Si usted tiene una realidad frente a su nariz puede captar sus señales, ella se mueve de una manera determinada y usted siente cómo se comporta, cómo va cada día, hasta el punto de tener la posibilidad de imaginar sus reacciones en el futuro cercano sin temor a equivocarse. Hablamos de un espectador normal, de alguien que está atento frente el discurrir de la vida y puede tomarle el pulso sin necesidad de esperar la opinión de los más sabios, ni el dictamen de los figurones que pasan por expertos y ante quienes se rinden los que creen que su olfato no funciona.

Pero, claro, también existen esos individuos dotados de aptitudes especiales, o poseedores de cualidades y experticias que les permiten una valoración más certera del entorno. No dejamos de consultarlos, por lo tanto, ante la idea que habitualmente tenemos de nuestras limitaciones y de la luz que ellos pueden ofrecernos. ¿Por qué este comienzo ahora, cuando la situación de Venezuela pasa por uno de los problemas más complicados de su historia, cuando ha ocurrido un suceso de naturaleza política que nos llena de preocupación a toda la ciudadanía?

Porque tanto los observadores comunes como los especializados en observar habíamos coincidido en el pronóstico de los resultados de las elecciones regionales y terminamos con las tablas en la cabeza. Sucedió exactamente lo contrario de lo que imaginábamos, sin posibilidad de paliativos. Pensamos verde y salió rojo. Miramos azul y salió colorado. Calculamos grande y resultó chiquitito. Pintamos un mapa y apareció una topografía inesperada. Pocas veces se ha visto una equivocación tan gigantesca y generalizada. Son extraños estos pelones compartidos por tirios y troyanos. O somos todos ciegos o miopes, o algo sucedió que nos tiene sumidos en la perplejidad y necesita aclaratorias urgentes.

Para eso bastan las preguntas más simples, de momento, entre otras las que pueden partir de las siguientes afirmaciones: un pueblo desesperado no puede o no debe votar por los causantes de su desesperación; el predominio de un malestar mayúsculo no se puede sustituir de buenas a primeras por la aparición de una paciencia que se convierte en condescendencia; una pobreza bíblica no se puede transformar en las ganas de darle una nueva oportunidad a quienes la establecieron, la engordaron y la mantienen; no se va de la repulsa al aplauso si no suceden cosas que permitan el tránsito; el dolor del sábado no puede ser  alivio y regocijo el domingo… Y así sucesivamente.

Una situación tan automática, una maroma descomunal que solo ocurre en los circos, remite a la necesidad de responder en términos razonables las cuestiones elementales que se han esbozado. Las debe responder la ciudadanía, a cuya nariz apelamos al principio, pero también la inmensa mayoría de analistas de la realidad aludidos antes y, desde luego, los líderes políticos de oposición.

Lo que vieron fue quimera, se quedaron oteando mitos, fueron todos veleidosos y superficiales, sus cálculos eran baldíos, su realidad se esfumó en cuestión de doce horas porque los votantes resolvieron aclamar a sus depredadores. Claro, existe la posibilidad de afirmar que el pueblo se volvió loco, que fue presa de una patología fatal, pero El Nacional no piensa así de la sociedad venezolana.


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