Ayer en este mismo espacio editorial aplaudimos vivamente las discusiones políticas llevadas a cabo en la pasada reunión de la Organización de Estados Americanos, en la cual se trataron específicamente los casos de Venezuela y Nicaragua, hermanados ambos por ser seguidores de un socialismo ramplón que ha llevado a la ruina a esos países.

A la vez, destacamos que los nuevos enfoques hacían énfasis en la condena de esos gobiernos militarizados, corruptos y represores. En nuestra opinión ese es el camino correcto para que América Latina pueda recobrarse del daño que causó esa entente surgida a la sombra demagoga de Lula da Silva y sus colaboradores más cercanos, que no pararon en mientes a la hora de asociarse con lo peorcito de las mafias políticas brasileñas y de los países limítrofes, entre ellos nuestra Venezuela arruinada y torturada.

Es por ello que las declaraciones de Marina Silva, ex ministra de Medio Ambiente de Brasil, llamaron la atención de los medios de comunicación y de las agencias de noticias internacionales.

La señora Silva es una reconocida defensora de los derechos ambientales que, por lo demás, son vulnerados en Brasil a diario mediante la tala indiscriminada de la selva amazónica, de la explotación ilegal de minerales, del exterminio y expulsión de la población indígena de sus tierras ancestrales y de la matanza sistemática de los activistas que defienden el medio ambiente.

Ella es una verdadera militante por la defensa de la naturaleza y, a la vez, una luchadora persistente y arriesgada en el combate político. No en vano se ha postulado a la Presidencia en dos oportunidades y ahora va por el tercer intento. Pero lo que más llama la atención es su discurso profundamente crítico hacia los sectores de izquierda que han llegado al poder y luego se han empantanado en la vulgaridad corrupta del populismo, traicionando con ello la confianza que los sectores populares depositaron en esos movimientos aparentemente solidarios con los pobres. Algo semejante a lo ocurrido aquí en Venezuela, donde un grupito de civiles y militares acabó con la pobreza… pero solo la de ellos porque hoy se les ve rollizos como si hubieran vendido al contado.

Marina Silva, de 60 años de edad, no pierde la esperanza de quitarle el poder a los viejos y corruptos partidos de Brasil. Proclama que se ha llegado “al fin de un ciclo” y explica que “hay un profundo estancamiento del sistema político brasileño, en el cual los principales partidos (…) están gravemente implicados en problemas de corrupción”.          

Silva propone “salir del presidencialismo de coalición, basado en la distribución de partes del Estado entre partidos y dirigentes, para construir un presidencialismo de propuestas. No hay nada en el mundo tan poderoso como una idea a la que le llegó su hora”.

Su aspiración es construir un Brasil “económicamente próspero, socialmente justo, culturalmente diverso, políticamente democrático y ambientalmente sustentable”. Advierte que “Brasil ya pagó un precio muy elevado por la visión dogmática contra el mercado y ahora paga un precio altísimo por la visión dogmática promercado”.


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