Recientemente ha sido editado en España un libro que retrata con meridiana claridad el funcionamiento de las policías secretas en los regímenes comunistas. Se trata de Las redes del terror (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018) de José María Faraldo, profesor de la Universidad Complutense de Madrid e investigador invitado en Bucarest, Varsovia, Leipzig, París y Berlín. Lo traemos a cuenta porque trágicamente en América Latina este tipo de organizaciones represivas han proliferado tanto en los gobiernos dictatoriales de derecha e izquierda, con el mismo objetivo de control social.

Tanto en el Chile de Pinochet como en la Cuba de Fidel Castro la figura de estas macabras organizaciones se hacía sentir en cada minuto de la vida diaria. Hoy en Cuba sigue prevaleciendo su presencia, con el agravante de que su radio de acción se ha extendido en varios países de América Latina trayendo consigo las mismas formas de investigación y represión, torturas y muertes que signaron a los regímenes comunistas europeos.

El profesor José Faraldo examina en su conjunto “las distintas agencias de policía política de la Europa comunista”, para luego ir “mostrando su origen y desarrollo, y las consecuencias de su legado”. En su introducción, Faraldo advierte que primero se adentra en el caso de la Rusia inmediatamente posrevolucionaria y luego se centra en tres casos específicos: la Securitate rumana, la Stasi alemana oriental y la SB de Polonia. 

Se preguntarán los lectores el por qué de esta larga entrada en la materia de este editorial. La razón es sencilla y a la vez tenebrosa: luego de seguir detenidamente el contenido de este libro, el lector venezolano entenderá muchas de las cosas que han venido sucediendo en nuestro país y que, como es costumbre oficial, las explicaciones que nos llegan desde el poder sobre los actos que estas organizaciones cometen a diario resultan siempre insuficientes por decir lo menos.

En el libro arriba citado el lector encuentra demasiadas coincidencias con los hechos que a cada rato nos están sucediendo, valga decir, desde palizas a los opositores, secuestros, difamaciones, detenciones infinitas y juicios que jamás se llevan a cabo, falsos suicidios, accidentes intencionalmente provocados, robo de documentos y pasaportes, etcétera.

Desde luego, los casos que investiga con rigurosidad el historiador Faraldo paran los pelos de punta, siembran el miedo en el ciudadano, lo atemorizan para inhibirlo a la hora de actuar en la búsqueda de su libertad. Ese es sin duda el objetivo general, pero también se expande el aire de misterio, de la ubicuidad del castigo, de la delación y su recompensa burocrática. Las montañas de documentos e informes de los soplones sobre los ciudadanos indican una locura colectiva impulsada desde el poder, por saber cualquier detalle por ínfimo que fuere.

A pesar de ese afán por descubrir cada acto del ciudadano, el régimen nada en la mentira y hace uso de ella a diario. Las muertes nunca son asesinatos cometidos por la policía, los detenidos se suicidan o desaparecen, las golpizas son riñas entre grupos rivales ligados al hampa, el hambre siempre es un delito promovido por los acaparadores, así como también el mercado negro. ¡Qué coincidencia con la vida de nosotros!


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