Venezuela estuvo muy presente en las primeras ediciones de los Goya para desaparecer casi dos décadas hasta el triunfo en 2013 de Azul y no tan rosa. Este año Rober Calzadilla con El amparo busca consolidar, en los premios españoles, un cine con una creciente presencia internacional.

Un cine que «está abriendo brechas» y no solo en lo que refiere al arte cinematográfico. También está ofreciendo una perspectiva distinta del país, explica  Calzadilla, de visita promocional en Madrid con una película que acaba de cerrar su estreno en las salas españolas para el primer trimestre de 2018.

Tras pasar por 50 festivales y conseguir 25 premios, Calzadilla está más que satisfecho con la que es su ópera prima, no solo por los reconocimientos, sino por haber dado visibilidad a un hecho que se le quedó marcado cuando tenía apenas 12 años y vio a Wolmer Pinilla y a José Augusto Arias en la televisión, asegurando que eran pescadores y no guerrilleros, como les acusaban las autoridades.

Porque El amparo cuenta una historia real, ocurrida en 1988. Fuerzas de seguridad venezolanas asesinaron a catorce pescadores, a los que se acusó de pertenecer a la guerrilla colombiana -estaban en una zona fronteriza-, y los dos únicos supervivientes fueron presionados de todas las maneras posibles para que reconocieran ser lo que no eran.

Es una historia sobre la dignidad, asegura Calzadilla, la de dos hombre que no tenían nada excepto su verdad, y sobre la vulnerabillidad en la lucha contra el poder.

Dos hombres que nunca cedieron al chantaje y que salieron libres aunque nunca se castigó a los verdaderos culpables.

Un caso en apariencia muy local, pero que cuenta con la universalidad de una situación de corrupción generalizada en la sociedad actual, resalta el director, que recuerda que desde el primer pase de la película en la sección Cine en Construcción del Festival de San Sebastián se dieron cuenta de que la historia llegaba a todos por igual.

Desde Irak a Perú, pasando por Francia o Italia, la película ha sido recibida de igual manera por los espectadores, independientemente de su nacionalidad.

«Desgraciadamente es una película que dialoga con el presente en cuanto a la impunidad, el abuso de poder, las fronteras o las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos».

Problemas que no se circunscriben a Venezuela, que se extienden a toda Latinoamérica y al mundo, lo que ha hecho que todos los espectadores que han visto El amparo se hayan sentido involucrados.

Aunque Calzadilla señala que en su país la situación «es mucho más fuerte».

El caso por el que acusaron a Pinilla y a Arias sigue sin ser reabierto. Pero la gente «reclama un país distinto», dice Calzadilla, para quien el cine, la literatura o la música están siendo un instrumento muy útil para despertar la conciencia de los venezolanos. «Empezamos a plantearnos qué país queremos», asegura.

Y reflexiona sobre cómo la permisividad de la sociedad ha permitido «legitimar a personas que no tienen ninguna sensibilidad con el otro».

Por eso, a través de películas como la suya, cree que se está dando la oportunidad de ofrecer una mirada diferente sobre Venezuela. Porque, agrega: «esta facha de país no nos convence a nadie».

Pese a la polarización política que existe en su país, asegura que todos coinciden en que se ha fomentado el abuso «de manera enfermiza» y asumen que es la sociedad la que tiene que hacer algo y no los políticos.

En los talleres que imparte en la Universidad Central de Venezuela o en la Escuela de Cine, Calzadilla ve cómo el interés de los cortometrajistas está en las historias reales de lo que pasa en su país.

En su caso, se centró en la masacre del Amparo para remover conciencias. Un filme que está entre los 16 preseleccionados para optar al Goya a mejor película iberoamericana.

El día 13 de diciembre se anunciarán las nominaciones y de estar entre los cinco finalistas, en febrero podría llegar el segundo Goya para Venezuela.


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