Claudia Capriles estableció los primeros pasos de la danza moderna en Venezuela. Comenzó a estudiar ballet clásico cuando tenía 8 años de edad y gran parte de su formación inicial se condujo en centros de formación nacionales. A finales de los años ochenta decidió viajar a Alemania, donde estudió en la Folkwang Hochschule, escuela en la que nació el movimiento de la danza moderna internacional y en la que dictó cátedra la renombrada bailarina Pina Bausch, que entonces era la directora.

Fue fundadora del Instituto Superior de Danza,  proyecto que luego se transformó en el Instituto Universitario de Danza, del cual llegó a ser subdirectora académica y a partir de 2008, cuando las instituciones artísticas se aglomeraron bajo la figura de la Universidad NacionalExperimental de las Artes (Unearte), fungió como profesora de ese recinto académico.

“Conjugar a todos los institutos de creación artística en uno solo desdibujó el horizonte de la especialización”, agrega la bailarina, que estrena continuamente piezas con compañías subsidiadas por instituciones estatales, trabaja con agrupaciones independientes y da clases privadas para poder mantener su ímpetu creativo.

—¿Cuál es el estado de la danza en el país?

—La creación en el ámbito de la danza se está desmantelando. Es lamentable tener que decirlo de esa manera, pero –como sucede en muchos ámbitos– hay un éxodo terrible. Hasta hace poco los jóvenes recorrían un camino que podría llamarse corriente: te graduabas de una universidad como Unearte, que fue pionera en licenciar a artistas en América Latina, y luego viajabas a hacer un posgrado afuera. Pero siempre con la intención de volver porque la calidad de la danza escénica en el país es muy grande; por mucho tiempo hemos sido un punto de referencia y muchos estudiantes extranjeros se formaban aquí. Sin embargo, ese éxodo ha provocado el abandono de muchos espacios y ha hecho que los bailarines se lancen a bailar en espacios no convencionales; eso puede ser muy interesante, pero no es lo correcto para llevar al máximo rigor un proceso creativo. También está el hecho de que muchas compañías independientes decayeron en sus procesos de creación por falta de subsidios. Los bailarines tienen muy pocas oportunidades de palpar otros escenarios, se baila en los sótanos del Teatro Teresa Carreño piezas que son pensadas para la sala Ríos Reyna.

—¿Quién y para quiénes se está bailando en Venezuela?

—Hay un arte que está regido por conceptos que parten del Estado y que tiene una función social orientada. Pero esos mismos organismos estatales siguen manteniendo un lecho donde se siguen produciendo trabajos de autor. Es decir, de repente se monta un espectáculo con joropo en todo el Teatro Teresa Carreño, pero en el sótano estamos viendo una coreografía basada en un vals de la pianista. Ambas producciones son convocadas y subsidiadas, pero tienen públicos diferentes. A la primera acuden muchas personas y a la segunda una audiencia más especializada. El alcance es más reducido. Entonces uno se pregunta: si el acto escénico es un diálogo, ¿qué sentido tiene hacerlo para nosotros mismos que bailamos para vivir? No hay una ley de mecenazgo y la empresa privada tiene pocos estímulos; entonces lo único que puede hacer el artista para lograr que haya más público es imponerse y tomar los espacios, creando con lo que pueda. El ímpetu creativo es suficiente incentivo.

—¿Se podría decir que el Estado condiciona la creación artística?

—En algunos casos se podría decir que sí, hay directrices muy claras. Pero habría que ver cómo se explica eso. Yo he aceptado muchas invitaciones a crear con ciertas delimitaciones con momentos históricos: me invitaron a montar un espectáculo con música de Teresa Carreño para celebrar su centenario, pero los valses no forman parte de mi investigación. Sin embargo, como creador uno consigue la forma de conectar lo que te están ofreciendo con tu mundo creativo. Cuando me invitaron a crear una coreografía utilizando solo música venezolana, usé tonadas. Al final surgió algo que tenía mucho de esta tierra, pero donde menos había señas de la venezolanidad era en la música.

—¿Cómo afecta la crisis económica al ámbito de la danza?

—Todos los ámbitos se ven afectados. Incluso trabajando con el Ballet del Teresa Carreño hay limitaciones por la situación económica. Pero uno se puede negar o adaptarse. Cuando el acto de creación se te impone como una necesidad no hay quien te pare. Aunque una obra no se culmine y se quede solo en un ejercicio de ensayo, siempre se tendrá esa experiencia para renovar el sentido creativo del artista.


Pasos de prosperidad

Claudia Capriles asegura que la danza venezolana se mantuvo por años como una referencia en el continente. “En los años ochenta y noventa hasta aquí llegaban las fuentes de información como Pina Bausch y Sussane Linke. Irse en ese momento no implicaba una partida permanente, sino que había un constante intercambio entre bailarines extranjeros y nacionales. Eso cimentó las bases para un mapa muy rico en experiencias culturales diversas, y fue esa explosión de creatividad lo que hizo que se comenzara a estructurar la enseñanza. Nació primero el Instituto Superior de Danza, que luego mutó en otras instituciones de formación, y el Festival de Jóvenes Coreógrafos; era un momento fértil para la danza en el país”.



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