Hace bien la oposición cuando celebra la abstención aplastante en las “elecciones” presidenciales, pero no debe exagerar cuando toca las campanas. Se puede establecer una relación entre el llamado hecho por la MUD y por el Frente Amplio de no presentarse a convalidar un fraude cantado y programado para satisfacer el proyecto continuista de Maduro, pero el establecimiento de una relación automática entre la huida masiva de los electores y el mensaje de los líderes carece de sustento firme. De allí la necesidad de mirar con entusiasmo comedido el panorama, no vaya a ser que se piense que estamos ante un triunfo apabullante de un plan sembrado con lucidez y con paciencia por la dirigencia conocida y manida que hemos tenido hasta ahora.

Es cierto que la idea de no votar fue anunciada por esa dirigencia, pero quizá más por las dificultades que tenía para salir airosa del evento que por la hechura de un plan orientado hacia el triunfo. Nadie duda de cómo debatieron en las sedes de los partidos para terminar invitándonos a que nos quedáramos en casa, pero pensar que les obedecimos por el peso de sus argumentos y por el magnetismo de sus voces no es sino una exageración. El solo hecho de que no mantuvieran un discurso constante sobre el tema, ni una presencia caracterizada por la asiduidad en los actos públicos, le da asientos de sobra a  las dudas sobre la posibilidad de que lo primero provocara lo segundo.

La abstención se fue haciendo paulatinamente un sentimiento nacido en los intereses del votante, una decisión promovida por los padecimientos de cada cual, por la sensibilidad de cada quien, que salió de lo individual para convertirse en fenómeno colectivo sin una dirección visible y concreta. Cada votante tenía un argumento particular para no votar, o quizá no lo tuviera, o no le expresara cabalmente. Un conjunto de espontaneidades que parecía trivial, de decisiones descoyuntadas en las cuales no se advertía consistencia,    adquirió la solidez del acero y el poder de las armas letales para desembocar en un acontecimiento que, así como debe preocupar a la dictadura “triunfante” después de la olímpica patada que recibió, debe poner a pensar a los líderes de la oposición antes de que se atribuyan la paternidad de la criatura.

Los líderes de la oposición deben mirar con ojos distintos al pueblo que no votó. Ya no es el dócil escuchador de palabras agotadas, ni el habitual contemplador de caras arrugadas. Ya es capaz de estrenar galas cívicas que antes no había ostentado, sin que las confeccione el sastre de costumbre. Lo demostró el domingo, lo arrojó en la cara de los dirigentes desde lo más íntimo de su desgarramiento y desde la conciencia de su abandono. Sabemos que no es fácil lidiar con una realidad inédita, con un desafío como el que lanzó un electorado que convirtió a Venezuela en un desierto que obliga a una travesía jamás realizada, pero la única forma adecuada de hacer política depende de su comprensión y de su respeto. ¿Actuarán en consecuencia el Frente Amplio y la MUD?


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