En el editorial de ayer, 7 de diciembre, nos referimos a la amplia “familia” que estaba siendo juzgada por el grupo de Nicolás Maduro y sus hombres de confianza en el contexto de la más grande purga que se ha emprendido al interior del PSUV y sus aliados. Al más puro y viejo estilo siciliano, el de la mafia de Toto Rina, capo di tutti capi, recientemente fallecido en Italia, el madurismo ha optado por una limpieza a fondo de todos aquellos aliados de Rafael Ramírez y de sus familiares y socios más conocidos.

No es una tarea fácil porque, como bien se sabe, la ambición de los hombres crece en la misma medida en que sus descabezados jefes van perdiendo poder y, al mismo tiempo, haciendo sitio y lugar a los segundones con aspiraciones bien escondidas pero que, por ello mismo, tratan de no moverse para intentar pasar inadvertidos hasta llegado su momento.

Se equivocan quienes piensan que Rafael Ramírez está acabado y que el capo petrolero caído en desgracia ha huido para lamerse las heridas en algún lugar de Europa, seguramente en Italia. Maduro cometería un error mayúsculo si cree que la batalla ha terminado y que ahora es dueño y señor de todo el territorio que antes tuvo en sus manos Ramírez. Empezando porque dentro de Pdvsa hay bolsones de resistencia que esperan su momento y cuentan con una contraofensiva de Ramírez, sabedor, por los demás, de todos y cada uno de los puntos débiles de Nicolás.

Por más que le canten loas a su gobierno, Maduro desconfía del respaldo que ahora le muestran en la industria petrolera. Por ello ha estado haciendo concesiones unas tras otras para estabilizar la situación que, sin ir muy lejos, parece tener como objetivo final poner a prueba su capacidad de continuar un período más en Miraflores. Desde el mismo momento en que a Ramírez se le envió a Nueva York a ocuparse en labores diplomáticas de las cuales nunca fue muy ducho, se especuló con razón que no regresaría más nunca a ejercer dentro del gobierno de Maduro un alto cargo.

Para sacarlo de Pdvsa había primero que alejarlo de la industria, y por ello se le nombró canciller, como una suerte de propedéutico para lo que vendría después, que no era otra cosa que su salida del juego político en Venezuela. Mientras tanto, y paralelamente, se abría una investigación ultrasecreta que serviría de plataforma para acusar a sus colaboradores de corruptos y traidores, con lo cual iban debilitando el círculo de poder de Ramírez.

Desde luego que había demasiada basura acumulada en los alrededores del clan Ramírez: solo había que escarbar con paciencia para encontrar municiones útiles para disparar las primeras andanadas. Al más puro estilo cubano empleado contra el general Ochoa, héroe de Angola, no hubo en el círculo de Maduro ninguna duda sobre la necesidad de impedir el regreso de Ramírez a toda costa.

Y tal como hizo Castro con el general Ochoa, se pretendía enlodarlo en negocios sucios (encargados presuntamente por el mismo gobierno) para obligar su salida. En el caso de Ochoa, este murió fusilado dando vivas a Fidel Castro. Ramírez, por su parte, se puso su chaleco antibalas forrado con documentos de altísima peligrosidad para Nicolás. No se vayan que esto se pone bueno.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!