No hay que darle muchas vueltas al asunto: la reelección de Maduro es empujar el carromato de la historia hacia un precipicio. Si bien esto es evidente, no se puede olvidar que mucha gente de buenas intenciones (¿?) se siente en la necesidad de votar por el candidato del desastre; habría entonces que preguntarse a qué se debe esta suerte de suicidio político tan inexplicable.

Algunos analistas interpretan esta nociva tendencia a un impulso básico de los seres humanos de inclinarse a la satisfacción de sus necesidades prioritarias de vida. Puede ser, ¿por qué no? Pero la historia no obedece a cuestiones que se enmarcan en la vida diaria, no se rige por la simpleza de la miseria de lo cotidiano, mucho menos atiene las esperanzas y objetivos a una ilusión de tener acceso a simples bienes y servicios que, por lo general, nunca resultan satisfechos ni se corresponden con las promesas demagógicas de sus precarios líderes.

A menudo la política de la derecha y de la izquierda esconde sus fallas haciendo alharaca de soluciones rápidas y, por tanto, engañosas. Pero la plaga militar y sus muñecos de ventrílocuo no cesan de vender su falsa mercancía. Hoy Venezuela es un “ejemplo” de cómo los uniformados rojo rojitos fracasaron en lo que ellos consideraron su máxima utopía, valga decir, la autoridad ejercida por la Fuerza Armada como modelo de reorganización de la sociedad venezolana dañada y carcomida por la corrupción que imperó, vaya usted a saber a estas alturas, en una fulana cuarta república que, gracias a los despropósitos del chavismo, hoy refulge como un niño de pecho en medio de la corrupción multinacional de la pandilla madurista que actúa sin freno.

Tal vez muchos lectores se preguntarán hasta qué punto todas estas aseveraciones se corresponden con la realidad y cuáles son viles mentiras aupadas por el imperio y la extrema derecha. Como se ha visto en los últimos días, los enemigos de Maduro no necesitan estresar sus meninges en responder a quien ha perdido el rumbo y, trata todo el tiempo, en montar un enfrentamiento electoral con un contendiente que tiene las piernas flojas y que, al primer golpe, cae rendido en la lona.

Lo peligroso de todo esto es que salga sapo o salga rana da lo mismo, porque en el fondo no habrá ganador ni perdedor porque el supuesto vencedor cobrará igual en dólares. Basta con imaginar qué pasaría si existiera otro contendor con suficientes méritos para conseguir una victoria. La respuesta del régimen está a la vuelta de la esquina: sería apartado de la campaña, como ha sucedido con quienes hoy están en prisión, o inhabilitado o perseguido.

Basta con repasar esta historia siniestra de las maniobras que la camarilla civil y militar ha instalado para anular a sus contrarios, que siendo candidatos significan un peligro para sus tracalerías regionales. Todos son inhabilitados para que ganen los ignorantes, los vendidos y comprados por el saqueo del tesoro público.

Los venezolanos de buena fe ya sabemos que los militares en el poder son nocivos e inamovibles, tal es el caso de este general Motta que es la sopita de los saboteadores de la electricidad, o de los que en el Ministerio de Justicia no son capaces de ocuparse de la seguridad ciudadana.


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