Ana Enriqueta Terán ha dejado de existir (Valera, 1918 – Valencia, 2017) pero no su poesía, por el contrario, refulgirá como una llamarada de belleza que acompañará nuestros días. Estas líneas que siguen y que recorren su obra deseamos sirvan de tributo.

Ana Enriqueta Terán, tal ave sagrada, alza vuelo junto a su soledad y despliega el raro artificio que se desprende de ella hacia la profecía y, reverente, cae al pie del verbo.

Impávidos nos dejan sus versos nacidos, como apreciara apenas los leyese la gran poeta uruguaya Juana de Ibarbourou, por esa “furia lírica”. Exaltada, concluye Ibarbourou, que de allí que la voz de Ana Enriqueta Terán tenga “tal esplendente emoción”, que posea “tal acierto intuitivo, manejando el idioma como quien lo inventa para sí, en combinaciones de palabras e imágenes que encantan y aterran”.

Ana Enriqueta Terán, apenas publicase unos pocos poemas, logró que su nombre y su voz estremecieran el horizonte de la poesía venezolana y continental, a más de atravesar el umbral de la poesía escrita en las primeras décadas del siglo XX. Su libro primigenio, Al norte de la sangre (1946), suscitó, entre los críticos, lectores y poetas, una atención teñida de asombro no solo por la magistral perfección que hiciera del mejor legado de la tradición clásica española, el impacto provenía sobre todo del arrebatado aliento espiritual con el que entretejía lo mítico y lo místico en el nombre por ser –confesó la poetisa– “esencia, punto central de un infinito imponderable, el verbo es Dios y los adverbios matizan la fatiga de ambos”.

En la historiografía de la literatura venezolana Ana Enriqueta Terán resulta un ave raris, un nombre difícil de ser integrado o sumado a un grupo o movimiento literario de los conformados en los albores del siglo XX. Rafael Arráiz Lucca resalta, en El coro de voces solitarias. Una historia de la poesía venezolana, cómo Terán “cultiva el verso endecasílabo, y hace evidente su formación clásica castellana y el manejo, según la crítica, perfecto del soneto y de otras fundadas sobre el rigor estructural”.

El destacado sitial que va a ocupar la poetisa lo erige Juan Liscano al insistir en que “lo fundamental en Ana Enriqueta Terán es la pureza, la calidad de su lenguaje, que siendo en todo momento compuesto, logra transmitir, no obstante, un fervor de intimidad rico en matices y sorpresas. Su obra toda tiene una noble calidad arquitectónica, excepcional en nuestro medio”. Y con inocultable emoción prosigue en Panorama de la literatura venezolana actual:

“Hay poemas suyos que hacen pensar en una conjunción inexplicable del mayor dominio formal y lingüístico y de una capacidad vehemente de extroversión sensual y sensorial. Admirable poeta, alejada de capillas y tertulias, de alianzas y complicidades de eso que llaman la vida literaria, y cuya percepción poética, quizá por eso mismo, tiene una penetrante mirada, es decir, una esclarecida conciencia de la creación”.

Al norte de la sangre sorprendió por la deslumbrante perfección formal de sus sonetos, en los que se asomaba la poco común estirpe de su voz para oficiar la poesía.

La pasión e incluso algunos matices eróticos que infunde la poetisa a su primer libro, y en los que concentra esta indagación amorosa, no se reducen a su cuerpo, se imbrican con la naturaleza, ámbito inseparablemente unido a su propia existencia.

Aún con mayor vigor poético tras los insondables misterios de la tierra prosigue Terán en Verdor secreto y Presencia terrena, títulos publicados casi simultáneamente en 1949, en Uruguay, país donde en 1946 comenzaría su labor en el servicio diplomático venezolano y en el que estableció estrecha amistad con intelectuales y artistas; en particular, con Juana de Ibarbourou, quien prologó Verdor secreto (Montevideo, Cuadernos Julio Herrera y Reissig, 1949), mientras que con un soneto, titulado “Díptico de Ana Enriqueta Terán”, el poeta Juvenal Ortiz prologaría Presencia terrena (Montevideo, Alfar, 1949).

