La tercera temporada de Narcos será una prueba de fuego. En el ciclo anterior, Pablo Escobar Gaviria ya murió. Se cayó el imperio de terror impuesto por el líder del cartel de Medellín.

Obviamente era este personaje, interpretado por Wagner Moura, quien recibía la mayor carga de tensión en una trama de muerte, complot y lealtades, para muchos conocida por lo reciente que resulta. Apenas hace veinte años Colombia padeció el horror de quien levantó un imperio de poder cada vez más grande y sumió a un país a la violencia más recalcitrante.

La pregunta es cómo ahora, con el cartel de Cali como antagonista de esta tercera temporada –disponible desde hoy en Netflix–, se mantendrá la atención de una audiencia a la que la figura de Escobar le era mucho más cercana, especialmente en Venezuela, que durante los ochenta y noventa recibió a tanta inmigración colombiana.

Ahora, los agentes de la DEA estarán detrás de quienes se la juraron al cartel de Medellín hasta acabar con su cabecilla. “Realmente es una continuación de lo que ya hemos contado porque conocimos a algunos de los personajes del cartel de Cali. Y, bueno, pensar que la industria (del narcotráfico) termina con la muerte de Pablo Escobar es muy infantil”, dijo en una entrevista con EFE Pedro Pascal, que encarna al agente Javier Peña en la serie. En estos 10 capítulos no estará Boyd Holbrook, quien da vida al otro funcionario de la agencia estadounidense, Steve Murphy. Al elenco se sumaron Javier Cámara, Miguel Ángel Silvestre y José María Yazpik. El venezolano Francisco Denis se sumó a la serie en la segunda temporada como Miguel Rodríguez, uno de los hermanos del ahora poderoso cartel de Cali.

Pascal tiene razón. Se refiere a un negocio que crece cada vez más y cuyos tentáculos se inmiscuyen en tantos aspectos de la vida latinoamericana. Incluso, el vertiginoso accionar de los recientes años de los narcotraficantes mexicanos da para más temporadas.

Narcos busca no ser maniqueísta en su planteamiento al presentar también a un poder político y organismos de seguridad corruptos, que tienen que enlodarse las manos para cumplir con un objetivo.


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