El mazo incluye cartas que jamás se habían juntado, cuatro ases de una baraja insólita con los cuales se mueven en el tapete verde Mike Pompeo y Serguéi Lavrov. Son manejadores de un casino opulento que tiene las maneras de encontrar el fin de la partida, pero que ahora topa con escollos complicados. Quizá la espesura del mar frente al cual se reunieron, lo mismo que su color, refieren a un rompecabezas difícil de soldar por los ingredientes explosivos que lo componen y por los intereses de quienes reparten las cartas.

Lo insólito del evento radica en el hecho de que quieran jugar con el as venezolano, más de bastos que de oros, más de espadas que de copas, pese a que los otros parecen rodeados de mayores asperezas. Pero está entre los dedos de los crupieres y algo deben hacer con él en medio del arduo paquete que manosean al hablar de los problemas de Siria, Ucrania y Afganistán. Ni modo, también deben moverlo con cautela, y lo hicieron hasta el punto de no llegar a conclusiones capaces de anunciar el fin del juego.

¿Cómo quedó Venezuela en las orillas del mar Negro? Como empezó, sin variantes dignas de consideración. Todavía Mike juega con Juan Gerardo, y Serguéi lo hace con Nicolás, sin que ninguno se atreva a sugerir caminos distintos que permitan pensar en cómo adelantaron ante la crisis que aquí importa. Lo cual puede significar que importa más en estos lares que en lejanas latitudes, y que lo que allá puede esperar no hay manera de moverlo en el centro de la escena. No es un simple juego de cartas, que habitualmente es relancino, sino lo más parecido al ajedrez.

De lo cual se deduce no solo por la elocuencia de los hechos, sino también por las palabras de Mike y de Serguéi, que lo primordial es trabajar en la tierra firme cercana al mar de las Antillas, porque en las corrientes espesas y oscuras de un balneario llamado Sochi no hay todavía servicio de salvavidas. No queda más remedio que chapotear en las cercanías y después adentrarse en el criollo tremedal, porque de allá no vienen todavía las soluciones de aquí.

No estamos ante nada nuevo porque la falta de desembocaduras se preludiaba desde el pantano doméstico, pero la indefinición de Sochi no deja de ser alentadora en la medida en que obliga a la política venezolana a moverse con mayor pericia, o con más arrojo, mirando más a lo nuestro que a decisiones interesantes y seguramente fundamentales, pero ajenas. De momento, el cobre venezolano no se batió en Rusia, pese al empeño de Estados Unidos. A moverlo entre nosotros, por lo tanto.


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