El día de Beatriz Meza comienza bien temprano. A las 4:30 am ya está levantada. A esa hora aún está oscuro en el centro de Maracay, la capital de Aragua, donde vive. Se toma un café negro bien cargado, atiende a su esposo, a su hija y al nieto, y se traslada al colegio La Concepción, en la urbanización La Soledad, donde es maestra de aula. Allí educa a más de 30 niños, labor que es un reto en la Venezuela convulsa que se vive.

Su vida cambió hace 15 días cuando las monjas que regentan el centro educativo la llamaron para que se encargara del quinto grado de educación básica. La falta de profesores, muchos porque se han ido del país, obligó a la búsqueda de alternativas. Antes ya había hecho alguna suplencia, pero nada fijo. “Estoy jubilada, pero creo que todavía puedo aportar con mi trabajo para la casa, porque la situación está muy dura, y aún puedo formar jóvenes para el futuro”, indicó.

Meza tiene 60 años de edad y hace 9 años dejó de ejercer la docencia. Las enfermedades de su padre, que tuvo Alzheimer durante varios años, y luego de su madre, que padeció cáncer, hicieron que tramitara su jubilación y se dedicara a atenderlos hasta que murieron. “Yo creía que a estas alturas de mi vida iba a estar más tranquila, viviendo de lo cosechado por el trabajo realizado, con mis hijos y nietos, pero no se ha podido”, aseveró.

Confirmó que muchos de sus amigos y conocidos también han regresado a dar clases o están dispuestos a hacerlo. “Sueño con un país distinto, tengo fe en que todo va a cambiar, aunque lo veo difícil. Yo le pido mucho a Dios para que todo mejore. Venezuela se ha convertido en un país de viejos porque los jóvenes se están yendo. Los gobernantes están bien, somos nosotros, los del pueblo, los que estamos mal”, recalcó.

Su experiencia en la enseñanza comenzó a sus 18 años de edad, luego de graduarse como bachiller docente, en una época donde los maestros no requerían capacitación universitaria. Más tarde se tituló en el Instituto Universitario Pedagógico Libertador como profesora de Castellano y Literatura. Cursó además una maestría en Gerencia Educativa. Ha tenido trabajos en la educación privada y en la pública, en todos los niveles: por casi 20 años laboró en el colegio San José, de los Hermanos Maristas, y fue coordinadora de proyectos comunitarios y turismo en la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada.

“En la Unefa, por allá por el año 2000, vi cómo comenzó la debacle educativa, las cosas empezaron a ser diferentes. Me encontré con jóvenes a punto de graduarse que no sabían ni siquiera hacer unas láminas para una presentación, algo sin sentido. Y nadie le prestaba atención, lo que querían era que se graduaran”, reveló.

La docente relató que los cambios no han sido positivos y aseguró que el tiempo pasado fue mejor, al menos en la educación: “Los muchachos ahora están confiados en que siempre van a pasar, no tienen necesidad de esforzarse para lograr sus metas. Ese diseño curricular les ha hecho mucho daño. Están muy mal preparados”.

También criticó a los profesores más jóvenes. “Aunque los hay muy responsables, se nota que muchos no trabajan por vocación. No les importa faltar o no tener las notas a tiempo. No tienen responsabilidad. Yo le debo mucho de mi aprendizaje a los Hermanos Maristas, que me enseñaron que uno debe educar con compromiso y mística”, refirió.

Confesó que hay momentos en los que quisiera irse del país. “Casi todos los días lo pienso porque la situación se ha complicado muchísimo. Hoy en día ni siquiera puedes comprarte un perro caliente, porque la plata no te alcanza”, apuntó.

Meza dijo que a pesar de las dificultades disfruta lo que hace y trata de identificarse con sus alumnos. “Para ellos es todo muy difícil, quizás no tanto para los más pequeños porque todavía no tienen claro lo que pasa, pero veo a los que están en bachillerato y no sé a qué pueden aspirar. Antes uno sabía que tenía futuro, pero ahora ellos mismos no saben por qué estudian. Su futuro es incierto”, indicó.


En busca de mejor futuro

Beatriz Meza tiene dos hijos: un ingeniero de 31 años de edad que vive en Santiago de Chile y una profesora de 34 años de edad, que tiene un hijo, y vive con ella: “Mi hijo se marchó porque se cansó de no tener calidad de vida. Un día me dijo: ‘Mamá ya estoy hastiado de bañarme todos los días con un tobo de agua”.

Contó la difícil situación de su hija. “No tiene la ilusión de ver cómo uno se va superando, lo que sí teníamos antes. Nosotros trabajábamos y veíamos como mejorábamos, uno sentía que tenía futuro”.

Dijo que su padre es su mejor ejemplo para seguir en la lucha: “Él fue un niño de la calle y levantó un hogar donde todas sus hijas somos profesionales”.

Enfrenta momentos difíciles porque es diabética, aunque no pierde el optimismo. “La insulina es difícil de encontrar y la inyectada es muy costosa, pero tratamos de salir adelante”, relató.


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