El árbol plantado, en medio del cosmos, y cuyas raíces se entrelazan con sus venas y su canto, convierten a Verdor secreto en otro hito de la interiorización del paisaje en la poesía venezolana.

Y existe plenamente Ana Enriqueta Terán cuando en voz alta evade toda sensiblería, y desde su más honda condición femenina, nombra su extraña e íntima relación con la naturaleza. El propio cuerpo de la poetisa se enuncia, nace del espesor oscuro de su femenina sexualidad y de su Presencia terrena.

El poniente y la espesura que acogieron a Ana Enriqueta Terán mientras salían a la luz sus libros Presencia terrena y Verdor secreto, fueron los de Montevideo. Pero el Sur la impactaría más hondamente, al trasladarse a la Argentina para asumir en Buenos Aires la misma misión diplomática que cumpliría en Montevideo. En una sola noche y sin detenerse, escribe en 1951, frente al Nauhel Huapi, Neuquén, el poema Testimonio.

Este poema está envuelto en circunstancias excepcionales desde su origen –la poetisa ha confesado que lo escribió a lo largo de una noche como raptada, sin pausas– y fue editado por el Ateneo de Valencia, en el primer número de Cuadernos Cabriales (1954), dirigida por el poeta Felipe Herrera Vial, a manera de obsequio de bienvenida a Terán.

Destila en Testimonio el intenso deseo de Ana Enriqueta Terán de ser mujer barro, mujer árbol, mujer de fuego, mujer de agua, mujer mestiza.

De versos labrados, repujados en esa arquitectura donde cada detalle forma un conjunto de sugerencias nuevas y antiguas a un mismo tiempo, está conformado De bosque a bosque.

En De bosque a bosque encontramos el paisaje propio del reino marino. Transfiguración del deseo en paisaje onírico interior.

Mas, el paisaje que envuelve a la poetisa, de regreso al país, es el de Morrocoy, donde el alma mítica de Terán despertaba en nueva alma. De bosque a bosque, publicado en 1971, con cuatro dibujos de la autora, por el Congreso de la República, como homenaje al Sesquicentenario de Valera, su ciudad natal, es un libro que transcurre en un ambiente solar y marino, pleno de enigmas, en el que la poetisa entretejió una cascada de sentimientos puros, y temblorosa derrama en la página lo que intuye le ha sido revelado de la existencia cotidiana.

Ana Enriqueta Terán siempre reivindica su interés por la gente sencilla y su lugar, por ello advierte en “Soneto intuitivo”, que al estarse en su vivir “(…) como sabiendo / el destino de gentes y ciudades, / las hoscas gentes de mis soledades”. En el secreto ayer de la poetisa, esas gentes, esas ciudades “van padeciendo”.

La poetisa le seguirá siendo fiel al verso clásico pero ha confesado, según refiere Alberto Hernández: “el verso libre me solicita y voy con él con respeto y autenticidad. Sin embargo no abandono las formas clásicas; no las abandonaré nunca. Sonetos y tercetos me serán fieles y andaré por ellos con distintas penumbras pero con un mismo trazo de libertad y honestidad”.

Y con ese trazo de libertad y honestidad anduvo Ana Enriqueta Terán en el territorio sagrado de Música con pie de salmo, en la que la realidad dolorosa deviene gran metáfora del matrimonio entre el cielo y el infierno que le adeudamos a Blake.

Parte de la dolorosa realidad que expresa el extenso poema “Recados al hermano mayor” evoca la errancia familiar resultante de la enemistad entre las familias Terán Madrid y la del General Gómez.

Mas la gran pérdida familiar provino de la rama materna de la poetisa, los Madrid Carrasquero. Dos de los hermanos de doña Rosa sufrieron presidio en el castillo Libertador, ubicado frente a la casa que ocuparían los Terán Madrid en la calle Mercado de Puerto Cabello, por su participación en la “Gabaldonera” de 1929.

