El deterioro de la Asamblea Nacional se observa en cómo se burla de ella la dictadura. La ignora olímpicamente, a pesar de la legitimidad de su origen y del trabajo que realizan sin parar los diputados en resguardo de la institucionalidad.

La AN no existe, forma parte del limbo, según se ha resuelto desde los intereses y los planes  hegemónicos del Ejecutivo que solo consienten la existencia de una constituyente hecha en mala hora según su imagen y semejanza. Las denuncias que ahora circulan sobre el deterioro físico en el que se encuentra confinada la casa de la representación popular vienen a confirmar el grado de desprecio que demuestra la dictadura frente a un poder fundamental de la república.

Como se sabe, el Capitolio levantado por órdenes de Guzmán Blanco en la segunda mitad del siglo XIX para domicilio del Poder Legislativo es un edificio primordial de la historia patria. Fue una demostración del fortalecimiento de los principios del republicanismo y, además, un lugar que destacó por su elegancia y aun por su magnificencia. Llamó la atención por la esplendidez de su arquitectura y por las obras de arte que albergó, pero también por convertirse en sede de ceremonias cívicas que quedarían como referencia de una evolución de la sociedad hacia etapas de convivencia civilizada que marcaron la sensibilidad de los venezolanos de entonces y del futuro.

En su interior sucedieron debates memorables y se escucharon piezas oratorias de excepción, que señalaron los esfuerzos de los portavoces del pueblo en la búsqueda de destinos superiores. Los legisladores de sucesivas generaciones también redactaron códigos imprescindibles en su seno, para la regulación de la vida en capítulos incesantes de trabajo que llegaron hasta las postrimerías del siglo XX. Con la compañía de una iconografía espléndida que se ha convertido en parte esencial del imaginario patriótico, los diputados congregados en el Capitolio le han hecho un gran servicio a Venezuela.

Se acude a esta apresurada crónica para llamar la atención sobre el deterioro físico de ese lugar tan importante para la patria. Está en ruinas, de acuerdo con los actuales voceros del Parlamento, por la desidia del Ejecutivo ante una situación escandalosa que se niega a atender porque no le da la gana. Los techos con goteras que parecen troneras, los pasillos casi intransitables, los vitrales rotos o descuidados, las obras de arte sin la atención de los especialistas, los numerosos salones para la reunión de las comisiones o para la recepción de visitantes dan cuenta de un deplorable estado rayano en la ruina. Hasta las plantas de los jardines, entre ellas unos árboles casi centenarios, corren el riesgo de la muerte porque se carece de fondos para la adquisición de insecticidas.

El Ejecutivo ha sido cabalmente informado de la situación, pero no responde a los clamores de la Cámara. La dictadura no tiene interés en la atención de un bien público de excepcional importancia. Guarda sepulcral silencio ante las solicitudes de auxilio económico y técnico hechas por los directivos de la AN. Quizá sienta el mandón de turno, desde su lógica primitiva y fría, que acabando con el edificio del Capitolio saca del juego a los diputados de oposición que hoy lo habitan.


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