El cuerpo, la sangre, un ser desnudo ante el altar. El crudo paisaje de un cadáver. Son los elementos que Nelson Garrido consigue en común; los hilos conductores de su fotografía. Trasgresora y crítica.

En un nuevo libro de la Editorial La Cueva se dibuja la trayectoria de Nelson Garrido, fotógrafo venezolano que dedica a sus imágenes los temas más controversiales: crisis, muerte, violencia, religión… Esta edición, coloreada de un “azul irreverente”, tan vibrante como su autor, reúne a través de las imágenes, las evidencias de que Garrido es sin duda un “artista vidente” –como lo sugiere Miguel von Dangel y lo escribe en su prólogo Gerardo Zavarce– “que ha asumido de manera inquebrantable el compromiso con la verdad que le fue rebelada”.

Nelson Garrido es un maestro de lo simbólico. Sus imágenes, al borde de todos los límites de la estética, fuerzan al ojo espectador y lo incitan a encontrar ese elemento transformador, ese espacio de nuestra identidad que se escapa a lo obvio y, casi como sin pensarlo, la violenta imagen se hace bella. Se revela en ese momento una verdad tan propia del artista como de quienes se encuentran con la fotografía.

El portafolio –como lo ha titulado la edición– es un recorrido de 75 imágenes entre 1968 y 2015 que van del blanco y negro a los rojos predominantes y de las series fotográficas más tradicionales a las composiciones artísticas repletas de contenidos simbólicos. La variedad entre sus páginas consigue el hilo conductor en la personalidad rebelde del autor, en la “imaginería garrideana”, como la ha llamado Zavarce: “¿Acaso no es la subversión la esencia propia de la creación? Podemos afirmar desde la imaginería garrideana: crear es subvertir; crear es alterar; crear es transformar; crear es transgredir. Crear es rebelarse y dudar”.

Este libro es en sí mismo un trasgresor. La edición, cuya curaduría estuvo a cargo de Gala Garrido, es un desafío a la censura tan característica de la crisis social que sacude al país, y a la modernidad en general. Así, las imágenes que a simple vista resultan intolerables a los ojos comunes, se rebelan ante el canon y redefinen la belleza. Es el propio Garrido quien se revela en su obra, “como un adolescente que se descubre sexualmente”.

La mirada común se transforma entonces y queda grabado en la mente, como uno de esos recuerdos imborrables, el shock de aquellas tripas del perro atropellado, o la cabeza de un cerdo sangriento sobre el cuerpo de un “cristo” crucificado ante los huesos de una sociedad destruida. Es un cuadro que se hace hermoso y no precisamente por su estética. Nelson Garrido trasgrede, sí, desde la irreverencia, desde la crudeza de sus composiciones, y también trasciende, más allá de la posición crítica absolutamente personal. Ahí radica la esencia de su obra, de su trayectoria. Este es un artista que no calla.


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