En anteriores editoriales nos referimos a las discusiones sobre la crisis venezolana, ocurridas en la OEA y en la OIT. Llamábamos la atención sobre la persistencia de las denuncias sobre la terrible situación creada por la dictadura de Maduro, debido a las cuales aumentaba la preocupación de la comunidad internacional ante nuestras penurias.

Los movimientos sucedidos en organismos fundamentales en los cuales se plantean puntos primordiales de la política mundial, decíamos, daban cuenta de cómo se le ponen negras las situaciones al régimen que nos depreda y aniquila. Hoy un nuevo suceso corrobora nuestras afirmaciones.

Acaba de terminar la reunión del G-7 en Canadá, con una declaración de gran trascendencia debido a que se detiene en negocios esenciales para los países más poderosos del globo. Supimos de su contenido gracias a una declaración del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, quien habló de los tratos logrados para beneficio de las economías que determinan el desenvolvimiento de la humanidad en nuestros días, y de las dificultades provocadas por los intereses de las potencias que llegaron a un trabajoso avenimiento.

Debió ser una reunión complicada si consideramos lo que estaba en juego, rasgo que concede excepcional importancia a una parte del documento en el cual se detuvieron los jefes de Estado en la situación de Venezuela.

En el punto 19 del comunicado del G-7 se afirma lo siguiente: “Estamos profundamente preocupados por la falta de respeto a los derechos humanos y a los principios democráticos básicos en Venezuela, así como también nos inquieta la descontrolada crisis económica y sus repercusiones humanitarias”. Apenas un párrafo, cuya elocuencia remite a la alarma de los gobiernos democráticos con mayor influencia en el mundo en relación con las calamidades que nos agobian como consecuencia de la gestión dictatorial.

Ya sabemos que los miembros del G-7 se reunieron para abordar temas acuciantes, como los referidos a la guerra de aranceles promovida por el gobierno de Estados Unidos y a los bloques contrapuestos que se forman por la pugna entre Washington y la Unión Europea sobre la orientación del comercio internacional. También por la inminente reunión entre el inquilino de la Casa Blanca y el dictador de Corea del Norte, un encuentro lleno de expectativas que puede provocar situaciones de especial trascendencia para la paz contemporánea.

En medio de ese teatro de gran envergadura y ante negocios de los cuales depende la adecuada marcha de poderosas economías, y también la concordia universal, los miembros del G-7 se ocuparon de la tragedia venezolana. Es evidente que nuestra crisis se ha vuelto clamor universal y reclamo de soluciones impuestas desde diversas latitudes. Es evidente que la calamitosa gestión de Maduro ha dejado de ser asunto nacional, para convertirse en un problema capaz de provocar la atención de las sociedades más importantes del mundo occidental, que se plantan con firmeza ante la dictadura para buscar su salida.

Después de los debates de la ONU y de las denuncias que nuestros  sindicalistas han presentado ante la OIT, el comunicado del G-7 apuntala con mayor énfasis  la antesala de las soluciones que reclaman los padecimientos venezolanos.


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