La reciente discusión sobre Venezuela en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es susceptible de especial atención, debido a que mantiene la mirada del foro internacional sobre las cosas terribles que nos suceden y sobre la búsqueda de soluciones. El hecho de que estemos bajo la lupa de las potencias fundamentales del mundo es de una trascendencia indiscutible.

Un organismo colegiado, que trata temas esenciales para la paz del universo, no puede tomar decisiones inmediatas. Las debe sopesar. Debe atender a los intereses en juego y buscar la manera de abordarlos sin la prisa de los asuntos caseros o de los temas menudos. No se trata de coser y cantar, por lo tanto. Los buscadores de prisas pierden el tiempo si las buscan en las butacas de la ONU. En casas como esa, las cosas andan despacio. Se llama la atención sobre esto para que los observadores no se precipiten con las conclusiones, con el desencanto que produce la ausencia de desenlaces urgentes, con las solicitudes de un reloj que no puede andar a la carrera cuando se lleva en el pulso de unos diplomáticos que deben trabajar rodeados de cautelas.

Pero, pese a que todavía no puede salir humo blanco de esa encumbrada capilla, como esperan los mirones habituales, el tema de los problemas venezolanos está sonando con insistencia. No estamos ausentes, sino todo lo contrario. Ya no hay indiferencia sobre la tragedia nacional, sino análisis permanentes. De allí que estemos ante un escenario prometedor.

Es imposible que se cumpla la solicitud del vicepresidente de Estados Unidos para que el embajador del usurpador abandone su silla y sus ventajas, porque el conminado a abandonarla está cómodo en ellas y, en el más normal de los casos, depende de lo que ordenen sus patrones. Y porque Rusia se aprovecha del enfrentamiento para darle oxígeno a la nueva Guerra Fría alimentada por el interés del un nuevo zar que no desciende de Pedro el Grande, sino de sus plebeyas agallas. Y porque China, que no es un convidado de piedra sino cliente y acreedor de tropicales intereses, no va a permitir que sus clientes y marchantes hagan mudanza sin pagar las cuentas. De allí que el itinerario no pueda ser sino moroso y tal vez desesperante.

Pero, en medio del debate, la representación de la Unión Europea aprovechó para referirse a la crisis migratoria que nos conmueve, y a la urgencia de la ayuda humanitaria que ha solicitado la oposición para aliviar nuestras penurias. Más allá de las prevenciones políticas que forman parte de una situación comprensible, de pugnas que no son ni pueden ser sorpresivas, circularon evidencias objetivas de la crisis nacional que no solo quedaron registradas en las actas y serán el eje de futuras discusiones, sino que también ocuparon las primeras planas de los periódicos más leídos de América y Europa. De allí la trascendencia de la discusión sobre Venezuela que ha ocurrido en el Consejo de Seguridad de la ONU, señal de que el caso nacional sigue presente y volverá pronto otra vez a ser el centro de las polémicas, a pesar del apuro de quienes lo sufren en carne propia.


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