Una vez más, pero con renovado vigor, se ha hecho sentir a lo largo y ancho del territorio nacional el peso de la unidad, tal como proclama una canción de Simón Díaz, reescrita al calor de lo que acontece aquí y ahora: “Yo vi de una Venezuela luchando con mucho brío, así es que se reacciona cuando se llega al hastío”; sí, el hartazgo ha podido más que todo el aparato represivo del gobierno y ha contribuido a vencer el miedo para desafiar la arrogancia de un régimen que ha hecho de la violación de las prerrogativas ciudadanas previstas en la Constitución moneda corriente y se inclina peligrosamente al genocidio. Luego de la monumental demostración del 19 de abril y de la tenaz resistencia que ese día y el siguiente no pudieron aplacar los esbirros del régimen, se impone una estrategia orientada a mantener vivo el espíritu de lucha. Tal cosa pasa por la adopción, tácita o explícitamente, de un pacto que consolide la unión; esa unión que es prerrequisito para enfrentar eficazmente al régimen, afirmado ante el mundo que el país entero que quiere cambio.

Quienes hasta ahora han tenido la responsabilidad de convocar y liderar las movilizaciones populares están obligados a preservar el capital político recuperado en estas jornadas de abril, evitando los peines, provocaciones y conchas de mango con que el gobierno trata de pavimentar el sendero que transitan las fuerzas democráticas, a fin de continuar con el tira y encoje del diálogo y la negociación. No se puede ni se debe dialogar con quien tira la piedra y esconde la mano u ofrece una zanahoria para inmediatamente después emprenderla a garrotazos contra el incauto que se engolosina. Es impensable, además, negociar, con quienes pretenden embaucar a la parte contraria en encuentros asimétricos, aupados por árbitros parciales y tarifados. Eso ya lo sabemos y es lección que no ha de olvidarse. Como no debe olvidarse lo acaecido en 2002 con las secuelas del carmonazo, cuando  Gaviria y el Centro Carter atraparon en las redes de los buenos propósito a una mansa Coordinadora Democrática que, más allá de la ganas, no tenía, al menos que supiera, un proyecto alternativo de país.

¿Acaso ahora lo tenemos? Hay que hacerse esta pregunta con seriedad porque una cosa es querer y otra poder. ¿Queremos salir de Maduro y su nefasta administración? Naturalmente y eso no está en discusión. Lo que no está muy claro es cómo. Y por allí andan los pescadores de ríos revueltos lanzando sus sedales para ver quién muerde el anzuelo encebado por Maduro con la carnada de la trampa. Cuidado, pues, que muchas primaveras se han devenido súbitamente en lóbregos otoños. Si en las urnas el venezolano se expresó abiertamente contra el régimen, en una confrontación que Maduro perfiló como plebiscitaria, creyendo que la luna era pan de horno y podía revertir el inexorable hundimiento de su base de sustentación (y no tuvo otra que apelar a la represión como mecanismo de supervivencia), en las calles puede, el ciudadano, poner punto final a la hegemonía roja o conformarse con puntos suspensivos.


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