encontrárselo mientras se rebusca por el bosque es casi impensable, tan emocionante como observar que en Nueva York aumenta el número de gente que asiste a un concierto de invierno que requiera el uso de las propias facultades (1954: 129 de entre 12.000.000; 1955: 136 de entre 12.000.000).

En el verano las cosas son distintas. Unas tres mil setas diferentes crecen con fuerza y abundancia, y a diestra y siniestra hay festivales de música contemporánea. Es de lamentar, sin embargo, que la consolidación de los logros de Schónberg y Stravinski, ahora de moda, no haya producido ni una nueva seta. Los micólogos saben que en la actual abundancia de hongos tiene muchísimo que ver la peligrosa Amanita. ¿No deberían los directores de programación, y los amantes de la música en general, mostrar más prudencia cuando llegan los meses más cálidos?

El pasado otoño me sentí encantado (pues los efectos del verano continúan: Donaueschingen, C.D.M.I., etc.) no solamente de visitar en París a mi amigo el compositor Pierre Boulez, rue Beautreillis, sino de asistir a la Exposition du Champignon, rué de Buffon. Una semana más tarde, en Colonia, desde mi posición estratégica en una cabina de control de cristal, observé a una audiencia medio dormida, abandonando, por así decirlo, toda precaución, a pesar de estar asistiendo a un programa de Elektronische Musik emitido por altavoces. No pude evitar recordar otro altavoz, rue de Buffon, que cada hora daba una charla describiendo setas mortalmente venenosas y los métodos para su identificación.

Pero dejemos el ámbito de la música contemporánea; es bien conocido. Es más importante determinar cuáles son los problemas a los que se enfrenta la seta contemporánea. Para empezar, propongo que debe determinarse qué sonidos fomentan el crecimiento de qué setas; y si estas también producen sonidos; si las laminillas de ciertas setas son usadas por insectos que tienen alas lo bastante pequeñas para la producción de pizzicatos y los tubos de los Boletos por diminutos insectos excavadores que los usan como instrumentos de viento; si las esporas, que en tamaño y forma son extraordinariamente variadas e innumerables, no producen al caer al suelo sonoridades como las del gamelán; y finalmente, si toda esta industriosa actividad que sospecho existe delicadamente, no podría ser llevada, a través de medios tecnológicos, amplificada y magnificada, a nuestros teatros con el resultado global de hacer nuestros espectáculos más interesantes.

¡Qué impulso daría a nuestra industria discográfica (ahora parte de la sexta más importante de los Estados Unidos) si se pudiera demostrar que la audición, ya en la mesa, de un LP del Cuarteto Opus Tal o Cual de Beethoven alteraba de tal modo la naturaleza química de la Amanita muscaria que la hacía no solo fácil de digerir, sino deliciosa!

Por si acaso me encuentran frívolo y superficial y, aún peor, “impuro” por haber impulsado el matrimonio del agárico con Euterpe, observen que los compositores están continuamente mezclando la música con otras cosas. Karlheinz Stockhausen está claramente interesado en la música y el malabarismo, construyendo “estructuras globales”, que solo pueden ser de utilidad cuando se lanzan al aire; mientras que mi amigo Pierre Boulez, como él mismo reveló en un reciente artículo (Nouvelle Revue Française, noviembre 1954), está interesado en la música, los paréntesis y ¡la cursiva! Esta combinación de intereses se me antoja excesiva. Yo prefiero mi propia elección de las setas. Además, es vanguardista.

He pasado muchas horas agradables dirigiendo en el bosque interpretaciones de mi obra silenciosa, transcripciones, quiero decir, para un público formado por mí mismo, pues eran más largas que la duración conocida que ha sido publicada. En una de estas interpretaciones, pasé el primer movimiento intentando identificar una seta que continuó satisfactoriamente sin identificar. El segundo movimiento fue extremadamente dramático, comenzando con los sonidos de dos ciervos macho y hembra que saltaron a unos diez pies de mi rocoso podio. La expresividad de este movimiento no era solamente dramática, sino excepcionalmente triste desde mi punto de vista, pues los animales estaban asustados simplemente porque yo era un ser humano. Sin embargo, se marcharon vacilante y dignamente según la estructura de la obra. El tercer movimiento consistió en un retorno al tema del primero, pero con todas esas profundas y conocidas alteraciones de los sentimientos del mundo asociadas por la tradición alemana con el A-B-A.

En el espacio que queda, me gustaría resaltar que no estoy interesado en las relaciones entre los sonidos y las setas más de lo que lo estoy en las relaciones entre unos sonidos y otros sonidos. Estas supondrían una introducción de lógica que no solamente queda fuera de lugar en el mundo, sino que llevaría demasiado tiempo. Vivimos en una situación que requiere mayor seriedad, como puedo atestiguar, pues recientemente hube de ser hospitalizado después de haber cocinado y comido experimentalmente Spathyema foetida, vulgarmente conocida como col de los pantanos. La tensión me bajó a cincuenta, me tuvieron que hacer un lavado de estómago, etc. Por lo tanto nos incumbe ver cada cosa directamente como es, sea el sonido de una flauta o la elegante Lepiota procera.


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