La abrumadora mayoría de los países de la Unión Europea han reconocido al diputado Juan Guaidó como presidente encargado de la República. La evidencia cada vez más contundente de la usurpación perpetrada por Maduro y la lucha cada vez más resuelta y masiva de la ciudadanía venezolana contra la usurpación han provocado la ola de respaldos que dan consistencia a la autoridad de la Asamblea Nacional para que el camino hacia el retorno de la democracia se sienta más cercano y prometedor.

Maduro está arrinconado, de acuerdo con las señales elocuentes de la realidad. Las democracias de Europa y América cierran filas con las batallas de la democracia venezolana, hasta el punto de colocar a la dictadura en un disparadero excepcional. Jamás se había visto un soporte tan contundente y tan difícil de ocultar para una ciudadanía que, sin armas en la mano, solo con su manifestación ordenada en la calle, planta cara a un régimen abominable. Nunca un liderazgo joven y cristalino había contado con el abrazo de un conglomerado de otras latitudes dispuesto a acompañarlo en el logro de sus objetivos. La democracia venezolana se coloca en el centro del universo, mientras su enemigo permanece estacionado en la orilla del trayecto. Sin pueblo, sin músculo capaz de permitirle caminar, figura solitaria en un desierto sin confines, tal vez espere un milagro, uno de esos milagros que solo existen en la cabeza de los fanáticos y en la esperanza sin fundamento de los desesperados, la usurpación siente la proximidad del cementerio.

No es poco lo que ha sucedido, desde luego y según se desprende de las situaciones que acabamos de describir, pero el usurpador se ocupará de ocultarlo o de hacer ver que apenas toca sus fibras. Se apegará al poco poder que le queda porque, de lo contrario, se irá de bruces al precipicio en cuestión de días. Pregonará que no está solo, aun cuando apenas se le sienta con la menguada compañía de regímenes tan descalificados como Cuba, Nicaragua y Bolivia. Tratará de pegarse al afecto de Uruguay, cuya política internacional ha sido históricamente vacilante, o al segundo aire que le pueda ofrecer el México de López Obrador cargado de problemas domésticos. No dejará de ver el calendario de 90 días que en mala hora le han ofrecido los cancilleres de la Unión Europea que han creado un ilusorio grupo de contacto que establece vínculos con todo, menos con la realidad venezolana. Pensará en el cobijo de Rusia y de China, olvidando que en Moscú y en Pekín sacan las cuentas de sus inversiones amenazadas por el peso de la legalidad y por la avalancha de los vecindarios que ahora apoyan a Guaidó.

Vivimos horas esperanzadoras porque el usurpador experimenta una mengua que no parecía posible cuando comenzaba el año, en suma. Pero, a la vez, sabemos que tratará de mostrar los colmillos para buscar continuidad a toda costa. Pasará tragos amargos para conseguirlo con la mayoría de los gobiernos civilizados y democráticos en la otra orilla y en plena beligerancia; pero, aun así, la sociedad venezolana no debe cejar en su empeño de echarlo cuanto antes del poder. En eso se nos va la vida, en el entendido de que son bienvenidos los alentadores auxilios internacionales para iniciar la era dorada que la dictadura niega, pero que el desenlace realmente depende de nosotros, de seguir dando la cara con valentía en todos los rincones de la República.


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