¿Dónde están los reales? Esta pregunta fue leitmotiv de la campaña publicitaria que, poniendo en entredicho la honestidad del gobierno de Carlos Andrés Pérez, contribuyó a que Luis Herrera Campins ganase las elecciones presidenciales de 1978 a su tocayo Luis Pinerúa Ordaz, un hombre reputado de inflexible ante la corrupción.

Fue un triunfo inobjetable en el marco de un proceso transparente que contó con la intermediación de un colegio electoral de probada imparcialidad, presidido por un demócrata a carta cabal, Carlos Delgado Chapellín.

La frase inquisitiva viene a cuento porque a cualquier candidato opositor que retase a Maduro en elecciones libres de zancadillas le bastaría con enrostrársela, pues para explicar cómo se esfumó 1 millón de millones de dólares en menos de 2 décadas se requiere de mucho tiempo y los comicios están pautados para dentro de casi nada.

Pero no es en esta dirección que discurre el editorial de hoy. Lo anterior ha de tenerse por digresión introductoria para enlazar con otra interrogante: ¿quiénes son los choros?

La cuestión importa porque en días pasados se supo, por boca del candidato a la reelección, del robo de 1 millón de cajas de las que reparten los comités locales de abastecimiento (CLAP), coordinados por  el también protector (¿?) del Táchira, Freddy Bernal. No especificó el ¿presidente? –cuesta darle tal tratamiento– cuándo ocurrió el colosal hurto, ni dónde tuvo lugar. Tampoco se refirió a sus perpetradores y autores materiales, ni siquiera sugirió que se estuviese investigando a algún sospechoso. No. Todo parece haber quedado en familia.

Ante un hecho delictivo de la magnitud descrita, lo menos que hubiese podido hacer el zamuro encargado de cuidar la carne es levantar vuelo y dimitir. Es con usted, Bernal. Usted ha debido renunciar al conocerse la noticia de tamaña sustracción. Pero, al parecer, ni siquiera se ha molestado en denunciarla ante los organismos competentes.

También tendría que haber dimitido la catajarria de generales engolosinada con la importación y el reparto de alimentos, negocio nada marginal que en comisiones y sobreprecios debe generar beneficios multimillonarios… ¡en dólares! Y hay ingenuos que piensan en un golpe militar. ¿Con esa manguangua?

Un poco de teatro no le vendría mal al régimen. Ordenar al menos una investigación, aunque no concluya en nada, es lo procedente en casos como estos en los que se busca proteger a los amiguetes. Pero todo buen cristiano sabe que una cosa es meterse con el santo y otra muy distinta es hacerlo con la limosna.

Escamotearle a los más necesitados la cajita con las pocas vituallas que reciben una vez por cuaresma es, más que un pecado, delito de lesa humanidad. En países aliados del régimen, un latrocinio de esa naturaleza comporta desde la amputación de las manos a la muerte por ahorcamiento.

No pedimos que se siga tan bárbaro modelo interpretativo de la justicia redistributiva (Ley del Talión), pero sí que se sepa quiénes son los choros y dónde están. No será castigo ejemplar escarnecerlos delante de sus víctimas. Pero quizá a estas les entre un fresquito, que ya es algo.


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