Ya lo habían pronosticado tantas veces que hoy cuando el fraccionamiento sale a la luz nadie se lo cree. Pues bien, señores, la rebelión de las bases del chavismo camina por las calles de Venezuela y, sin duda, costará Dios y su ayuda regresarlas al redil porque lo que le exigen a Nicolás Maduro es que no hable tanto y cumpla con sus promesas.

Esto significa que los efectos devastadores de la tullida política económica que el heredero del difunto presidente Chávez trata de vender a precio de saldo no es una ganga sino una estafa populista de marca mayor. Ya era hora de que dejaran de obedecer como un rebaño de ovejas a tanta maldad y engaño, a tanta demagogia y propaganda.

Los fracasos del madurismo han abierto una herida en el corazón de los pobres porque lo consideran una traición a lo que le prometió su comandante cuando llegó al poder. Y lo que más les duele es comprobar que el dolor y la rabia, que les nace y crece día tras día, los lleva a renunciar, o renegar de una verdad que le había sido anunciada como una revelación definitiva del camino hacia la salvación de sus empobrecidas vidas.

El señor Maduro y su camarilla de civiles y uniformados no logran entender, tal es su escasez de meninges, que ese desapego que nace en la gente de la calle que antes los apoyaban es una ruptura que crecerá con el tiempo y, lo que es peor, a pasos agigantados. Pronto cruzarán la línea roja y no pararán en exigir y lograr el término de un gobierno que todo lo que toca lo convierte en baratija demagógica.

Las soporíferas cadenas de televisión del señor Maduro ahora extirpan los sueños que había sembrado la revolución en los sectores populares, esa sensación palpable de haber logrado un inmenso poder que no se detendría jamás hasta ver cumplidas sus promesas, pero que como una tormenta imprevista cesó en sus truenos y relámpagos y apenas dejó el olor a tierra mojada.

Veamos por ejemplo cómo un pueblo que parecía dormido, apendejado y sin voluntad se ha ido levantando progresivamente a pesar de los tropiezos de los políticos opositores y de sus rencillas internas que a nadie interesan. La gente ha perdido el miedo, ya no es esa masa popular indiferente a otros mensajes y formas de accionar que no son precisamente las del partido de gobierno y de sus propagandistas cubanos.

Han adoptado la protesta de calle, las consignas que antes eran propiedad de los sectores de oposición se han apoderado de las organizaciones sindicales (o las desconocen), de los gremios y del vocerío oficialista monitoreado desde Miraflores. Sus pronunciamientos tienen un valor devastador entre quienes se creían dueños de la voz del chavismo y oficiaban misas para santificar la vergonzosa rapiña de los dineros públicos.   

A quienes exigían algo diferente a la línea del PSUV eran de inmediato no solo reprendidos sino expulsados del seno de la organización rojita. Ayer los medios de comunicación recogían hechos que jamás imaginamos, como por ejemplo que los empleados de la Cancillería “decidieron salir a protestar para también reclamar sus derechos”, juntándose de hecho con los educadores, médicos, enfermeros y profesores a quienes “los salarios no les alcanza para cubrir sus necesidades básicas”.


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