Bien hizo la oposición en apartarse, aunque con cierto retardo, de este circo que sin timidez y vergüenza ha montado el oficialismo para llamar a unas elecciones innecesarias. Las dictaduras jamás permiten comicios libres, transparentes y justos, tal como lo exige la Constitución. Prefieren fingirlos o enmascararlos para que se cumplan sus deseos por más disparatados que ellos sean.

Basta con observar las caras de los actores principales, de sus acompañantes, de su camarilla de civiles y militares, de sus seguidores y mercenarios, de los espectadores y de los curiosos de última hora: todos calzan una sonrisa postiza de esas que se usan solo para la ocasión y luego se guardan en la mesita de noche.

Porque, a decir verdad, nadie que esté en sus cabales puede creer que detrás de estas elecciones paticojas se alza un futuro prometedor para Venezuela. De allí que todo este show sufra de una insuficiencia de realidad, de caricatura mal dibujada, de un exceso de engaño y picaresca que la hace intragable.

Que acudan al CNE envueltos en risas y alegrías, como si llegaran a festejar el fin de una magistral tarea cumplida para el bienestar de los venezolanos, no es más que una clara demostración del cinismo que recorre la acción política del oficialismo y de su irresponsabilidad histórica.

Resulta sorprendente que, a estas alturas, quienes dirigen la caduca revolución bolivariana no sean conscientes de que, dentro de pocos años, pasarán a ser recordados como los sepultureros de un destartalado socialismo del siglo XXI que levantó esperanzas no solo en Venezuela sino en América Latina. Hoy queda el cadáver y solo faltan los funerales de rigor.

Lograr revivir aquellas esperanzas que vibraron en otros tiempos es ignorar que los pueblos no olvidan ni perdonan. La hambruna esparcida por campos y ciudades será convertida en una inmensa exigencia de justicia y castigo para los culpables, para los irresponsables y los cómplices, para quienes abjuraron de sus juramentos y traicionaron a la patria en función de sus apetitos de poder y de ansias de riquezas.

Este comportamiento atroz provocará una ola de rechazos de consecuencias imprevisibles que no solo afectará a Venezuela y el resto de América Latina, sino que, progresivamente, conmoverá a la sociedad civilizada y la conducirá a proteger sus libertades más allá de sus propias fronteras nacionales.

La inquietud repulsiva de los gobiernos ante el peligro del militarismo y de los dictadores civiles cómplices de sus bestialidades se convertirá, sin duda, en doctrina democrática que, como una aplanadora histórica, los señalará y los encarcelará como culpables de crímenes contra la humanidad.

Ayer en Argentina murió un general cuya crueldad y saña contra los detenidos lo convirtió en símbolo de aquello que jamás debería volver a ocurrir. Viejo, ruinoso ante la historia, terminó su vida como un ser que nadie se atrevía a defender porque ofendía cualquier proyecto militar o civil.

Estamos atravesando un desierto democrático, una camarilla civil y militar nos quiere hacer pensar que pueden prolongarse en el poder. Ingenuos, la democracia vive.


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