Una sola alegría nos ilumina en estos días tenebrosos, pero una alegría realmente extraordinaria. En Madrid se le ha concedido el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana a nuestro Rafael Cadenas y la noticia ha bastado para provocar regocijo nacional.

Las redes sociales han explotado de júbilo, las universidades se han puesto de fiesta, las escuelas de Letras aplauden sin cesar, los autores viejos y jóvenes comparten sin reservas el galardón y multitudes de lectores no se cansan de ufanarse, no solo porque se reconoce un trabajo literario de excepcional calidad sino también porque demuestra cómo existen todavía en Venezuela figuras extraordinarias en el terreno de la producción artística y de la creación intelectual que pueden provocar legítimo orgullo en medio de las tinieblas que la arropan.

Sobre las  cualidades de la obra poética de Rafael Cadenas se han escrito páginas dignas de atención por críticos calificados. Desde sus inicios como autor, en su época de exiliado en Trinidad durante la dictadura de Pérez Jiménez, ha provocado la atención de especialistas rigurosos y después de una amplia lectoría que ha crecido con el tiempo.

Los eruditos reconocen en ella la existencia de una creatividad susceptible de provocar admiración en el país y en el resto de las latitudes de lengua española, pero también de producir millares de seguidores entusiastas entre los buscadores comunes y corrientes de libros. Los organizadores del Premio Reina Sofía solo han constatado las excelencias de una creatividad insólita y le han hecho justicia.

El Nacional comparte el alborozo no solo porque Cadenas ha formado parte de nuestras páginas literarias durante décadas, sino porque no destaca únicamente por la profundidad y por la cristalina sencillez de su trabajo. El poeta es, por añadidura, un ciudadano ejemplar, un luchador por la causa de la libertad frente a las arremetidas de la dictadura que se ha enseñoreado en Venezuela. No ha cesado un día de levantar su voz contra la injusticia desde la modestia de sus presentaciones y desde el comedimiento de sus entrevistas.

Enemigo de los relumbrones y de las ostentaciones, ha salido de la intimidad de sus moradas cuando la avilantez del régimen imperante lo ha requerido, para dejar constancia de su repulsa frente a la indignidad de una “revolución” que la ha emprendido contra valores fundamentales del republicanismo y de la democracia.

De allí que tenga Cadenas una muchedumbre de seguidores entre la juventud. Sus contadas presentaciones se colman de muchachos entusiastas y cautivos. Sus libros pasan de mano en mano entre los jóvenes de los liceos y de las universidades. La gente lo reconoce en la calle, en los pasos de la vida cotidiana, en los espacios de las librerías, en el trajín del autobús que frecuenta como otro más de los viandantes, en los tramos largos de su silencio.

De allí que su poesía, porque forma parte de un modo de vivir la vida, no solo sea producción estética sino también arma de combate contra la vulgaridad, la ignorancia y la falta de valores entronizadas en la cúpula sombría. La gente siente  en el autor un valor de las letras nacionales, pero también un campeón en la lucha por la recuperación de la democracia. Sus palabras son paradigmas, pero también su vida.


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