La poetisa sintió un súbito gran deseo de saber si su poesía “emanaba, verdaderamente, de mi sangre, de mi vida, o era que estaba influenciada por el entorno literario”. Y para saciar ese deseo de saber si su poesía emanaba verdaderamente de su sangre se entrega a una especie de ejercicio ascético, de averiguación interior al que da inicio con la mirada puesta en el océano, desde Morrocoy y mientras enhebra el Libro de los oficios.

El Libro de los oficios, escrito en 1967, fue publicado por Monte Ávila Editores en 1975, antes que Música con pie de salmo, cuya fecha de redacción es 1954-1964, publicado en 1985, incluye tal y como sucediera con De bosque a bosque (1970), poemas en los que se revelan las claves temáticas e incluso formales del conjunto de sus libros precedentes. Pero ahora Ana Enriqueta Terán nos confronta con otros enigmas.

Así los versos que integran el poema “La poetisa cuenta hasta cien y se retira”, nos enfrentan incluso a su “necesidad de encontrar lo que este pueblo había sufrido”. Y agrega Terán que en este libro, “hay cantos a los guerrilleros. A Zazárida, donde hubo una mítica escaramuza. Un canto a mi primo, Argimiro Gabaldón”.

Ese poema y algunos otros versos de Libro de los oficios los sobrevuela el águila que Palomares contemplase extender sus alas y que en el umbral de Música con pie de salmo señala que Terán lo coloca junto a la palabra Patria y el cielo Patria para que el águila “que ella igualmente vierte como Patria, paseen su emblema tocado de sangre con especialísimo y terrible énfasis aleccionándonos y pidiendo nuestra atención”.

En el poema “Zazárida”, la poetisa pide que prestemos atención a “el llanto” que frecuenta la ciudad de Zazárida, así como a “los perros agudos meando el aire y trágicas pertenencias”. Y la poetisa, ofreciendo “otro revés luminoso” de las cosas y situaciones, emblematiza a Zazárida: “Ciudad como águila, un instante, amortajada en lo profundo”, dibujando así a no dudar una imagen enigmática y terrible: el águila amortajada en lo profundo.

Y el amor, concebido como mito cotidiano, prosigue, desafiando al tiempo, en medio de los avatares del día, en el Libro de los oficios y prosigue en su hacer casa.

En ese mismo lapso, entre 1962 y 1975, da inicio a Libro en cifra nueva para alabanza y confesión de islas que adquirirá contextura en otra isla, en la isla de Margarita: “En Margarita la palabra es piedra y sequía. El entorno insular me afecta de manera profunda, acaso en beneficio del poema”.

A lo largo de este libro Ana Enriqueta Terán persevera en intercambiar esencias, en proponer un encuentro de lo cotidiano con lo mítico, con lo sagrado, como acontece en cada uno de los versos que integran el libro.

Una vez consumado el intercambio entre el objeto cotidiano y lo mítico, la alquimia del proceso suscita una especie de sucesivos encantamientos porque la poetisa tiene facultades de hechicera y los hace posibles en más de un poema. El misterio, la profundidad y belleza con las que Ana Enriqueta Terán impregna los versos que frasea deja seducidos, hechizados a quienes los leen.

En Jajó, pequeño pueblo colonial, ubicado al sur del estado Trujillo, al que regresara en 1980, Ana Enriqueta Terán pudo reencontrarse con los suyos, desandar lo vivido avanzando nuevos títulos por la fuerza con la que fluye en su sangre la poesía.

Diríase que la epifanía de la infancia se hizo posible una vez más para Ana Enriqueta Terán y que los dones para la poesía le fueron renovados para escribir la trilogía de libros concebidos entre las montañas y la niebla: Casa de hablasLibro de Jajó y Casa de pasos.

Pasados varios años, en 1992, nuevamente se prende de las aves para saciar su deseo de alcanzar la imagen de la más alta belleza: se prende de los Albatros. A más, esa ave le permitiría a la poetisa remontar mares para cifrar en los confines del cielo los misterios que le ha sido dado conocer.

