Hemos digitalizado el amor. Lo hemos transformado en impulsos eléctricos. Amor binario: secuencias de unos y ceros construyendo idilios en la matriz. En París, otrora ciudad del romance, nadie tiene tiempo para quererse. Todos debemos ligar antes de que anochezca (https://www.youtube.com/watch?v=oI3UuneLcyU). El tiempo es el nuevo motor de la economía y nadie vale lo suficiente como para invertir semanas seduciéndola. Lo expedito de la tecnología ha transformado a los franceses en personajes de Houellebecq, seres huecos, vacíos. Bajo la coraza insensible, las caras imperturbables del metro, se esconden estos seres sin alma. París es una simulación: los ciudadanos tragan fármacos para evitar la depresión de esta nada sartreana. Francia es el país que más consume pastillas de Europa. El Xanax ha sustituido al Merlot y al Chardonnay.

Este simulacro de felicidad encuentra sus traficantes perfectos en los mercachifles de internet. ¡Hay una chica que quiere coger a cien metros de tu casa!, exclama el culo perfecto, imposible, photoshopeado, desde la ventana del navegador. Niñas apenas legales se entregan a pijas colosales, exclama otra, que propone un dibujo tipo hentai japonés. Nadie habla de amor.

Los cafés de París, donde Miles Davis se enamoró de Juliette Greco hablando de existencialismo, sufren de un sofocante silencio. La gente mira sus teléfonos, algunos simulan conversaciones mientras otros fingen escuchar. La verdad es que a todos nos importan más los me gusta de Facebook y los retuiteos. Este tipo me quiere hablar, pero no le ha dado pulgarcito arriba a mi frase inteligente en las redes.

La gente deja de interactuar porque esto lo hacemos en línea. Una de las aplicaciones más exitosas en Francia es “adopte un mec”, adopta a un tipo. Está orientado a las mujeres, su publicidad es una chica que pasea por un supermercado. Escoge cajas de productos, pero estos son chicos. Llena su carrito de compras con cajas de hombres y pasea, feliz. Los hombres pagan treinta euros al mes para convertirse en productos. Para las mujeres, el sitio es gratis. Si escribes un perfil decente, que te haga parecer normal, las chicas te escogerán. La verdad es que al menos que en tu foto parezcas el hombre elefante o escribas alguna guarrada sobre cómo te gusta asfixiar mujeres, te escogerán. Tarde o temprano te escogerán. Pero nadie te hablará de amor.

Así, los parisinos houellebecquianos en los cafés no tienen que hablar. Son gente esperando que llegue la persona que cliqueó su perfil, para terminar la transacción. Nadie liga en los cafés, ¿por qué lo harías? Exponerte al rechazo social destruye el ego. Un ego que se alimenta de clics.

Solo un psicópata se acercaría a una chica en un café para hablarle. Un psicópata o alguien sin perfil Facebook: no sé cuál es peor. Si tratas de ligar en un café, las parisinas te evitarán como si tuvieras el virus del ébola.

En el mundo digitalizado, construir relaciones lleva demasiado tiempo. Es muy engorroso. Nos expone a ser lastimados. En la vida real no podemos borrar amistades como en Facebook. No podemos bloquear exnovias. No podemos dejar de seguir a aquella que nos rompió el corazón.

Así, la facilidad, la comodidad y la seguridad de la red ha cambiado nuestros romances. Nadie te recitará poemas al borde del Sena. Te mandarán una foto de una cita cutre de Deepak Chopra por WhatsApp seguido de, ¿nos vemos esta noche?, carita-de-besito.

Y no nos lastimarán. Estaremos a salvo del amor. Huecos por dentro, muertos al interior, pero para eso está el Xanax. Hoy en día, Dante no perseguiría a Beatriz al infierno. Si Beatriz le da “unfollow”, Dante abre Tinder y busca “una chica cachonda a doscientos metros”. Dante no tiene tiempo de lidiar con cancerbero. Desliza a la izquierda, desliza a la derecha; en menos de media hora se está revolcando en las sábanas de otra persona, igual de sola, igual de hueca.

Así fingimos, simulamos y pretendemos que nos enamoramos en los tiempos de Houellebecq.


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