Giraluna lejana

No lo digas, no lo digas.

Ya sé que te estás muriendo

de esperarme con los brazos

y abrazarme con el viento.

     Desde tu ausencia a la mía

ya tendió tu pensamiento

el hilo de coser ojos

y el río de viajar besos.

     Amor pagado en amor,

pena pagada en silencio;

para esperarte de día

me pondré azul contra el sueño,

para esperarte de noche

soñaré que te amanezco,

para esperarte en la muerte

moriré de ojos abiertos,

para esperarte en el mundo

que hay detrás de los silencios

respiraré en el vacío

el aire de tu recuerdo.

     Espérame en tu esperanza,

a un costado de tus sueños,

entre el filo de tus ojos

y la orilla de tus besos.

¡Ay, tú no sabes, no sabes

con qué muerte te recuerdo!

el adiós que me gritaste

me sale, como los muertos.

**

Soneto a Rómulo Gallegos

Rómulo: ya la Patria está muy lejos;

la escucho ya en canciones y relatos,

la busco ya en sus cartas y retratos,

la encuentro ya como al amor los viejos.

No digo aquella de los cien reflejos

en el machete de sus arrebatos,

sino la sin maldad y sin zapatos,

de pie y de agua, como los espejos.

Ya nos queda nomás la que escribiste:

en tus libros su olor y su cadencia,

su azul remoto en tu camino triste,

su rumbo y su paisaje en tu conciencia…

lo demás es tu pálida Teotiste,

la mitad gloria y la mitad ausencia.

**

Canto a los hijos: Despertar

Es el alba. Los niños despertarán. ¿Qué hicimos

los hombres con la noche, tan bella como el sueño?

Ayer nomás, el mundo

nos puso entre las manos la suerte de su sombra.

Nos entregó a los hombres

una noche tan dócil como un esclavo niño

y en la sombra sumisa

¿con qué luz alumbramos, con qué sueño escribimos?

Nos dio, para sembrarla,

la sombra de sus pobres, la noche de sus tristes,

su mano sin terrones, su boca sin cartillas,

nos dio su sombra hermosa, como una niña negra,

nos dio su noche bruta como una tierra niña.

Para enseñarle cantos,

para cantarle lumbres,

para alumbrarle letras,

el mundo de los niños y los simples

nos dio la sombra en paz de sus cabezas.

Y nosotros, los dueños de la luz y del grito,

del lucero en la noche y el camino en la tierra

¿qué hicimos con el alma del ser oscurecido?

¿qué luz y qué palabra,

qué pan, qué tierra dimos

a la noche inocente del niño sin estrellas?

En los seres oscuros como aldeas de noche

y en el agua sin luz de sus postigos,

en la cabeza oscura de los tristes,

¿qué paz, qué amor, qué lámpara encendimos?

¿qué casa con qué voz que abra la puerta

dejamos en la mano que nos tendió el camino?

En el pueblo, en el monte, calles negras,

rendijas y rendijas

por donde en vez de voces salen quejas,

por donde en vez de luz sale un ay amarillo

que va temblando, como luz de vela.

Es el alba. Los niños despertarán; ¡qué pena,

si nos vieran adentro nuestros hijos!

Sumisión, miedo y hambre,

estafa de la voz y estupro del suspiro.

Es el alba. Los niños despertarán, amigos:

¿quién besará sin manchas la frente de la aurora?

¿quién mirará de frente los ojos de los niños?

**

Canto a los hijos: Confesión

Más vale que os confiese de la mejor manera

lo que, quién sabe cómo, va a contaros cualquiera;

sabed que soy poeta, hijos míos, un hombre

que nombra y que camina, sin camino y sin nombre.

Yo soy lo que ha dejado el pirata en la playa,

nada en el horizonte, un punto en una raya:

yo soy lo que ha quedado del saqueo en la vida:

la puerta de la casa de la llave perdida.

Soy la hoja quemada que el incendio nos deja

y en la primera brisa danza un poco y se aleja;

soy la amargura anónima de las almas sin dueño

que vivieron de un canto, de un dolor y de un sueño.

Soy el amo del humo que se queda en la casa

diciendo adiós al fuego del batallón que pasa.

Soy el poeta, hijos, casi nada en la vida,

lo que abrasa en la sed, lo que duele en la herida,

lo que quiere elevarse después de la matanza,

con un ala hacia el suelo y otra hacia la Esperanza,

lo que muere en la guerra y expira en los despojos

y un poco de esa gota que tiembla en vuestros ojos.

**

Jacinto Fombona Pachano

Divino don para el servicio humano,

humana entrega para el don divino,

fuerza y bondad, viviente alejandrino,

Jacinto puro, mi querido hermano.

Vino sin par en la perfecta mano,

vaso cabal para el perfecto vino,

de patria el ala y de linaje el trino,

Fombona, el verso, el corazón, pachano.

Y ahora estás, como tu vida entera,

así tan honda, así tan compañera,

así tan natural como la muerte,

y así ha de ser tu claridad sin mancha,

pues para merecerse y merecerte,

el tiempo es largo y Venezuela es ancha.


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