Así, con una mano sujetando un extremo del cielo y con la otra un extremo del mar, Ana Enriqueta Terán comienza revelándonos que los albatros:

“Os piden aires nuevos. Duermen en el aire.

Levitan en aires, acrecentados de humedad y pavura…”.

En el mar, con el ave, en el trazado de aire nuevos y en la piel del amor, sigue gravitando la voz y el universo que funda con su aliento, ahora revertido en un calado hermetismo.

Ese calado del hermetismo que distingue la poesía de Ana Enriqueta Terán antes que incomunicación suscita esplendorosas revelaciones de lo oculto, lo extraño, lo oscuro, las sombras, el enigma, la umbría, el misterio. Los entornos en los que acontecen sus poemas están poblados de historias familiares plagadas de dolores, de crueldad y miserias, de pérdidas y muertes, pero también de goces y plenitud, de respeto y orgullo de pertenencia.

La extensión y roce de la vida de Terán la hallaremos trabada en tercetos con apoyos y descansos en don Luis de Góngora en su Autobiografía (2007). Con este libro Ana Enriqueta Terán traspasa el brillo del idioma, el oro de las formas y acrecienta la altura de su ya alta poesía al entrabar más de quinientos tercetos, con sangre y savia propias, en arte propio de los grandes del Siglo de Oro.

Diríase que la autobiografía de Ana Enriqueta Terán llegó para fecundar en nuestra alma, a medida que trama, enhebra la tormenta del primer día y la última oscuridad. En quince estancias está fraguado este poético discurrir, a saber: “Invocación a la madre”, “Ríos de infancia”, “Otros ríos”, “Ríos del Llano”, “El gran río”, “Otros ríos del alma”, “Venezuela”, “Estancia de las frutas”, “Primera casa”, “Estancia de los míos”, “Estancia de las flores”, “Estancia de los árboles”, “Estancia de las casas vividas”, “Estancia de protecciones y ánimos”, y “Estancia de cortesías y reparos ante puerta final”.

Ella recita salmos y cánticos redentores, su poesía está poblada de símbolos, de claves, de acertijos, su poesía mantiene a resguardo lo esencial. Nada es obvio. Nada sobra. Nada falta. Mas, luego de leer los poemas de Ana Enriqueta Terán no somos los mismos, quedamos marcados por lo que nos muestra.

Y la poetisa también nos aproxima al cosmos con los poemas que hace anidar entre las Construcciones sobre basamentos de niebla (2006), libro impactante por cuanto radicaliza la exploración de su subjetividad y de la búsqueda de esa dimensión otra de la palabra.

Desde el prólogo el poeta Ramón Palomares anuncia a los lectores “un magnífico regalo, un bello enigma”. Bello enigma como el que Ana Enriqueta Terán envuelve en humo.

… “Humo: quieto poder de ascenso en la humedad de la rosa”.

La rosa húmeda y protegida por un manto de humo quieto. Humo de pebetero, humo para consagrar, que asciende tras la rosa mientras anillos de luz se entrelazan a los follajes y se multiplican lugares para asir letras, para asir rostros en espejos anteriores, para asir el secreto, su secreto.

La reciedumbre de su carácter proviene de la privilegiada inteligencia y profunda espiritualidad de Ana Enriqueta Terán que en este libro encarna y torna visible ante el lector una especie de desposesión vital que deriva hacia los abismos interiores de la poetisa. Pero al unísono, Terán cruza el puente y muestra la deslumbrante arquitectura de imágenes y la elaborada sintaxis del idioma, del castellano y de ese otro que se alcanza por medio de una entrega casi mística a la experiencia de la escritura, en la que funda sus poemas.

A los poemas que integran sus once libros ha de agregarse los que escribiera en los últimos años, cuando solía decir que seguía muy lúcida y que el soneto no la abandonaba, en contraste con el desgaste de su cuerpo por el peso de los años. Hasta casi los 100 años escribía sonetos perfectos y deslumbrantes. A pesar de su cuerpo. Y gracias a la grandeza de su alma.


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