Coreando la consigna de ¡salario justo ya! por las calles y avenidas capitalinas los trabajadores públicos dieron un nuevo aviso (ya suman varias las advertencias en este sentido) al régimen de Maduro sobre las paupérrimas condiciones en que viven. Demás está decir que no estamos hablando de una vicepresidente o de un vulgar ministro de los tantos que amueblan el actual gabinete bolivariano, sino de un señor que se ha autoproclamado como “el presidente de los trabajadores”.

Llegado a este punto las cosas se complican porque si “un presidente obrero” maltrata y ofende de esa manera a sus propios trabajadores, pues ya podemos imaginar cómo lo haría un mandatario capitalista y burgués por más señas. Lo cierto es que en este caso existe un culpable o, mejor dicho, un mentiroso de tomo y lomo porque nadie se puede ocultar detrás de una fachada de “obrero” cuando nunca lo ha sido. Y menos si a esto le agregamos que desde su silla en Miraflores dicta unos decretos tan antiobreros que, sin ir muy lejos, provocan la muerte por hambre entre los trabajadores y sus familias.

Puede sonar a exageración, pero ya se está convirtiendo en un hecho cotidiano el toparse, en cualquier día de la semana, con decenas de trabajadores del sector público que gritan con rabia su trágica vida: “Maduro, nos estamos muriendo de hambre”. Y detrás de ese grito no hay una intención política perversa alentada por la oposición, sino una verdad desgarradora que solo un gobernante insensible y prepotente se niega a escuchar.

Al parecer al señor Maduro se le olvida que esos trabajadores que hoy salen a reclamar su derecho de gozar una vida mejor son los mismos que, por desgracia para ellos, acudieron ingenuamente a depositar su voto para que su verdugo siguiera en el poder por otro período más.

Es cierto que todos tenemos el libre derecho de equivocarnos, pero resulta igualmente cierto que si un gobernante hiciera correctamente su trabajo no existiría este cataclismo social, esta economía trágica y vergonzosa, esta obligación infame de rescatar de las bolsas de basura un pedazo de pan para calmar el hambre.

Y, como si fuera poco, presenciar algo por demás odioso y cruel como lo es advertir que, en el círculo del poder madurista, los personajes que lo integran se notan cada día más robustos y rozagantes, empezando por el propio “presidente obrero” que no deja de ensancharse cada día. 

Y no es que eso sea algo malo (para la salud personal puede ser) sino porque uno lo identifica, sin ánimo de ofender, como aquel hombre ricachón y feliz que vendió al contado, mientras que los obreros dan muestra de haber vendido a crédito o, en todo caso, de ser víctimas de la popularmente llamada “dieta Maduro”.

Pero no tardará el “presidente obrero” en decretar otro aumento del salario básico que traerá consigo más inflación, desempleo y escasez de alimentos y medicinas, tal como ha venido ocurriendo, de manera crónica y perversa, cada vez que se insiste en reinstalar en la economía esta anomalía que ha demostrado traer más males que beneficios para la clase trabajadora aplastada por el peso de una inflación galopante.

Y es que hoy comprar un kilo de carne cuesta un ojo de la cara, si no pregúnteselo al ex guardaespaldas y tesorero Andrade.   


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