El panorama de los libros ha cambiado. Hasta hace cuatro años en las librerías se conseguían novedades importadas y de producción nacional. De un tiempo para acá, los establecimientos han optado por vender otros artículos para subsistir en medio de la crisis.

El libro en Venezuela nunca ha sido un producto de primera necesidad. Las ventas tampoco son masivas.

El sector editorial fue uno de los primeros al que el gobierno le negó divisas preferenciales. “Los costos de producción de un libro, así como los de importación, vienen denominados en divisas y el sector no las recibe a tasa oficial desde 2014”, indicó Mauricio Cortés, presidente de Cavelibro.

Aunque no posee cifras oficiales, Cortés afirmó que son muchas las empresas agremiadas que han cerrado o que han reducido sus operaciones.

Grandes editoriales como Random House o Ediciones B, ahogadas por el control cambiario, se fueron del país.

La única transnacional que queda es Editorial Planeta, que durante los últimos años ha registrado caídas en la producción: entre 2015 y 2016 fue de 40%, el año siguiente de 20% y proyectan que el período 2017-2018 sea de 60% o 70%.

Mariana Marczuk, directora de Planeta, dijo que para la producción local deben trabajar con los precios en dólares del papel, la tinta y las planchas de impresión. Señaló que elaborar un libro de 200 páginas puede costar entre 500 y 600 millones de bolívares, eso si la imprenta cobra en moneda local porque algunas establecen sus montos en dólares.

Para mantenerse, la editorial ha tomado medidas como imprimir menos ejemplares, controlar el inventario, así como trabajar sin derecho a devolución y con créditos muy cortos.

Sin embargo, a pesar de la crisis, han surgido editoriales independientes como Madera Fina o El Estilete.

Carlos Sandoval, editor de Madera Fina, indicó que producir 1.000 ejemplares de 100 o 120 páginas puede costar 120 millones de bolívares.

El año pasado la editorial tenía previsto publicar seis títulos, pero solo tres salieron a la venta porque los costos eran muy elevados. “Por eso buscamos sinergias con instituciones o algún mecenas que nos pueda aportar financiamiento”, dijo.

En las librerías la oferta también es poca, como también son escasos los compradores.

La vitrina de la Librería Americana, en el Centro Plaza, está repleta de juguetes y de papelería que sustituye las ediciones en inglés que solía ofrecer.

“Horrible”, contestó la encargada Margarita Arismendi cuando se le preguntó cómo avizora el futuro del mercado editorial. La mayoría de las distribuidoras con las que trabajaba se fueron del país. “No estamos recibiendo libros y menos con este dólar tan alto. Están cerrando muchas librerías por esa razón. También porque los locales los están cobrando en dólares”, afirmó.

Aunque no le fijaron el pago del alquiler en dólares, hay una librería que cerró el año pasado porque no pudo pagarlo más: Templo Interno. Una fuente aseguró que el monto del arrendamiento subió de manera estrepitosa. “Les cobraban 30.000 bolívares y lo aumentaron a 3 millones”.

Otra librería que está cerrada desde 2017 es Noctua, también en Centro Plaza, por una inundación que les dañó aproximadamente 2.000 libros. Sin embargo, el encargado, que pidió resguardar su nombre, señaló que en un mes pudieran reabrir.

Indicó que esperan sobrevivir con la venta de ejemplares usados y con lo poco que se edita en el país. Durante 6 o 7 años, Noctua trajo desde España entre 20 y 30 cajas de libros mensuales, hasta que se les hizo imposible. “A las importadoras les pasó igual: antes traían muchas novedades y ahora ya no traen prácticamente ninguna”, afirmó.

En Caracas se ha multiplicado la venta de libros usados. En el puente de las Fuerzas Armadas, por ejemplo, hay ofertas que van desde los 50.000 hasta los 500.000 bolívares. Las ediciones más nuevas varían entre el millón y los 5 millones de bolívares.

Daniel Brassesco, conocido librero de las principales redacciones de periódicos de Caracas, recordó que a Venezuela llegaban, al menos, 9 de las 10 publicaciones recomendadas por el diario El País de España a finales de año. Ahora no se importa ni una.

Para mantener su afán por difundir la lectura, Brassesco adquiere libros usados de personas que emigran o hace intercambios. “Antes yo no andaba con un bolso sino con maletines de ruedas. Cargaba cinco veces más libros. En mi opinión, la disminución en cuanto a la venta, el acceso y los ingresos ha sido de 80% o 90%”, lamentó.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!