Ayer el mal llamado defensor del pueblo se sintió agredido por unas duras declaraciones que ofreció a la prensa el abogado Juan Carlos Gutiérrez, defensor de Leopoldo López, que está encarcelado en una prisión militar siendo un ciudadano cuyas actividades políticas son las propias de cualquier civil que luche por la democracia y la libertad.

No estamos ante un enloquecido terrorista musulmán capaz de matar a media humanidad si tuviera el poder para ello, ni tampoco frente a un narcoterrorista colombiano de la FARC que, entre otras cosas, intercambiaban saludos y abrazos con el actual Ombudsman venezolano incluso antes  de llegar a ese cargo, en mala hora. Quien está preso, señor Tarek William Saab, es nada menos que  un ciudadano condenado a prisión en una de los juicios más sucios y pervertidos de la justicia venezolana.

Y no lo decimos nosotros sino los mismos funcionarios que intervinieron en las investigaciones que pretendían fundamentar un hecho criminal que nunca ocurrió de la forma y manera en que este  gobierno cobarde y cínico lo ha presentado, ocultando de paso a  los verdaderos criminales que, tal como se ha sabido después, afiliaban sus pretensiones políticas al partido de gobierno y a la cáfila castrense atornillada en Miraflores.

Son numerosos los testimonios de fiscales, jueces, técnicos policiales y testigos presenciales ligado al proceso judicial que permiten proclamar, con dudas más que razonables sobre la ya, por demás, presunta culpabilidad de Leopoldo López. Que un defensor del pueblo se preste a semejante juego sucio nos una pequeña idea de la ruina moral de un proceso “revolucionario” que se inició tratando de cometer una magnicidio y, por si fuera poco, asesinar a sangre fría a la primera dama, como si ella fuera culpable de algún delito.

Pues a estos señores militares el ahora indignado Defensor del Pueblo salió a protegerlo mediante una campaña pública de propaganda justificadora de tales intentos criminales, olvidando que un revolucionario (sea del signo que sea) es ante todo un ser humano que respeta la vida de los demás, y no un vulgar guarda espaldas de asaltantes del poder.

En el momento en que Tareck se volvió protector de estos aventureros dejó atrás todo lo que había aprendido en la facultad de derecho, en la rígida tradición familiar y en las correctas conductas observadas por sus antepasados. Esto resulta sumamente importante de recordar porque quienes van a la universidad para formarse e iniciar una exigente forma de vida no pueden, como tampoco los militares que van a la Escuela Militar, perder el rumbo tras los espejismos que le dibujan un grupo de aventureros.

En el caso de los militares es más grave aún porque al escoger la Escuela Militar están optando por una forma de vida que, por lo menos, los obligará a servir a la república con dignidad, coraje y honestidad en un tiempo de, por lo menos, 30 años. No escogen un presente sino un largo futuro. 

Hoy podemos decir, sin posibilidades de equivocarnos, que quienes admiten en silencio o en la práctica el uso de las armas de la república contra un pueblo indefenso están caminando por el filo de la navaja. Caminar sobre ella traerá heridas, hará brotar sangre y nos hará esclavos de esa violencia oficialista insensata.

  

      

   


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