Las informaciones que suministró el sociólogo Luis Pedro España en reciente foro celebrado en la UCAB son terroríficas. El investigador partió de datos objetivos para exhibir una situación de mengua material y de abandono de los seres humanos que clama al cielo. El desastre del socialismo del siglo XXI se refleja en las evidencias de la realidad que ofreció para dejarnos frente a un panorama de miserias que requiere soluciones inmediatas.

La pobreza, de acuerdo con su análisis, se ha convertido en un fenómeno panorámico. Antes se reducía a las áreas marginales de las grandes ciudades, a los populosos barrios habitados por los más desposeídos, o a zonas suburbanas, pero hoy se ha extendido a todo el país. Es una mancha aceitosa que se escurre hacia todas las comarcas y hacia los infelices que las habitan, para colocarnos en una escala de desastre cuyas proporciones son realmente escandalosas en un país bendecido por la riqueza del petróleo que antes se había administrado con relativa pericia. Se llega así a casos crónicos de empobrecimiento en las áreas rurales, que antes se sostenían de los productos del conuco y de un abasto que todavía estaba al alcance de la mano.

Pero también se ha producido una marcha hemipléjica del cuerpo social, agrega el sociólogo. El hambre y las carestías se multiplican en unas áreas mientras otras permanecen más favorecidas, aunque  sin vivir situaciones realmente llevaderas. La sociedad que antes se distinguió por la uniformidad, hoy se desgarra en parcelas menos pobres y parcelas pobres de solemnidad, para presentar una situación jamás padecida en la historia contemporánea. Mientras unas áreas resisten los embates de la miseria, otras son consumidas sin paliativos por ella, para establecer una odiosa diferenciación entre los miembros de una sola colectividad.

Uno de los datos más elocuentes que manejó en el foro de la UCAB se relaciona con elementos antropométricos. Los indicadores refieren a una pérdida de talla que alcanzó 28% debido al azote de la desnutrición crónica en niños con menos de 12 años de edad. Si se considera que en los países de la región el índice es de 11,8%, no caben dudas sobre cómo se ha cebado el régimen “bolivariano” con el destino de las nuevas generaciones.

Los muchachos más crecidos no tienen más remedio que abandonar los estudios para ponerse a trabajar. Son el sostén de unas familias condenadas a la hambruna y a la falta de salud por la carencia de recursos materiales. El trabajo infantil, uno de los fenómenos de explotación más digno de repudio, se ha enseñoreado en Venezuela.

España advierte sobre la necesidad de medidas inmediatas. No se puede esperar un cambio político para  atender la emergencia. Dada la magnitud de la calamidad, no se debe hablar de transiciones, sino de acciones radicales que no pueden amodorrarse mientras llega el futuro, aun el más cercano. No hay espacios para la demora, en suma, porque el remedio no se puede dar el lujo de la demora. Pero, ¿el régimen se ha paseado por el macabro paisaje y está dispuesto a superarlo? ¿La oposición sabe que no puede distraer su atención en minucias extemporáneas? ¿Asistieron al foro Perspectivas 2018 que se llevó a cabo en la UCAB?


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